Paseaba por los jardines, intentando bajar aquella gran comilona de pasteles, observando maravillada el lugar. Papá lo hubiese adorado, pues le encantaba la jardinería.
La fuente de angelitos era realmente bella, me quedé mirándola por horas, con aquel relajante sonido de agua que cae, casi me quedo dormida de pie, cuando una voz, frente a mí, me sacó de mis pensamientos.
La condesa de Polignac era la mejor amiga de la protagonista, la que la ayudaba a salir de los marrones en las que se metía, con su esposo.
Las criadas me vistieron con un largo y pomposo vestido blanco y dorado, de seda, con chorreras y lazos por todas partes, un extraño peinado en mi cabeza, un colgante ostentoso de diamantes a conjunto con mis pendientes, el anillo y la pulsera y unos tacones dorados con purpurina en los pies.
Por supuesto, con la noticia del baile de aquella noche, el rey se disculpó conmigo, a través de aquella mujer morena de la que aún no sabía su nombre, y me aseguró que nos encontraríamos en el baile real, que había cambiado forzosamente su lugar de celebración, y lo haría en el palacio. Ni siquiera sabía qué había sucedido.
Me sentía como una princesa de cuento en aquel lugar. Las cortesanas me abrían paso a medida que yo pasaba, cosa normal, pues yo era la reina María Antonieta de Austria, esposa de su majestad Luis XVI, el delfín.
Gracias a mi acompañante pude desenvolverme con bastante acierto, mientras bebía champagne del caro y picaba algunos de las frutas de la mesa de aperitivos.
Gracias a la condesa pude zafarme de aquella, porque no sabía bien cómo decirle a alguien de aquella época que se buscase a otra chica, que yo no estaba interesada. Aquel sueño estaba durando más de lo esperado, necesitaba despertar, a la mayor brevedad posible.
Polignac encontró pareja en seguida, el duque de Cornuage la invitó a bailar, y ella sonrió, aceptando aquella invitación. Me fijé en la forma en la que bailaban, como un baile grupal, que terminaba en pareja. Parecía ser realmente difícil de bailar, casi agradecía que nadie me sacase a bailar a mí, gracias a la intimidación que mi persona les creaba.
Di otro sorbo a mi recién rellenada copa y me giré con la intención de marcharme de nuevo a tomar un poco de aire, chocándome con alguien en quién ni siquiera caí.
Sonrió, como si tal cosa y yo sentí como se me secaba la boca.
¡Dios! Aquel hombre era tan apuesto, tan atractivo y tan misterioso a la vez que me estaba volviendo loca.
Bajaba la mirada, no porque la suya me intimidase, que también, sino porque necesitaba concentrarme en los pasos que él daba para estar a la altura. Sonrió, sin poder evitarlo.
Aquel hombre me intimidaba, y eso era algo raro, nunca antes había sido de esa forma, jamás me había sentido de esa forma frente a alguien del sexo opuesto.
Tragué saliva, aterrada, agradeciendo a los cielos que la canción terminase en ese justo instante, pues así me daba la excusa perfecta para huir.
Le miré, sin comprender, no sabía a lo que se estaba refiriendo con aquellas palabras, pero ni siquiera pude contestarle, pues observé como se perdía de vista, caminando por el largo pasillo que daba al otro lado del palacio, cruzándose por el camino con uno de sus sirvientes, susurrándole algo al oído, mientras el otro asentía.
Creo que ya en aquel entonces me di cuenta, a pesar de no querer reconocerlo, me había enamorado a primera vista del rey. Era más apuesto de lo que había esperado, y más misterioso.
A cada paso que daba sentía que mi corazón latía más y más rápido, justo había llegado, cuando alguien me retuvo, agarrándome de la mano, metiéndome en la habitación que había a la derecha. Y al levantar la vista, aquel pesado de Fersen estaba allí, agarrándome de la cintura, atrayendo mi cuerpo hasta él. Apoyándome contra la pared, aferrándose a mi cuello, mientras yo intentaba soltarme, sintiendo entonces sus labios sobre los míos.
Decidí cambiar de estrategia, agarré sus manos y las alejé de mí, tras un rato intentándolo, y en cuanto lo hube logrado, le crucé la cara, dejándole sorprendido, saliendo entonces de la habitación, asustada, mientras él me seguía, intentando entender por qué me resistía a sus besos.
La puerta de la biblioteca se abrió y el rey salió de ella, observando el altercado. Su sonrisa desapareció al ver a Fersen, y su mirada fue de él a mí. Lucía extrañado de verme tan asustada, huyendo de él.
Recién entendía la razón por la que María Antonieta necesitaba evadirse en fiestas de la alta sociedad, despilfarrar su dinero para llamar la atención de su esposo, y un gran número de amantes con los que olvidar su desgracia. No sólo fue obligada a casarse con un hombre al que no conocía, separada de su familia y amigos, de su hogar, y obligada a vivir en un país dónde era repudiada, si no que … además, el rey, le era infiel, y ni siquiera habían consumado el matrimonio. Eran como dos desconocidos viviendo en la misma casa.
Quería despertar de aquel sueño, de una vez. Pero por el momento, iba a centrarme en el libro que acababa de visualizar.
Caminé hacia la estantería, y saqué el libro del stand, pegando un ligero respingón, aferrándome a este, en cuanto aquella estantería se echó a un lado y dejó ver una antigua puerta de madera.
Era una entrada secreta, de eso no me cabía ninguna duda.
Bajé las escaleras, parecía que aquello daba a las cloacas, o incluso a los calabozos, pero a medida que bajaba me iba adentrando más en lo que parecía ser una construcción subterránea de mármol, con grandes muros romanos, cubiertos por vegetación y enredaderas. ¿Qué lugar era aquel? – me pregunté a mí misma, al llegar al final de la escalera, observando una antigua chimenea, al fondo, y la estancia cubierta de velas apagadas. La estancia estaba solo iluminada por la luz que salía de la chimenea, como si alguien la hubiese prendido. Observé la enorme mesa con mantel rojo y sillas de maderas, en el centro, y un gran órgano al otro lado de la habitación. Mis manos seguían sujetando aquel viejo libro, en donde podía leerse en letras doradas “El Libro de los Reyes” Era el mismo libro que había encontrado en la exposición de historia en mi presente, fuera de aquel extraño sueño. Caminé por la estancia, arrastrando mi vestido al andar
“El libro es la oportunidad de cambiar el destino que está escrito” – había dicho aquel extraño hombre antes de desaparecer, sin más, como si de humo se tratase – “pero si no quieres usar el poder del libro, sólo tienes que sentarte a esperar que las cosas sucedan como están escritas, sin cambiar ni un ápice” Su majestad – me llamó la condesa en cuanto entré en el salón, donde el baile seguía su curso - ¿dónde os habíais metido? Os estaba buscando. Estaba a punto de responder cuando vi algo que me sorprendió a más no poder, el rey estaba bailando con una mujer, y parecían ser cercanos. Tenían cierta complicidad y ella no dejaba de sonreírle. Madame du Barry – me confirmó mi amiga, haciendo que comprendiese la situación. Era una de las amantes del rey. Aún recordaba sus palabras “Discreción” me había pedido, cuando justo en ese momento él hacía justo lo contrario. “Recuerda Ana”
Sentada en el alfeizar de la ventana miraba hacia el exterior, donde su majestad montaba en su corcel blanco, seguido de su séquito de guardias. Hacía tres días que había llegado a aquel lugar, y desde entonces, había hecho todo lo posible por seguir al pie de la letra el libro, incluso ignoraba al rey, intentando ser lo más borde posible con él, justo como era ella. Pero había algo dentro de mí que no me dejaba respirar, como si hacer lo correcto no fuese lo que quería hacer. Apoyé la cabeza en el marco, y pensé en las posibilidades que tenía. Quizás podía interesarme por la política exterior, aconsejar al rey para que no cometiese el error de dejarse llevar por aquella mujer, guiarle por el camino correcto. Aquello no cambiaría la relación que había entre nosotros, así que podría volver a casa, tan sólo cambiaría el destino del rey, pero no el de la reina. Si el destino de María seguía intacto yo podría volver a casa, añoraba a mi abuela y hacer pasteles, pe
De camino a casa, pensé en todas las cosas que sabía sobre él, todo lo que había leído en los libros de historia. Luis practicaba la lógica, gramática, retórica, geométrica y astronomía. Además de tener un gran conocimiento histórico y geográfico. En sus ratos libres solía dedicarse al oficio de la herrería, tenía gran pasión por ello y era muy meticuloso con su trabajo. Su forma de ser siempre fue muy tosca, muy reservado, evitando hablar sobre detalles de su vida con la reina, y con cierto aire de misterio. Era justo el tipo de chico que me gustaban a mí, y si a eso le sumábamos que era guapo, atractivo y que tenía una mirada que me hacía sentir a salvo… Condesa Polignac – la llamé - ¿sabe que es lo peor de amar a un rey? – ella me miró, sin comprender – que al final, él nunca sentirá lo mismo. ¿En qué momento ha sucedido? – preguntó, alterada - ¿en qué momento ha despertado inter
“Podemos ir tan despacio como necesite, mi reina” – resonaba su voz en mi cabeza – “no tengo prisa para consumar nuestro matrimonio” “Sólo quiero que estemos juntos, mi amor” El rey ha organizado un baile en su honor – aseguraba la dama de la corte, esa mujer morena de la que os he hablado alguna vez, su nombre era Celine – por eso, he mandado llamar a Pierre, vendrá hoy – asentí. ¿Por qué había organizado algo en mi nombre? Se suponía que el pueblo de Francia me odiaba. Así mismo, su majestad la espera en la biblioteca para tratar de temas políticos con usted – volví a asentir. Ya estaba vestida para la ocasión, me había puesto un bonito vestido en tono ocre para pasear por el jardín, quería buscar al guardián del libro para preguntarle más sobre él, pues desde que el rey y yo nos besamos, no había sucedido lo que se suponía. Aúnque no se había borrado ni una letra de él. Debo admitir q
Llevaba un hermoso vestido celeste con una tela de destellos, tenía el cabello recogido en un moño con trenzas, unos largos pendientes plateados y una gargantilla de seda con un diamante en el centro. La condesa se unió a mí, y juntas caminamos hacia el gran salón, donde la gente comenzó a murmurar en cuánto me vio aparecer. Barrí la sala con la mirada, buscando al rey, encontrándole junto a algunos cortesanos charlando animadamente, aunque dejó de hacerlo tan pronto como nuestras miradas se encontraron. Ni siquiera podía escuchar lo que mi amiga me decía sobre los rumores que había por la ciudad, en aquel momento sólo podía mirar hacia el hombre del que estaba enamorada, que caminaba hacia mí, a pasos agigantados, después de despedirse de la corte, sonreí, como una idiota, bajando la mirada, algo avergonzada. Mi reina – me llamó, deteniéndose junto a mí - ¿me haríais el honor de bailar conmigo?
Todas las palabras que el rey y yo nos dijimos quedaron en eso, en sólo palabras, y puesto que él había sido infiel a estas, yo podría hacer justo lo mismo, por eso estaba allí, en los jardines, con aquel bonito vestido blanco y mis pieles de conejo, brindando junto a mi séquito. Me tiré sobre el césped, estaba bastante mareada, demasiado champagne. ¿Cuántas veces le habría él echo daño a la reina? Porque yo también quería ser cómo ella, quería despilfarrar el dinero de la corona para llamar su atención. Deberíamos entrar – escuchaba de fondo a la duquesa – parece que pronto lloverá. Su alteza – me llamó mi amiga – debemos entrar. Me puse en pie, observando como los demás lo hacían, poniendo rumbo hacia nuestra sala de reuniones, observando por el camino al Rey, con sus consejeros reales. Ni siquiera me detuve a mirarle, no había vuelto a hablar con él, y cuando me ll
Pasaron tres días después de eso, y no tenía noticias de su majestad. ¿Qué había sucedido? Se habría librado de su amante. Ni siquiera podía preguntarle, pues siempre estaba ocupado en reuniones con sus consejeros, montando a caballo, yendo de caza o incluso en el lago pescando, pero nunca tenía tiempo para hablar conmigo. ¿Me estaría evitando? – esa era la pregunta que rondaba mi mente, por esa razón estaba allí, frente a su puerta. Llamé repetidas veces, pero parecía no haber nadie, empujé la muerta y me quedé estática. Él estaba allí, junto a su amante, lucía aterrado, y enfadado al mismo tiempo. Marquesa, debería marchase a casa. Ya le dije en mi carta que todo ha terminado. Me debo a mi reina, ella… ¿Crees que ella va a dejar a sus múltiples apantes por vos? – él tragó saliva. Empujé la puerta, haciendo que ambos me observasen, ni siquiera me detuve a mirar hacia él, tan sólo caminé ha