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Capítulo 3. La leyenda.

Bajé las escaleras, parecía que aquello daba a las cloacas, o incluso a los calabozos, pero a medida que bajaba me iba adentrando más en lo que parecía ser una construcción subterránea de mármol, con grandes muros romanos, cubiertos por vegetación y enredaderas.

¿Qué lugar era aquel? – me pregunté a mí misma, al llegar al final de la escalera, observando una antigua chimenea, al fondo, y la estancia cubierta de velas apagadas. La estancia estaba solo iluminada por la luz que salía de la chimenea, como si alguien la hubiese prendido.

Observé la enorme mesa con mantel rojo y sillas de maderas, en el centro, y un gran órgano al otro lado de la habitación.

Mis manos seguían sujetando aquel viejo libro, en donde podía leerse en letras doradas “El Libro de los Reyes”

Era el mismo libro que había encontrado en la exposición de historia en mi presente, fuera de aquel extraño sueño.

Caminé por la estancia, arrastrando mi vestido al andar, observando, asustada, como todas las velas de la estancia se encendían, por arte de magia.

“Ana” – se escuchaba un susurro, una voz que no parecía provenir de ninguna parte. Seguí paseando por la estancia, dejándome llevar por aquella curiosidad, fijándome en el órgano, volviendo a escuchar mi nombre.

  • Ana – me di la vuelta, asustada, en cuanto la voz se escuchó mucho más nítida, descubriendo detrás de mí la figura de un hombre, con un uniforme rojo y dorado.

  • ¿Cómo sabe mi nombre? – quise saber, horrorizada, cada vez más temerosa con lo que estaba sucediendo.

  • Tu nombre está escrito en el libro – aseguró. Le miré, sin comprender, cayendo en el libro que tenía en mi poder. Lo abrí, y leí el nombre que había escrito en él, con tinta roja, como si alguien lo hubiese escrito.

“Este libro pertenece a Ana María Bernard” – podía leerse.

Intenté explicar aquello, pero lo único que podía recordar era el corte que me hice con la hoja. La gota de sangre cayendo sobre el libro, desapareciendo después.

  • Así es, tu sangre lo ha despertado – aseguró. Le miré, sin comprender – Durante décadas este libro ha estado en el poder de la monarquía, así que podría decirse que eres la primera persona plebeya que llega aquí.

  • No lo entiendo – contesté - ¿qué ha despertado?

  • El libro conecta almas – contestó. Le miré, sin comprender – a lo largo de la historia, lo ha hecho así. Tú eres la única con poder de cambiar la historia.

  • ¿Qué quiere decir? – insistí.

  • La reina María Antonieta nunca amó a su esposo, vivieron hasta el fin de sus días en una mentira, infelices, sin poder vivir la vida que quisieron. Quizás tú, puedas cambiar eso.

La historia de María Antonieta, la recordaba bien, fue una reina muy odiada en Francia, tuvo tres hijos, aunque las malas lenguas decían que no eran del rey, sino de uno de sus amantes. Fue acusada de adulterio y murió en la guillotina, mientras que Luis XVI fue acusado de alta traición y murió en la cárcel, después de contraer viruela.

  • Esto es un sueño, ¿verdad? – el hombre negó con la cabeza, paseándose por la estancia junto a mí - ¿todo esto es real? Pero … si yo estoy aquí, ¿dónde está la reina?

  • ¿No te has preguntado por qué te pareces tanto a ella? ¿por qué nadie se ha extrañado de veros aquí en su lugar? – me encogí de hombros – si vos estáis aquí, quizás ella esté en vuestro mundo, viviendo la vida que no pudo.

  • Yo estoy feliz con mi vida – contesté – tengo todo lo que deseo.

  • Todo está escrito en el libro – aseguró – hasta tu llegada a este mundo, pero la historia dejará de escribirse en cuanto empiece a cambiar, y entonces deberás ser tú, la que la escriba a mano.

  • No entiendo…

  • Tu llegada a esta época no ha sido una casualidad – admitió el hombre – tu destino era aparecer aquí, todo sucederá de la manera que elijas, pues eres tú la que escribe su propia historia.

  • ¿Qué debo hacer para volver a casa? – pregunté, pues eso era lo único que quería saber en aquel momento.

  • Tu sabes cómo termina la historia de María Antonieta y Luis XVI, así que si quieres volver a casa tienes que dejar que todo suceda igual que está escrito – asentí – Porque… en ese tiempo que has estado aquí, todo ha sucedido tal y cómo estaba escrito ¿no? – asentí – si alguna vez tienes dudas de cómo sucederán las cosas puedes leer el libro, pero cuidado, si cambias algo, lo que está escrito desaparecerá.

Sólo tenía que seguir el libro al pie de la letra. No había nada que temer.

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