Bajé las escaleras, parecía que aquello daba a las cloacas, o incluso a los calabozos, pero a medida que bajaba me iba adentrando más en lo que parecía ser una construcción subterránea de mármol, con grandes muros romanos, cubiertos por vegetación y enredaderas.
¿Qué lugar era aquel? – me pregunté a mí misma, al llegar al final de la escalera, observando una antigua chimenea, al fondo, y la estancia cubierta de velas apagadas. La estancia estaba solo iluminada por la luz que salía de la chimenea, como si alguien la hubiese prendido.
Observé la enorme mesa con mantel rojo y sillas de maderas, en el centro, y un gran órgano al otro lado de la habitación.
Mis manos seguían sujetando aquel viejo libro, en donde podía leerse en letras doradas “El Libro de los Reyes”
Era el mismo libro que había encontrado en la exposición de historia en mi presente, fuera de aquel extraño sueño.
Caminé por la estancia, arrastrando mi vestido al andar, observando, asustada, como todas las velas de la estancia se encendían, por arte de magia.
“Ana” – se escuchaba un susurro, una voz que no parecía provenir de ninguna parte. Seguí paseando por la estancia, dejándome llevar por aquella curiosidad, fijándome en el órgano, volviendo a escuchar mi nombre.
“Este libro pertenece a Ana María Bernard” – podía leerse.
Intenté explicar aquello, pero lo único que podía recordar era el corte que me hice con la hoja. La gota de sangre cayendo sobre el libro, desapareciendo después.
La historia de María Antonieta, la recordaba bien, fue una reina muy odiada en Francia, tuvo tres hijos, aunque las malas lenguas decían que no eran del rey, sino de uno de sus amantes. Fue acusada de adulterio y murió en la guillotina, mientras que Luis XVI fue acusado de alta traición y murió en la cárcel, después de contraer viruela.
Sólo tenía que seguir el libro al pie de la letra. No había nada que temer.
“El libro es la oportunidad de cambiar el destino que está escrito” – había dicho aquel extraño hombre antes de desaparecer, sin más, como si de humo se tratase – “pero si no quieres usar el poder del libro, sólo tienes que sentarte a esperar que las cosas sucedan como están escritas, sin cambiar ni un ápice” Su majestad – me llamó la condesa en cuanto entré en el salón, donde el baile seguía su curso - ¿dónde os habíais metido? Os estaba buscando. Estaba a punto de responder cuando vi algo que me sorprendió a más no poder, el rey estaba bailando con una mujer, y parecían ser cercanos. Tenían cierta complicidad y ella no dejaba de sonreírle. Madame du Barry – me confirmó mi amiga, haciendo que comprendiese la situación. Era una de las amantes del rey. Aún recordaba sus palabras “Discreción” me había pedido, cuando justo en ese momento él hacía justo lo contrario. “Recuerda Ana”
Sentada en el alfeizar de la ventana miraba hacia el exterior, donde su majestad montaba en su corcel blanco, seguido de su séquito de guardias. Hacía tres días que había llegado a aquel lugar, y desde entonces, había hecho todo lo posible por seguir al pie de la letra el libro, incluso ignoraba al rey, intentando ser lo más borde posible con él, justo como era ella. Pero había algo dentro de mí que no me dejaba respirar, como si hacer lo correcto no fuese lo que quería hacer. Apoyé la cabeza en el marco, y pensé en las posibilidades que tenía. Quizás podía interesarme por la política exterior, aconsejar al rey para que no cometiese el error de dejarse llevar por aquella mujer, guiarle por el camino correcto. Aquello no cambiaría la relación que había entre nosotros, así que podría volver a casa, tan sólo cambiaría el destino del rey, pero no el de la reina. Si el destino de María seguía intacto yo podría volver a casa, añoraba a mi abuela y hacer pasteles, pe
De camino a casa, pensé en todas las cosas que sabía sobre él, todo lo que había leído en los libros de historia. Luis practicaba la lógica, gramática, retórica, geométrica y astronomía. Además de tener un gran conocimiento histórico y geográfico. En sus ratos libres solía dedicarse al oficio de la herrería, tenía gran pasión por ello y era muy meticuloso con su trabajo. Su forma de ser siempre fue muy tosca, muy reservado, evitando hablar sobre detalles de su vida con la reina, y con cierto aire de misterio. Era justo el tipo de chico que me gustaban a mí, y si a eso le sumábamos que era guapo, atractivo y que tenía una mirada que me hacía sentir a salvo… Condesa Polignac – la llamé - ¿sabe que es lo peor de amar a un rey? – ella me miró, sin comprender – que al final, él nunca sentirá lo mismo. ¿En qué momento ha sucedido? – preguntó, alterada - ¿en qué momento ha despertado inter
“Podemos ir tan despacio como necesite, mi reina” – resonaba su voz en mi cabeza – “no tengo prisa para consumar nuestro matrimonio” “Sólo quiero que estemos juntos, mi amor” El rey ha organizado un baile en su honor – aseguraba la dama de la corte, esa mujer morena de la que os he hablado alguna vez, su nombre era Celine – por eso, he mandado llamar a Pierre, vendrá hoy – asentí. ¿Por qué había organizado algo en mi nombre? Se suponía que el pueblo de Francia me odiaba. Así mismo, su majestad la espera en la biblioteca para tratar de temas políticos con usted – volví a asentir. Ya estaba vestida para la ocasión, me había puesto un bonito vestido en tono ocre para pasear por el jardín, quería buscar al guardián del libro para preguntarle más sobre él, pues desde que el rey y yo nos besamos, no había sucedido lo que se suponía. Aúnque no se había borrado ni una letra de él. Debo admitir q
Llevaba un hermoso vestido celeste con una tela de destellos, tenía el cabello recogido en un moño con trenzas, unos largos pendientes plateados y una gargantilla de seda con un diamante en el centro. La condesa se unió a mí, y juntas caminamos hacia el gran salón, donde la gente comenzó a murmurar en cuánto me vio aparecer. Barrí la sala con la mirada, buscando al rey, encontrándole junto a algunos cortesanos charlando animadamente, aunque dejó de hacerlo tan pronto como nuestras miradas se encontraron. Ni siquiera podía escuchar lo que mi amiga me decía sobre los rumores que había por la ciudad, en aquel momento sólo podía mirar hacia el hombre del que estaba enamorada, que caminaba hacia mí, a pasos agigantados, después de despedirse de la corte, sonreí, como una idiota, bajando la mirada, algo avergonzada. Mi reina – me llamó, deteniéndose junto a mí - ¿me haríais el honor de bailar conmigo?
Todas las palabras que el rey y yo nos dijimos quedaron en eso, en sólo palabras, y puesto que él había sido infiel a estas, yo podría hacer justo lo mismo, por eso estaba allí, en los jardines, con aquel bonito vestido blanco y mis pieles de conejo, brindando junto a mi séquito. Me tiré sobre el césped, estaba bastante mareada, demasiado champagne. ¿Cuántas veces le habría él echo daño a la reina? Porque yo también quería ser cómo ella, quería despilfarrar el dinero de la corona para llamar su atención. Deberíamos entrar – escuchaba de fondo a la duquesa – parece que pronto lloverá. Su alteza – me llamó mi amiga – debemos entrar. Me puse en pie, observando como los demás lo hacían, poniendo rumbo hacia nuestra sala de reuniones, observando por el camino al Rey, con sus consejeros reales. Ni siquiera me detuve a mirarle, no había vuelto a hablar con él, y cuando me ll
Pasaron tres días después de eso, y no tenía noticias de su majestad. ¿Qué había sucedido? Se habría librado de su amante. Ni siquiera podía preguntarle, pues siempre estaba ocupado en reuniones con sus consejeros, montando a caballo, yendo de caza o incluso en el lago pescando, pero nunca tenía tiempo para hablar conmigo. ¿Me estaría evitando? – esa era la pregunta que rondaba mi mente, por esa razón estaba allí, frente a su puerta. Llamé repetidas veces, pero parecía no haber nadie, empujé la muerta y me quedé estática. Él estaba allí, junto a su amante, lucía aterrado, y enfadado al mismo tiempo. Marquesa, debería marchase a casa. Ya le dije en mi carta que todo ha terminado. Me debo a mi reina, ella… ¿Crees que ella va a dejar a sus múltiples apantes por vos? – él tragó saliva. Empujé la puerta, haciendo que ambos me observasen, ni siquiera me detuve a mirar hacia él, tan sólo caminé ha
El tiempo pasa realmente rápido cuando estás a gusto, cuando eres feliz, cuando quise darme cuenta había pasado un año a su lado, un maravilloso año en el que habíamos ganado en complicidad, se podría decir que nos conocíamos perfectamente con sólo una mirada, y el sexo era infinitamente mejor, por no hablar que, gracias a mis ideas de política exterior, estaba haciendo alianzas importantes con América. Estaba muy orgullosa de él. Estaba tan feliz en mi nueva vida, que ni siquiera me acordé de la historia, de que estaba en el pasado, y de que aquella no era mi vida, sino la de María Antonieta. Nuestras tropas ya están preparadas, su majestad – aseguraba uno de sus consejeros, de nuevo intentaba lanzar ese maldito ataque al norte. Le había dicho en cada reunión que eso no era una buena idea, pero nunca me tomaban en cuenta por ser mujer. Si mandamos todas nuestras tropas al norte, ¿qué sucederá cuando su al