Fui al baño rápidamente y me lavé la cara, tomé una bocanada de aire y volví a mirarme en el espejo con nervios, me examiné una vez más; suspiré con alivio al reconocerme nuevamente. Un poco más tranquila recordé el libro que compré, fui directo a la mesa de noche, ya que por el día de hoy no iría a las demás clases, era mejor aprovechar el tiempo para comenzarlo a leer y así no pensar. Lo mejor que podía hacer en ese instante, aparte de leer, era tratar de no darle vuelta a esta situación, de lo contrario acabaría encerrada en un manicomio. La puerta sonó, era Rebeca una vez más, traía con ella un vaso de jugo y un sándwich de queso, se acercó y lo colocó en la mesa de noche. —No me voy a ir hasta que te lo comas. No puse resistencia, tomé el sándwich y le di un mordisco, no estaba mal y al tragarlo no lo devolví, pero si sentí un leve dolor en la garganta, rápidamente tomé un sorbo del jugo, Rebeca sonrío al verme comer, luego sus ojos se posaron en el libro que reposaba en la ca
Una vez más la doctora me revisó. —Tienes 39 de fiebre, quieras o no tienes que hacerte los análisis. No contestaba nada a los comentarios de la doctora, únicamente podía pensar en el hombre del espejo ¿Había sido real? ¿Era un delirio producto de la fiebre tan alta? Mi razón me decía que más coherencia tenía la segunda opción, esto tuvo que haber sido producto de la fiebre. —Te dejaré en observación hasta que baje la temperatura. Tenía unas ganas inmensas de llorar, pero debía evitarlo, no quería decaer al dolor en frente de Emily; volteé mi rostro hacia la ventana, el cielo aún era azul. —Victoria, me quedaré aquí hasta que se te pase la calentura, no te dejaré sola. No pude contener más mi aflicción permitiendo que se me escaparan unas lágrimas. —Tengo que contarte algo que nunca te he dicho — Emily me miró con el rostro serio y preocupado. —Lo que tengas que decir, sea lo que sea podrás contar conmigo — —Emily prométeme que no te vas a asustar y que no vas a creer que esto
Mi mente estaba dividida entre el sueño y el despertar, podía percibir que aún estaba en la enfermería. Tenía el cuerpo pesado, pero podía oír los susurros de dos voces, abrí los ojos para investigar, mi mirada era borrosa, no obstante, pude reconocer que una de las voces pertenecía a Rebeca. Me desconcertó darme cuenta de que a pesar de la distancia en que la doctora y ella se encontraban de mí, yo podía escuchar su voz muy claramente, como si las tuviese a mi lado. —¿Estaré aún dormida? Traté de moverme, pero me sentía débil, al ver que era inútil intenté relájame, comencé a concentrarme en las voces, que continuaban cuchicheando. —¿Qué opina doctora sobre lo que pasó? —Por lo que observo esta joven convulsionó por la fiebre tan alta —Rebeca escuchaba, aunque se mostraba no convencida por su respuesta. —¿Será solo por eso? —¿Por qué lo preguntas Rebeca? ¿Hay algo más que te inquieta? —No sé cómo explicarlo… Es que hay algo que me tiene intranquila, es un presentimiento. —Ex
La pesadilla se había tornado muy real, la habitación donde me encontraba era oscura y fría, sin nada en su interior, no había puertas ni ventana por donde yo pudiese escapar; tapé mi rostro con mis manos tratando de convencerme de que esto era solamente un sueño, hasta que el silencio sepulcral se fue acabando. Un sonido extraño empezó a resurgir de las paredes, era como si dentro de ellas hubiese algo; me levanté del piso para investigar de donde provenían los sollozos, quise pegar mi oído al muro para escuchar mejor, pero al tocarlo me di cuenta de que la pared no era normal, sino líquida, los ojos me engañaban; confusa hundí mis dedos en ella para verificar si se trataba de un pasadizo, luego los extraje saliendo estos intactos, si quería escapar debía traspasar el mural. Dejé mi miedo atrás, cerré mis ojos y me hundí en aquella muralla líquida que a la vista parecía de cemento. Había llegado a otro cuarto, aún mantenía mis ojos cerrados. Los quejidos desgarradores de mujer provo
—¡Ella estuvo aquí! —le aseguré a mi padre que me observaba con viva aflicción.—¿Quién Victoria? —La joven del invernadero… Estefanía. Mi padre no supo qué decirme, por un momento su rostro manifestó dolor, logrando que el sigilo hiciera apto de presencia.—Victoria, fue solamente un sueño —dijo por fin, colocando su mano sobre la mía; ese gesto fue una sensación agradable. No quise llevarle la contraria ni mucho menos tratar de convencerlo sobre mi visión, pero para mi sorpresa no desvío el tema. —Sé que esto debe de ser muy difícil para ti, créeme para mí también lo es y eso que soy un adulto. Cuando Ángela murió, me dejó un vacío tan inmenso, que a pesar del tiempo transcurrido no lo he podido llenar. Aún llevo muy marcado en mí los sueños que tu madre y yo tuvimos juntos. Me hubiera gustado que nunca terminasen; hija mía, esos fueron los mejores tiempos de mi vida, tu madre fue el amor de mi vida —sus palabras sonaban tristes, era muy claro el esfuerzo que hacía para sacarlas,
Esa mañana él había dejado salir parte de lo que llevaba por dentro, algo que le costaba demostrar. Andrea tenía razón al decirme que él y yo éramos similares, a mí también me costaba expresar mis sentimientos, igualmente, era cierto que debía ser sincera y contarle de una vez por todas la verdad a Rebeca, en mis adentro sentía que ella me podía ayudar muchísimo más de lo que ya lo había hecho, aun así, mi cobardía era más fuerte. Pero a pesar de su declaración seguían existiendo en esta historia, secretos que yo debía averiguar. Ya era de tarde, me puse hacer mil cosas para no pensar; Andrea me había traído un vaso de leche que me tomé a duras penas, quedé aliviada por haberlo mantenido en el estómago y no haberlo regurgitado. No quise salir de mi habitación; aunque me moría de ganas por continuar hablando con mi padre, me frené ante este deseo, era mejor no tentar a la suerte y dejar que las aguas se calmasen un poco. Mi mente hacía alusión a tantas cosas que revoloteaban sin cesa
—Por lo menos espero que aun te gusten los chocolates de tu abuela —esa frase me sacó del trance de mis pensamientos.—¿Los chocolates de mi abuela? —Si Victoria, eso dije ¿No me estás escuchando?—Si papá, solo que suena extraño cuando mezclas a mi abuela en unas de tus oraciones, no es propio de ti —mi padre arrugó la frente.—En fin, ella te mando este cofre.Mi pecho se hinchó de alegría, tomé rápidamente la caja, hasta que una curiosidad atravesó mi mente como una flecha.—¿Mi abuela te lo llevó personalmente?—Sí, ella misma fue a la casa —no quise imaginar cómo había sido esa charla entre los dos, con razón mi abuela me dijo que me asombraría y vaya que si lo hizo.—¿Cómo supo que venías? Porque que yo sepa tú no eres muy comunicativo con ella.—No sé Vicky, tal vez alguien le fue con el chisme o quizás hasta uno de mis empleados se lo contaría —deliberaba, pero dentro de mí sabía que nadie se lo había dicho, yo si tenía fe en su intuición.—Papá, o quizás mi abuela… –callé rep
—Por lo menos espero que aun te gusten los chocolates de tu abuela —esa frase me sacó del trance de mis pensamientos. —¿Los chocolates de mi abuela? —Si Victoria, eso dije ¿No me estás escuchando? —Si papá, solo que suena extraño cuando mezclas a mi abuela en unas de tus oraciones, no es propio de ti —mi padre arrugó la frente. —En fin, ella te mando este cofre. Mi pecho se hinchó de alegría, tomé rápidamente la caja, hasta que una curiosidad atravesó mi mente como una flecha. —¿Mi abuela te lo llevó personalmente? —Sí, ella misma fue a la casa —no quise imaginar cómo había sido esa charla entre los dos, con razón mi abuela me dijo que me asombraría y vaya que si lo hizo. —¿Cómo supo que venías? Porque que yo sepa tú no eres muy comunicativo con ella. —No sé Vicky, tal vez alguien le fue con el chisme o quizás hasta uno de mis empleados se lo contaría —deliberaba, pero dentro de mí sabía que nadie se lo había dicho, yo si tenía fe en su intuición. —Papá, o quizás mi abuela…