Aquella mañana soleada, los pajarillos canturreaban aquí y allá, mientras los rayos del nuevo día se colaban por las ventanas de la habitación. Mientras, en el exterior, los sirvientes se preparaban para enfrentar un nuevo día, la cocinera corría detrás de las gallinas, pues había un rico caldo que preparar para el almuerzo, los lacayos preparan los caballos reales, y las mucamas tendían las sábanas al sol, en la parte trasera. Pero no fue nada de eso lo que me despertó, si no sus caricias, sobre mi vientre, sonreí, abriendo los ojos, observándole allí, besando mi abdomen.
Mi conciencia aún estaba en ese lugar, aún podía escuchar su voz, rogándome para que me quedase a su lado, sus caricias en mi rostro, cuidándome, mientras yo, tumbada en la cama, y con ojos cerrados, seguía inconsciente. Sonreí, feliz, agradecida de encontrarme a su lado aún. Quizás todo fue un sueño, quizás aún tenía tiempo, aún podía aferrarme a aquella vida que no me pertenecía. Pero… algo me decía que no podía hacerlo, pues había algo extraño aquella vez. Un extraño sabor metálico invadía mi boca, como si mi sangre brotase de alguna parte, inundándola. Me dolía la boca y el cuello, como si me hubiesen dado una paliza, no podía entender qué ocurría. Quizás me había golpeado al caer al suelo, quizás… Desperté, sobresaltada, elevándome de la cama, sentándome sobre ella, observando la estancia en la que me hallaba, mirando a mi alrededor, escuchando de fondo el jaleo de los coches que pasaban por la avenida. Aquella habitación e
Ni siquiera quería pensar en todo lo que estaba sucediendo, tan sólo quería abrazar a la única persona que podría ayudarme a recomponer la vida que María Antonieta había destruido, llamaba, con insistencia a la casa de Colette, con el chófer esperándome abajo, asegurándome que no me dejaría sola, que debía ir a la revista. La puerta se abrió, y apareció un hombre con aspecto desmejorado, vistiendo una camiseta de rayas y unos pantalones anchos junto a una bata entre abierta, tenía la boca mojada, y apestaba a alcohol. Estoy buscando a Colette – dije, en cuanto me recuperé del impacto, haciendo que el hombre se rascase la cabeza, y me observase con incredulidad – señor… Aquí no vive ninguna Colette – espetó, cerrándome la puerta en las narices. ¡Dios! Aquello se ponía cada vez peor. ¿Cómo iba a encontrar a la abuela y a Colette? Cada vez que intentaba avanzar la puerta se me c
Mi mente intentaba contactar con mi cuerpo, avisarme de que aferrarme a sus labios de aquella manera no estaba bien, pues él no era mi Luis. Augusto era su nombre. Pero ni siquiera podía pensar con claridad, ni siquiera cuando me empotró contra el escritorio y me subió la falda para agarrarme el trasero. ¡Qué osado! ¡Ni siquiera Luis fue así jamás! ¡Oh Dios! ¡Qué estaba haciendo! ¡Y con mi jefe! Unos golpes en la puerta nos hicieron separarnos, colocándonos bien el traje, acicalándonos, observando a su secretaria, inmiscuyéndose en lo que no le importaba, como de costumbre. Señor, siento molestarle – era obvio que no lo hacía, en lo absoluto – tiene a su esposa por la otra línea. ¿Su esposa? ¡Oh Dios! La cosa se ponía cada vez peor. Gracias Susane – agradeció, observando como la muchacha se marchaba, posando sus ojos en mí – terminemos esto luego, en tu despacho, ahora estoy ocupado.
Mis pasos resonaban por los pasillos de aquella institución de alto standing, por supuesto los ancianos no se podían quejar, de lo bien cuidados que estaban, pero, aun así, separados de sus seres queridos. La vi en seguida, sentada junto a la ventana, mirando por ella, con la mirada entristecida, ignorando lo que su amiga le decía a su lado. Me detuve a escasos metros, aterrada, sin poder continuar, porque estaba mucho más delgada que la última vez que la vi y mucho más deteriorada. Parece que vienen a verte – susurró su amiga, pero ella ni siquiera se inmutó, a pesar de que la anciana se marchó, dejándonos un poco de intimidad. Caminé despacio hacia ella, apoyé mi mano sobre la suya y me agaché para observarla, necesitaba tocarla, abrazar a la única persona que necesitaba en aquel momento. Su reacción fue instantánea, me observó, estudiándome con la mirada, intentando encontrar a su nieta dentro de aquel cuerpo, y parec
Decidí confiar en la abuela, contarle toda mi historia, pero ni siquiera sé si me creyó o no. Ella me puse al día de todo lo que había sucedido en mi ausencia, de todo lo que María hizo con mi vida, y de lo mucho que humilló a Colette. Quería ponerme a trabajar, no me importaba en qué, tan sólo quería, necesitaba, reunir dinero para recuperar nuestra pastelería. Era el sueño de la abuela, pero también el mío. Tengo que reconocer que fue difícil, volver a ganarme la confianza de las personas que María había traicionado, sobre todo la de Colette, pero dos años más tarde, cuando volvía a casa después de un día de duro trabajo en la gasolinera, la encontré en casa, charlando con la abuela. Dejé el bolso colgado en la percha del recibidor, de la pequeña casa que costeaba con parte de mi sueldo, después de haber renunciado a la pensión que David quería pasarme tras el divorcio, no me quedaba mucho más, y mis sueños sobre recuperar la pastelería cada
En los aposentos de un gran hombre, uno que antaño fue rey de toda Francia, pero que, gracias a los consejos de una excepcional mujer, decidió retirarse del poder, actuando en la sombra, con lo que creía que era mejor para su propio pueblo y para el país entero. Así se formó la Asamblea General, donde él guiaba las decisiones más importantes, como miembro honorífico del mismo. Presionó el sello real sobre la carta que iba destinada a su preciosa hija. Le hubiese gustado entregar esa carta en persona, o incluso hablarle de todo aquello a su pequeña, pero no tenía tiempo que perder, debía dejar todo bien atado, porque sabía que se acercaba el día en el que debía dejar todo aquello atrás. Se había pasado casi 14 años de su vida buscándola, al amor de su vida, a aquella a la que una vez amó, y sin saber cómo, si la cordura era algo que le había abandonado, o si debía llevarse por su corazón, que le decía cada día que la mujer con la que compartía alcoba no
La vida a veces puede resultar monótona o aburrida, para alguien que tiene rutinas establecidas y que nunca sale de ellas, pero no para mí.Siempre me he considerado una persona muy paciente, soñadora y positiva, quizás por eso siempre he atraído las cosas buenas a mi vida.Con tan sólo dieciocho años ya tenía mi propio negocio, con la ayuda de mi abuela Anaella, a la que adoraba, teníamos una pequeña pastelería en el centro de Versalles, la ciudad en la que vivíamos. Lo cierto es que yo no nací en Francia, soy española, pero mi padre y toda la familia de este era francesa, así que, cuando cumplí dieciséis años me vine a vivir con mi abuela, dejando atrás mi preciosa casa en Galicia, y decidí probar suerte en un lugar donde nadie me conociese.Nuestra pastelería se llamaba Le gran croisant y tenía
Aquella mañana era diferente a cualquier otra, no sólo porque yo no solía beber, ni salir de fiesta, y tenía un ligero mareo constante, unas grandes ganas de echar hasta el hígado por la boca, ni siquiera era el hecho de que aún estaba acostada en mi habitación, que, por supuesto llegaría tarde al trabajo, había otra cosa que la hacía muy diferente a cualquier otra, era la primera vez que escuchaba aquella paz, y no el bullicio de la avenida.No había ni un solo sonido que inundase la calma de la mañana, solo los pájaros presenciando un nuevo día, y una lejana fuente, a lo lejos.Abrí los ojos, con resaca, sintiendo el leve ronroneo de un pequeño gato que se acurrucaba en mi pecho.¡Dios! No podía recordar nada de anoche, después de la exposición me había dejado envolver por las ideas de Colette, y hab&ia