—¡Abre la m*****a puerta! ¡Enfrenta todo esto de una buena vez! Apreté la mano en torno a la cerradura y abriendo por fin el portal que me dejaba ver el interior de la habitación. Mis ojos se fijaron en un hombre increíblemente alto que estaba dentro de la estancia. Su cruel perfil contemplaba ciegamente las sombras. Fue entonces cuando la sensación de que algo siniestro se cernía sobre mí apoderándose de mi entereza, una densa humareda comenzó a tomar vida. No podía contener el horror que me rodeaba el pecho como si fuera una olla de presión a punto de estallar. Con manos temblorosas encendí la luz del baño, no podía aceptar lo que mis ojos cristalizaron, luego me arrepentí de haberlo hecho. Nunca en mi vida había visto nada más diabólico, aquello me dejó helada e inmóvil. Estaba alucinada, mirando fijamente la luz que brillaba detrás de ella, revelándome su gigantesca y perturbadora sombra. Mi presencia no pasó desapercibida, volteando hacia mí, al hacerlo su gran capa negra con c
De repente, el niño que había visto en la habitación junto a él apareció nuevamente bajo mis pies que no estaban en el suelo, él lo miró. —Vamos trepa —le ordenó con cariño. La repulsión y el espanto se apoderaban de mí. El engendro se aferró a una de mis piernas y comenzó a gatear sin caerse. —¡Aléjalo de mí! ¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme! Aquellos llamados de auxilios quedaban ahogados en el ruido de la tormenta. El hombre continuaba sosteniéndome ahogado en risas. —Sigue subiendo, entra en ella. Victoria, tendrás que dejar atrás todo lo que conoces, porque no eres parte de este mundo. Debo admitir que te has convertido en un misterio para mí, un enigma que yo mismo creé con un propósito y que aparentemente no ha salido como deseé, entonces debes entender que debo buscar una solución a ese error —declaró, pero yo no podía ni lo quería comprender. Continué pateando, el monstruo se aferraba más y más a mi cuerpo, entonces comprendí que aquel parásito quería introducirse en mi interior,
Era un caballero hermoso, de mirada azul, un hombre que ya conocía de antemano, pero que siempre me negaba a aceptar. Su sonrisa era satisfactoria y cálida, me inspiraba paz. El caballero estaba inmóvil en el agua que le llegaba a la cintura. Después me extendió la mano, y la cogí, yo me acerqué a él y me la tendió. Luego, juntos, nos sumergimos en el agua cristalina. Inmediatamente, introdujo su mano en el líquido transparente y tomó una pequeña estrella de mar.—Mire —me indicó con ternura. A través de aquellas brillantes aguas, yo podía ver con nitidez el espectáculo de la vida marina; corales y peces de diversos colores se extendían majestuosamente bajo mis pies. Era un panorama digno de admirar. De pronto, mi atractivo acompañante me tomó y sus labios se despegaron para decir las palabras que dañarían la belleza del lugar.—Los peces que ves bajo las aguas diáfanas nadan felices, engañados y en su habitad seguras, así son los humanos con el suyo; ellos creen saber todo sobre la
La mirada de Rebeca se tornaba metódica. Pude percibir sus dudas, su sincero deseo de ayudarme y, sobre todo, su confusión. A pesar de todas las emociones que me transmitía, no podía negar que Rebeca era una mujer capacitada. Por otro lado, mis sentidos habían conferido una agudeza extraordinaria. Después de procesarla, la sangre se heló bajo mi piel.—¿Te sientes bien?—Es solo un mareo. Recuerdo el temblor —dije débilmente —Emily y… —interrumpí repentinamente la conversación, recordé que no podía mencionar a Ethan.—¿Y qué, Vicky?—Y yo, iba a decir.—Está bien, continúa.—Nos despertamos asustadas antes del revuelo, creí que era un sueño, pero cuando salimos de la alcoba y vimos cómo el resto de las estudiantes tambi&eacu
—¡No aguanto un minuto más en este sitio!… extraño a mis amigas, ni siquiera han venido a verme. —No olvide que están en el internado, y sabes muy bien que los días de semana no pueden venir —me recordó Andrea, quien se encontraba sentada cerca de la cama leyendo un libro, luego cambió el tema —Victoria, ¿realmente no recuerdas nada? —¿Acordarme de qué? ¡Será que mi deseo de tener amnesia se me ha cumplido! —exclamé con ironía. —Has tenido fiebres muy altas, acompañada de constantes delirios, ¿cómo puedes asegurar que ya te sientes bien? Te han tenido que transfundir varias veces, por si no lo recuerdas. —¿Hasta este extremo de inconsciencia he llegado? Bueno, todavía no he tocado fondo, ya que recuerdo el episodio sangriento y la voz del médico que me ordenó hacer miles de exámenes, incluyendo el de médula. —No te precipites, hasta los momentos los análisis no han mostrado nada grave. Aún no se han encontrado los motivos por los cuales el médico mencionó que tu organismo se comp
—¿De qué hablas? Explícate mejor —inquirió Rebeca tratando de bajar el calor de la conversación.—¿De qué hablo? ¡Sé los voy a decir! Ese demonio que ha estado acosando a Margot se llama Arturo y es el mismo ser que ha estadopersiguiéndome desde niña, y que por desgracialo traje conmigo al internado. ¡Él es mi sombra y mi maldición!—Hija, perdóname, pero necesito abandonar esta habitación, ya no puedo soportar más —la paciencia de mi padre se rompió delante de mí, y la decepción le cubrió toda la cara, haciendo que mi dolor se prolongara.—¡Nunca has tenido paciencia conmigo, hazlo!—¡No quiero fallarte! Sin embargo, si permanezco en lugar de ayudar, voy a empeorar la situación —y con esas palabras salió de la habitaci&oa
El día siguiente había llegado, trayendo consigo una lluvia torrencial.Mis ojos captaban las gotas de agua chocando contra el vidrio de la ventana. Mi padre se encontraba recostado en el cómodo sofá leyendo el periódico, al parecer no había notado el estado en que había salido Rebeca de la habitación la noche anterior, lo más seguro es que ella no le había dicho nada de nuestra conversación.—Hija, ¿cómo amaneces?—Me sentiré mejor después de irme al baño a ducharme.—¿Y qué esperas? ¡Hazlo! —me sonrío. Cuando me disponía a entrar al baño a ducharme mi padre me detuvo.—Victoria te debo una disculpa.—¿Una disculpa? ¿Por qué?—Por mi falta de paciencia ayer. Créame, estoy tratando de ser más compre
El toque de su mano me condujo a las profundidades de la mente de Margot. Como si se tratara de una montaña rusa, todas las imágenes llegaban muy rápido hasta que me ubiqué en la escena que protagonizamos las dos. La estructura vieja del internado se reconstruyó ante mí, podía ver nítidamente los rayos resplandecientes de los truenos y la lluvia arremolinándose con fuerza contra las paredes como si quisieran arrancarlas. A continuación, sentí sus labios sobre los míos, y mis manos se oponían. De pronto, otro relámpago alumbró el cielo colándose. Aquella claridad por las rendijas de la habitación arrojó sombras de las sillas y alfombras viejas. En aquel momento, mis ojos se posaron en el rostro que se aferraba a mi boca; ya no era la cara de Margot, sino el rostro de Arturo. Irradiaba una belleza difícil de describir, al igual que su maldad infinita. Su