Las heridas siempre cocatrizan

La rubia despertó envuelta entre las sábanas, aquel lugar era maravilloso, miró a su lado derecho pero su portentoso amante, no estaba a su lado. Se incorporó lentamente, estiró sus brazos y dejó escapar un bostezo. Se levantó de la cama, se dispuso a ir al baño, cuando escuchó los pasos acercarse regresó corriendo a la cama, se acostó y se fingió dormida.

Theodore empujó la puerta con el pie, mientras sujetaba en sus manos la bandeja con un espléndido desayuno para su acompañante. Ella se giró hacia él y se incorporó lentamente.

—¡Buenos días! Me enviaron con este pedido para usted —dijo él, haciendo una reverencia.

—¡Uy! Que bien huele —dijo ella aspirando el aroma del café y las tostadas con miel. —Theodore colocó la bandeja sobre sus piernas.— ¿lo preparó usted mismo?

—¡Sinceramente, no! —sonrió y ella también.

—Le has quitado la magia y el encanto —bromeó ella. Theodore se sentó a su lado, retoro el mechón rubio que caía sobre sus mejillas.

—Llevo años queriendo sorpren
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