Mis piernas cayeron como peso muerto a los costados del cuerpo de Noah cuando la tensión del orgasmo me abandonó. Él se cernió sobre mí y me dio un beso suave en la boca para luego abrazarme, colocándome de costado en el sofá. No pude ignorar el inmenso bulto que colisionó contra mi pelvis cuando me estrechó hacia él, y me pregunté por qué no me permitía encargarme de ello.
—¿Te asustaría mucho si te digo que te amo? —susurró en mi oído—. No tienes que decir nada, sé que es muy pronto, que no debería…
—No me asusta. —Lo interrumpí.
—¿No?
—No, me hace quererte más.
—¿Sí?
—Sí, Noah Cohen, te quiero más a cada segundo. —No mentía. Y hasta creo que, en ese momento, ya lo estaba amando, pero no
Cuando salí del baño, encontré a Noah sentado de nuevo en el sillón, hojeando las páginas de una revista de mecánica que antes estaba sobre mi buró. Al notar mi retorno, me observó con detenimiento, saboreando mi silueta con una mirada profunda y notablemente excitada. Mis labios se curvaron hacia arriba cuando aprecié el bulto que, sin demora, se manifestó entre sus piernas.—¿Mi padre sigue dormido? —pregunté, apoyándome contra el marco de la puerta, cruzando los brazos y las piernas.Asintió enérgicamente sin apartar sus ojos de mi rostro. Era domingo, ese día papá dormía un par de horas más, era parte de su rutina y muy pocas veces la cambiaba.—¿Eres silencioso?—¿Qué? —Frunció el ceño.Me acerqué a él y, arrodillada entre sus piernas,
Mi corazón se saltó un latido y mis entrañas se apretaron.¿Qué está pasando?—Papá… —musité, buscando en sus ojos algún indicio de lo que acontecía.—Es momento de que conozcas la verdad, Audrey —pronunció con desgano. Esa no era una conversación que quería tener a voluntad, pero, como él dijo, el momento había llegado.—Iré por algo de comer para todos —ofreció Noah, dándonos la posibilidad de conversar a solas. Compartió una mirada condescendiente conmigo y luego se fue.En los siguientes minutos, mi padre y yo nos dirigimos a la sala y nos sentamos uno frente al otro, él en su sillón reclinable y yo en el sofá. Estuvo varios minutos en silencio antes de ser capaz de pronunciarse.—Tu madre era muy joven cuando llegó a Esta
Un minuto después, el hombre del que intentaba escapar llamó a mi puerta e insistió con que le abriera. Yo, tan terca y enojada como estaba, me negué. No quería verlo. Pero él, sin renunciar a su férrea obstinación, amenazó con derribar la madera si no lo hacía en los minutos próximos. Mi respuesta fue un indiferente «hazlo», pero él no obró de esa manera, sino que siguió suplicando que lo dejara entrar. Así estuvimos por un rato, ninguno cedía, hasta que Noah se rindió finalmente. Cuando escuché sus pasos alejándose por el pasillo y, luego, bajando las escaleras, me levanté del suelo –donde estuve sentada todo ese tiempo– y me dejé caer en mi cama, exhausta. Entre la confesión de mi padre, y la osadía de Noah, me sentía completamente agotada.La soledad y el silencio pronto jugaron en m
Esa noche no pude dormir, no fui capaz de conciliar el sueño, solo podía pensar en Noah y en lo que sería de nosotros a partir de entonces. Me levanté de la cama antes de que la alarma sonara y tomé una ducha corta, quería preparar algo especial para comer, pero Noah ya tenía servido el desayuno cuando bajé las escaleras. Llegó más temprano ese día. Mi estómago se llenó de cosquillas y mi corazón dio un saltito de emoción, pasaba cada vez que lo veía. Él sintió mis pasos y se giró hacia mí, sonriendo.—Buenos días, chica traviesa. —Se acercó a mí y me dio un beso suave y rápido en los labios—. Ven siéntate aquí, preparé waffles y mermelada de mora para ti, también hay tostadas, huevos, tocino, bagels y croissant. ¿Qué te gust
Estuve esperando a Noah en mi habitación como él dijo durante dos horas. No me escribió ni un mensaje durante todo ese tiempo y no respondía mis llamadas, ya estaba comenzando a pensar que no vendría cuando escuché un sonido en mi ventana. Abrí las cortinas y casi pego un grito cuando lo vi a él detrás del cristal.—¡Estás loco! —chillé, modulando la voz para no hacer un escándalo, y le abrí la ventana.—Te dije que vendría por ti —dijo con una gran sonrisa—. ¿Lista para irnos?—¿Pretendes que baje por ahí? —Señalé la escalera en la que estaba montando.—Sí, muñeca. ¿Le temes a las alturas? —Su tono fue burlón.Giré los ojos.—Muévete, Cohen, voy a bajar.—Esa es mi chica. —Guiñ&
Mis pestañas se batieron un par de veces antes de ser capaz de mantener los ojos abiertos y distinguir a la persona que dormía en una silla, con la cabeza echada atrás, las piernas extendidas y los brazos cruzados sobre su pecho. Noah.¿Cuánto tiempo llevaba dormido? ¿Cuánto lo estuve yo? No tenía idea. Pero transcurrió el tiempo suficiente para que me cambiaran mi ropa por una bata de hospital y me pusieran una intravenosa en el antebrazo. Y… ummm… vendaran mi pierna Todo eso comprobé antes de recordar mi último pensamiento consciente. Milie, la madre de Aarón, pidiendo el antídoto.¡Mierda! Nada bueno pudo pasar entre esos dos mientras estuve ausente. Lo más seguro es que le hizo mil y una preguntas a Noah, tratando de descubrir quién era él y por qué estaba conmigo. La angustia me hizo exhalar, provocando que Noa
Noah se había ausentado por espacio de dos horas y estaba preocupada. No tenía forma de saber de él y de la razón de su demora. La enfermera se marchó minutos después de que él lo hiciera y regresó una hora más tarde para quitarme la intravenosa. Cuando le pregunté por Noah, no supo decirme nada. Para colmo, tanto en el cubículo como en el pasillo reinaba un silencio perturbador, casi sepulcral, lo que significaba que no había nadie cerca a la que pudiera pedirle algún tipo de información.Cansada de esperar, me bajé de la camilla y puse mis pies sobre el piso frío, sintiendo cómo mis plantas se helaban al contacto, pero importándome muy poco, y caminé de espacio hasta la puerta. Al abrirla, la luz del pasillo perturbó mi visión, en contraste con la escasa iluminación que había en la habitación desde que la enf
Minutos después, Noah detenía la camioneta frente a mi casa. Fue una noche larga y agotadora para ambos. No veía la hora de escurrirme en mi cama y dormir al menos diez horas seguidas, pero aún tenía una mano que curar. —Creo que papá está dormido —comenté cuando llegamos a casa. Todo estaba oscuro y silencioso. —Mario estaba saliendo cuando vine por ti, seguro se fue a la cama después de eso.—¿Qué? ¿Entonces no era necesario que bajara por la escalera? —dije con los ojos muy abiertos.—Sí lo era. Me dio un gran vistazo de tu trasero —respondió con cara de pícaro.—Idiota —golpeé su brazo con mi puño cerrado. Él se rio por lo bajo y susurró «valió la pena»—. Si no tuviera que curarte, te negaría la entrada.&mda