Perla Cuando llego a la villa, el aire se encuentra cargado de una tensión que no puedo ignorar. El chofer, un hombre de rostro serio y mirada impenetrable, me abre la puerta de la camioneta. Llegué sola, por qué Leonor se fue en su auto a su casa. —Gracias —le sonrío. —El señor Fabiano la necesita en su despacho. Dice que es urgente —avisa con voz firme, sin mirarme a los ojos. —He… Sí, está bien. Ya vuelvo por las bolsas —le aviso. —No se preocupe, señorita Perla. Las llevaré por usted. Extrañada lo miro. —Está bien, gracias —con una afirmación, sigo adelante para entrar a la casa por la puerta principal. Mi corazón empieza a latir con fuerza mientras camino por los pasillos adornados con lujosos tapices y obras de arte. Cada paso resuena en la silenciosa opresiva villa Greco, y no puedo evitar sentirme como una prisionera en un palacio dorado. ¿Qué necesita Fabiano de mí esta vez?, ¿he hecho algo malo? La incertidumbre me carcome, a cada paso que doy. Al llegar a la
Perla Despierto debido a la alarma de mi teléfono, sin abrir los ojos, estiro la mano y agarro el teléfono para desactivarla, luego enciendo la luz de la habitación y abro los ojos, para encontrarme con el techo blanco, seguido, un estornudo. Me siento en la cama y enseguida veo la habitación repleta de bolsas de compras y ramos de flores. Me di el tiempo de leer todas las notas y hasta leí en varias, propuestas de matrimonio, ¿no es una locura? Lo más loco es que la mayoría de los hombres que asistieron a esa fiesta enviaron flores; soltero, con y sin esposas, aunque solo excluyo a los amigos de mi jefe y por supuesto, a mi jefe. Me estiro perezosamente, sintiendo el suave crujido de los huesos de mi cuerpo. Al girar la cabeza, veo mi teléfono y lo agarro para desbloquearlo y mirar la pantalla, revelando la hora: las seis en punto. —¡Ay, no! —pronuncio, recordando de inmediato la salida al club con Angela y Lidia. Me incorporo rápidamente, apartando las bolsas que hay sobre el
Perla Salgo del despacho de Fabiano con una mezcla de emociones y pensamientos, por supuesto, disgustada por lo que ha decidido Fabiano por mí, deseando que se acabe lo más rápido posible el mes. Mientras avanzo mis tacones resuenan en el suelo de mármol, creando un eco que parece acompañar mis pensamientos, pero mi mente no dejaba de dar vueltas a la conversación que acabábamos de tener. Me trata como si yo fuera de su propiedad, como si no tuviera derecho a tomar mis propias decisiones, sé que estoy bajo vigilancia y en periodo de prueba, pero no a ese punto. Le juré que jamás diría algo. Y lo digo en serio, a pesar de saber quién es, estoy dispuesta a quedarme trabajando para él. Al llegar a la puerta de mi habitación, extiendo la mano para abrirla, pero me detengo al ver a Angela salir de su habitación. Su sonrisa amplia y sus ojos, se posan en mí con una mezcla de sorpresa y admiración. —Perla, te ves hermosa con ese vestido rojo —dice, su voz suave y sincera—. ¡Guau, qué
FabianoLa luz tenue de las lámparas colgantes apenas ilumina la sala de juegos, donde el humo de los cigarrillos forma una niebla espesa que flota alrededor de la mesa de billar. Mis amigos y yo estábamos sumidos en una conversación acalorada entre diversos temas sobre nuestros negocios y otros asuntos tribales. Las risas de vez en cuándo son fuertes, y los vasos de whisky se llenan una y otra vez. Es una noche más en nuestra rutina de todos los domingos, pero mi mente está en otro lugar, por más que quiero solo sumergirme en la conversación con mis amigos. Mientras hablamos de nuestros últimos movimientos y discutíamos estrategias, no puedo dejar de pensar en Perla. En la Perla, con su cabello negro como la noche y esa sonrisa que puede desarmar al más duro de los hombres. Esta noche y todas que vendrán será para mi imposible de no recordarla, usando ese vestido rojo, revelador y hermoso, que acentúa cada curva de su cuerpo. Ahora es imposible sacarla de mi mente.En verdad se veía
PerlaLa música retumba en el club, y las luces de neón crean sombras danzantes sobre las paredes. El ambiente está cargado de emoción y energía, mientras los bailarines se mueven con una gracia hipnotizante casi desnudos, mostrando sus cuerpos fornidos y provocativos. Me encuentro en una mesa junto a Angela y Lidia, nuestras copas llenas de un licor que prometen hacer olvidar cualquier preocupación, al menos por un rato.Angela, siempre la más extrovertida del grupo, ríe a carcajadas mientras cuenta una anécdota de su último trabajo. Lidia la sigue, con su risa suave y encantadora, que complementa perfectamente la voz de Angela. Yo, en cambio, me dejaba llevar por la música y las luces, mi mente vagando más allá de la conversación, aunque sin perder detalle de las miradas y los susurros que nos rodean o los miles de invitaciones que me han llegado y que por supuesto, he estado rechazando. —¡No puedo creer que te haya pasado eso! —exclama Lidia, brindando con Angela.Sonrío, tomando
FabianoLa noche está cargada de tensión mientras la camioneta atraviesa la ciudad a toda velocidad. Las luces de los edificios pasan como destellos, apenas iluminando el interior del vehículo. Yo estoy en el asiento trasero, con la mandíbula apretada y el corazón palpitante de furia y preocupación. Mi hombre de seguridad, Miguel, está sentado a mi lado, con su mirada fija en la pantalla de su laptop. —¿La tienes localizada? —pregunto, tratando de mantener la calma en mi voz.Miguel asiente sin apartar la vista del GPS. —Sí, señor. El rastreador en el teléfono de Perla indica que está en un club nocturno a unas pocas cuadras de aquí. Es un club de strippers. ¡¿Qué?! Mi mente se llena de imágenes de Perla, su vestido rojo y su sonrisa que tantas veces me desarma mi ira. Pero esta vez es diferente. Está llena de hombres desnudos. Ha roto las reglas, y no puedo permitir que esto pase sin consecuencias.—¿Qué diablos está haciendo en un club de strippers? —murmuro para mí mismo, pero
Fabiano En mi despacho, la luz del sol entra por las ventanas, llenando la habitación con un cálido resplandor. Estoy sentado en mi sillón de cuero, repasando unos documentos cuando Leonor toca suavemente la puerta. —Adelante —digo, levantando la vista para verla entrar. Leonor se acerca, con su habitual andar seguro y su sonrisa amable, toma asiento frente a mí. Se nota la curiosidad en sus ojos, adivinando que tengo algo importante que decirle. —Buenos días, señor —saluda ella acomodándose en la silla. Esbozo una sonrisa breve de labios cerrados. —Buenos días, Leonor —le saludo de vuelta—. ¿Cómo has amanecido? —inquiero con la atención puesta en ella. —Perfecto, Fabiano —vuelve a sonreír—. ¿Tú? Levanto las cejas y expreso preocupación. —La verdad estoy molesto y a la vez, conmocionado, por lo que sucedió anoche —le comento con voz mesurada. Leonor frunce el ceño. —¿Sucedió algo? —levanta las cejas, después con confusión mira a su alrededor—. ¿Dónde está
Perla Despierto lentamente, sintiendo el suave roce de las sábanas de algodón contra mi piel. La cama es tan acogedora que no quiero levantarme y mi cuerpo se siente lleno de pesadez. Cuando abro los ojos veo un techo que no es el de mi habitación. Confundida me siento en la cama y miro a mi alrededor, es una habitación gigante y elegante, totalmente diferente a la habitación donde yo duermo, entonces un sentimiento de confusión y desconfianza me inunda. ¿En dónde estoy? Cuando volteo a mi lado derecho, me encuentro a Elisa sentada en uno de los sofás mientras me mira con una pequeña sonrisa acogedora. —Despertares… —dice ella levantándose del sofá. —¿Dónde estoy?, ¿sigo en la villa? —pregunto pestañeando. Elida se detiene a mi lado. —Sí, bambina. Estás en la habitación de Fabiano. Abro los ojos y vuelvo a mirar a mi alrededor. —¿Qué? —miro la cama y lo que llevo puesto. Estoy en la cama de Fabiano, envuelta en una bata de dormir. La luz que entra por la ventana se fil