Aquella mañana era diferente a cualquier otra, no sólo porque yo no solía beber, ni salir de fiesta, y tenía un ligero mareo constante, unas grandes ganas de echar hasta el hígado por la boca, ni siquiera era el hecho de que aún estaba acostada en mi habitación, que, por supuesto llegaría tarde al trabajo, había otra cosa que la hacía muy diferente a cualquier otra, era la primera vez que escuchaba aquella paz, y no el bullicio de la avenida.
No había ni un solo sonido que inundase la calma de la mañana, solo los pájaros presenciando un nuevo día, y una lejana fuente, a lo lejos.
Abrí los ojos, con resaca, sintiendo el leve ronroneo de un pequeño gato que se acurrucaba en mi pecho.
¡Dios! No podía recordar nada de anoche, después de la exposición me había dejado envolver por las ideas de Colette, y había acabado en aquel bar.
Miré hacia el techo, observando la enorme lámpara dorada con grandes velas en lugar de bombillas, adornándolo. Despreocupada. Apoyando la mano en mi cuello, girando la cabeza, con calma, sin ningún tipo de alarma, fijándome en las telas que adornaban la cama.
¡Oh! Aquella no era mi habitación. ¿Me había quedado en casa de algún amigo de Colette?
Abrí la pomposa colcha y saqué los pies de la cama, cayendo entonces en mi atuendo. Era un vestido blanco de estilo barroco, de seda, parecía ser muy caro.
Puse los pies en el suelo, admirando la enorme habitación en la que me encontraba, parecía una alcoba de una mismísima reina. Tenía de todo, desde cuadros costosos, hasta un hermoso sofá junto a la ventana, que en cuanto me acerqué me quedé altamente sin palabras.
El jardín que rodeaba la casa estaba lleno de flores, una fuente de estilo barroco, blanca, en el centro, y unos amplios terrenos que no parecía haber fin. Había mucho movimiento allí abajo, unos hombres montados a caballo, vestidos de época, se preparaban para partir a algún lugar.
Esto es un sueño – me aseguré a mí misma, caminando por la estancia, buscando mi bolso, mi teléfono móvil, o al menos algo que pudiese reconocer, pero no encontré nada. Tan sólo me detuve junto al gran espejo, junto al ropero, observando mi atuendo. Parecía una princesa, una condesa o algo parecido.
Cerré los ojos, volviendo a repetir esas palabras un poco más, pidiéndole a Dios que me hiciese despertar, pero antes de haber vuelto a abrir los ojos, para comprobar que efectivamente, todo era pura invención por mi parte, alguien abrió la puerta, haciendo que me girase para recibir a mi visitante.
Solo era un sueño – insistía, dando vueltas por la habitación, mientras la mujer se marchaba a buscar a ese tal Pierre que me ayudaría a vestirme.
Ni modo, debía seguir pretendiendo que era… quién fuese que fuera, hasta que el sueño hubiese terminado, ¿no es cierto?
Con la ayuda de las criadas, me puse aquel vestido. Aquella ropa era tan aparatosa de llevar, y pesaba tanto, que sentía que iba a desfallecer. Lo que más me costó fue el corsé, ¿cómo podían las mujeres de la época respirar con él puesto?
Maldita sea, justo cuando ya me había puesto aquel atuendo tan incómodo.
En tan sólo un par de minutos salí al jardín, quedándome perpleja con la mesa de más de cinco metros que habían montado, con los más ricos manjares que había visto jamás.
Me senté en la silla de madera, adornada con broches de oro, justo como me indicaba la criada que me seguía.
Probé algunos croisant de chocolate. Estaban deliciosos, realmente era un manjar de reyes. Bebí un poco de zumo, y luego miré hacia la criada que me dijo lo de los pasteles.
Un caballero se acercó a nosotras, con una gran sonrisa, sentándose en la misma mesa en la que yo me encontraba, sin tan siquiera esperar invitación por mi parte.
Sus miradas de interés no me pasaron desapercibidas, pero comenzaban a ser incómodas, y la situación se volvió más insostenible cuando mi criada de confianza se marchó a sus labores, y me quedé a solas con él.
No dije nada, sólo le observé, él estaba esperando una respuesta por mi parte, peor no iba a tenerla.
Se marchó sin más, a paso ligero, mientras yo observaba a aquel distinguido señor.
Paseaba por los jardines, intentando bajar aquella gran comilona de pasteles, observando maravillada el lugar. Papá lo hubiese adorado, pues le encantaba la jardinería.La fuente de angelitos era realmente bella, me quedé mirándola por horas, con aquel relajante sonido de agua que cae, casi me quedo dormida de pie, cuando una voz, frente a mí, me sacó de mis pensamientos.Su majestad – era una mujer pelirroja, con el rostro blanco y labios rosados, pendientes grandes, y un vestido blanco con perlas blancas adornando puntos estratégicos de este – en el palacio me dijeron que estaba usted aquí – asentí - ¿Cómo fue el reencuentro con Fersen? Le insistí en que no viniese a buscarla sin una misiva, pero insistió en que ardía en deseos de verla.¿y usted es? – quise saber, porque me estaba marea
Bajé las escaleras, parecía que aquello daba a las cloacas, o incluso a los calabozos, pero a medida que bajaba me iba adentrando más en lo que parecía ser una construcción subterránea de mármol, con grandes muros romanos, cubiertos por vegetación y enredaderas. ¿Qué lugar era aquel? – me pregunté a mí misma, al llegar al final de la escalera, observando una antigua chimenea, al fondo, y la estancia cubierta de velas apagadas. La estancia estaba solo iluminada por la luz que salía de la chimenea, como si alguien la hubiese prendido. Observé la enorme mesa con mantel rojo y sillas de maderas, en el centro, y un gran órgano al otro lado de la habitación. Mis manos seguían sujetando aquel viejo libro, en donde podía leerse en letras doradas “El Libro de los Reyes” Era el mismo libro que había encontrado en la exposición de historia en mi presente, fuera de aquel extraño sueño. Caminé por la estancia, arrastrando mi vestido al andar
“El libro es la oportunidad de cambiar el destino que está escrito” – había dicho aquel extraño hombre antes de desaparecer, sin más, como si de humo se tratase – “pero si no quieres usar el poder del libro, sólo tienes que sentarte a esperar que las cosas sucedan como están escritas, sin cambiar ni un ápice” Su majestad – me llamó la condesa en cuanto entré en el salón, donde el baile seguía su curso - ¿dónde os habíais metido? Os estaba buscando. Estaba a punto de responder cuando vi algo que me sorprendió a más no poder, el rey estaba bailando con una mujer, y parecían ser cercanos. Tenían cierta complicidad y ella no dejaba de sonreírle. Madame du Barry – me confirmó mi amiga, haciendo que comprendiese la situación. Era una de las amantes del rey. Aún recordaba sus palabras “Discreción” me había pedido, cuando justo en ese momento él hacía justo lo contrario. “Recuerda Ana”
Sentada en el alfeizar de la ventana miraba hacia el exterior, donde su majestad montaba en su corcel blanco, seguido de su séquito de guardias. Hacía tres días que había llegado a aquel lugar, y desde entonces, había hecho todo lo posible por seguir al pie de la letra el libro, incluso ignoraba al rey, intentando ser lo más borde posible con él, justo como era ella. Pero había algo dentro de mí que no me dejaba respirar, como si hacer lo correcto no fuese lo que quería hacer. Apoyé la cabeza en el marco, y pensé en las posibilidades que tenía. Quizás podía interesarme por la política exterior, aconsejar al rey para que no cometiese el error de dejarse llevar por aquella mujer, guiarle por el camino correcto. Aquello no cambiaría la relación que había entre nosotros, así que podría volver a casa, tan sólo cambiaría el destino del rey, pero no el de la reina. Si el destino de María seguía intacto yo podría volver a casa, añoraba a mi abuela y hacer pasteles, pe
De camino a casa, pensé en todas las cosas que sabía sobre él, todo lo que había leído en los libros de historia. Luis practicaba la lógica, gramática, retórica, geométrica y astronomía. Además de tener un gran conocimiento histórico y geográfico. En sus ratos libres solía dedicarse al oficio de la herrería, tenía gran pasión por ello y era muy meticuloso con su trabajo. Su forma de ser siempre fue muy tosca, muy reservado, evitando hablar sobre detalles de su vida con la reina, y con cierto aire de misterio. Era justo el tipo de chico que me gustaban a mí, y si a eso le sumábamos que era guapo, atractivo y que tenía una mirada que me hacía sentir a salvo… Condesa Polignac – la llamé - ¿sabe que es lo peor de amar a un rey? – ella me miró, sin comprender – que al final, él nunca sentirá lo mismo. ¿En qué momento ha sucedido? – preguntó, alterada - ¿en qué momento ha despertado inter
“Podemos ir tan despacio como necesite, mi reina” – resonaba su voz en mi cabeza – “no tengo prisa para consumar nuestro matrimonio” “Sólo quiero que estemos juntos, mi amor” El rey ha organizado un baile en su honor – aseguraba la dama de la corte, esa mujer morena de la que os he hablado alguna vez, su nombre era Celine – por eso, he mandado llamar a Pierre, vendrá hoy – asentí. ¿Por qué había organizado algo en mi nombre? Se suponía que el pueblo de Francia me odiaba. Así mismo, su majestad la espera en la biblioteca para tratar de temas políticos con usted – volví a asentir. Ya estaba vestida para la ocasión, me había puesto un bonito vestido en tono ocre para pasear por el jardín, quería buscar al guardián del libro para preguntarle más sobre él, pues desde que el rey y yo nos besamos, no había sucedido lo que se suponía. Aúnque no se había borrado ni una letra de él. Debo admitir q
Llevaba un hermoso vestido celeste con una tela de destellos, tenía el cabello recogido en un moño con trenzas, unos largos pendientes plateados y una gargantilla de seda con un diamante en el centro. La condesa se unió a mí, y juntas caminamos hacia el gran salón, donde la gente comenzó a murmurar en cuánto me vio aparecer. Barrí la sala con la mirada, buscando al rey, encontrándole junto a algunos cortesanos charlando animadamente, aunque dejó de hacerlo tan pronto como nuestras miradas se encontraron. Ni siquiera podía escuchar lo que mi amiga me decía sobre los rumores que había por la ciudad, en aquel momento sólo podía mirar hacia el hombre del que estaba enamorada, que caminaba hacia mí, a pasos agigantados, después de despedirse de la corte, sonreí, como una idiota, bajando la mirada, algo avergonzada. Mi reina – me llamó, deteniéndose junto a mí - ¿me haríais el honor de bailar conmigo?
Todas las palabras que el rey y yo nos dijimos quedaron en eso, en sólo palabras, y puesto que él había sido infiel a estas, yo podría hacer justo lo mismo, por eso estaba allí, en los jardines, con aquel bonito vestido blanco y mis pieles de conejo, brindando junto a mi séquito. Me tiré sobre el césped, estaba bastante mareada, demasiado champagne. ¿Cuántas veces le habría él echo daño a la reina? Porque yo también quería ser cómo ella, quería despilfarrar el dinero de la corona para llamar su atención. Deberíamos entrar – escuchaba de fondo a la duquesa – parece que pronto lloverá. Su alteza – me llamó mi amiga – debemos entrar. Me puse en pie, observando como los demás lo hacían, poniendo rumbo hacia nuestra sala de reuniones, observando por el camino al Rey, con sus consejeros reales. Ni siquiera me detuve a mirarle, no había vuelto a hablar con él, y cuando me ll