“Podemos ir tan despacio como necesite, mi reina” – resonaba su voz en mi cabeza – “no tengo prisa para consumar nuestro matrimonio” “Sólo quiero que estemos juntos, mi amor”
¿Por qué había organizado algo en mi nombre? Se suponía que el pueblo de Francia me odiaba.
Debo admitir q
Llevaba un hermoso vestido celeste con una tela de destellos, tenía el cabello recogido en un moño con trenzas, unos largos pendientes plateados y una gargantilla de seda con un diamante en el centro. La condesa se unió a mí, y juntas caminamos hacia el gran salón, donde la gente comenzó a murmurar en cuánto me vio aparecer. Barrí la sala con la mirada, buscando al rey, encontrándole junto a algunos cortesanos charlando animadamente, aunque dejó de hacerlo tan pronto como nuestras miradas se encontraron. Ni siquiera podía escuchar lo que mi amiga me decía sobre los rumores que había por la ciudad, en aquel momento sólo podía mirar hacia el hombre del que estaba enamorada, que caminaba hacia mí, a pasos agigantados, después de despedirse de la corte, sonreí, como una idiota, bajando la mirada, algo avergonzada. Mi reina – me llamó, deteniéndose junto a mí - ¿me haríais el honor de bailar conmigo?
Todas las palabras que el rey y yo nos dijimos quedaron en eso, en sólo palabras, y puesto que él había sido infiel a estas, yo podría hacer justo lo mismo, por eso estaba allí, en los jardines, con aquel bonito vestido blanco y mis pieles de conejo, brindando junto a mi séquito. Me tiré sobre el césped, estaba bastante mareada, demasiado champagne. ¿Cuántas veces le habría él echo daño a la reina? Porque yo también quería ser cómo ella, quería despilfarrar el dinero de la corona para llamar su atención. Deberíamos entrar – escuchaba de fondo a la duquesa – parece que pronto lloverá. Su alteza – me llamó mi amiga – debemos entrar. Me puse en pie, observando como los demás lo hacían, poniendo rumbo hacia nuestra sala de reuniones, observando por el camino al Rey, con sus consejeros reales. Ni siquiera me detuve a mirarle, no había vuelto a hablar con él, y cuando me ll
Pasaron tres días después de eso, y no tenía noticias de su majestad. ¿Qué había sucedido? Se habría librado de su amante. Ni siquiera podía preguntarle, pues siempre estaba ocupado en reuniones con sus consejeros, montando a caballo, yendo de caza o incluso en el lago pescando, pero nunca tenía tiempo para hablar conmigo. ¿Me estaría evitando? – esa era la pregunta que rondaba mi mente, por esa razón estaba allí, frente a su puerta. Llamé repetidas veces, pero parecía no haber nadie, empujé la muerta y me quedé estática. Él estaba allí, junto a su amante, lucía aterrado, y enfadado al mismo tiempo. Marquesa, debería marchase a casa. Ya le dije en mi carta que todo ha terminado. Me debo a mi reina, ella… ¿Crees que ella va a dejar a sus múltiples apantes por vos? – él tragó saliva. Empujé la puerta, haciendo que ambos me observasen, ni siquiera me detuve a mirar hacia él, tan sólo caminé ha
El tiempo pasa realmente rápido cuando estás a gusto, cuando eres feliz, cuando quise darme cuenta había pasado un año a su lado, un maravilloso año en el que habíamos ganado en complicidad, se podría decir que nos conocíamos perfectamente con sólo una mirada, y el sexo era infinitamente mejor, por no hablar que, gracias a mis ideas de política exterior, estaba haciendo alianzas importantes con América. Estaba muy orgullosa de él. Estaba tan feliz en mi nueva vida, que ni siquiera me acordé de la historia, de que estaba en el pasado, y de que aquella no era mi vida, sino la de María Antonieta. Nuestras tropas ya están preparadas, su majestad – aseguraba uno de sus consejeros, de nuevo intentaba lanzar ese maldito ataque al norte. Le había dicho en cada reunión que eso no era una buena idea, pero nunca me tomaban en cuenta por ser mujer. Si mandamos todas nuestras tropas al norte, ¿qué sucederá cuando su al
Aquella mañana soleada, los pajarillos canturreaban aquí y allá, mientras los rayos del nuevo día se colaban por las ventanas de la habitación. Mientras, en el exterior, los sirvientes se preparaban para enfrentar un nuevo día, la cocinera corría detrás de las gallinas, pues había un rico caldo que preparar para el almuerzo, los lacayos preparan los caballos reales, y las mucamas tendían las sábanas al sol, en la parte trasera. Pero no fue nada de eso lo que me despertó, si no sus caricias, sobre mi vientre, sonreí, abriendo los ojos, observándole allí, besando mi abdomen. Nuestro bebé está aquí dentro, María – aseguraba, ilusionado, haciéndome reír, mientras entrelazaba los dedos en sus maravillosos rizos, enamorada de ese bello rostro – ni siquiera quiero moverme de la cama, quiero permanecer todo el día aquí, a vuestro lado, mi reina. No seas agonías – me quejé, haciéndole reír, levantando la cabeza para observ
Mi conciencia aún estaba en ese lugar, aún podía escuchar su voz, rogándome para que me quedase a su lado, sus caricias en mi rostro, cuidándome, mientras yo, tumbada en la cama, y con ojos cerrados, seguía inconsciente. Sonreí, feliz, agradecida de encontrarme a su lado aún. Quizás todo fue un sueño, quizás aún tenía tiempo, aún podía aferrarme a aquella vida que no me pertenecía. Pero… algo me decía que no podía hacerlo, pues había algo extraño aquella vez. Un extraño sabor metálico invadía mi boca, como si mi sangre brotase de alguna parte, inundándola. Me dolía la boca y el cuello, como si me hubiesen dado una paliza, no podía entender qué ocurría. Quizás me había golpeado al caer al suelo, quizás… Desperté, sobresaltada, elevándome de la cama, sentándome sobre ella, observando la estancia en la que me hallaba, mirando a mi alrededor, escuchando de fondo el jaleo de los coches que pasaban por la avenida. Aquella habitación e
Ni siquiera quería pensar en todo lo que estaba sucediendo, tan sólo quería abrazar a la única persona que podría ayudarme a recomponer la vida que María Antonieta había destruido, llamaba, con insistencia a la casa de Colette, con el chófer esperándome abajo, asegurándome que no me dejaría sola, que debía ir a la revista. La puerta se abrió, y apareció un hombre con aspecto desmejorado, vistiendo una camiseta de rayas y unos pantalones anchos junto a una bata entre abierta, tenía la boca mojada, y apestaba a alcohol. Estoy buscando a Colette – dije, en cuanto me recuperé del impacto, haciendo que el hombre se rascase la cabeza, y me observase con incredulidad – señor… Aquí no vive ninguna Colette – espetó, cerrándome la puerta en las narices. ¡Dios! Aquello se ponía cada vez peor. ¿Cómo iba a encontrar a la abuela y a Colette? Cada vez que intentaba avanzar la puerta se me c
Mi mente intentaba contactar con mi cuerpo, avisarme de que aferrarme a sus labios de aquella manera no estaba bien, pues él no era mi Luis. Augusto era su nombre. Pero ni siquiera podía pensar con claridad, ni siquiera cuando me empotró contra el escritorio y me subió la falda para agarrarme el trasero. ¡Qué osado! ¡Ni siquiera Luis fue así jamás! ¡Oh Dios! ¡Qué estaba haciendo! ¡Y con mi jefe! Unos golpes en la puerta nos hicieron separarnos, colocándonos bien el traje, acicalándonos, observando a su secretaria, inmiscuyéndose en lo que no le importaba, como de costumbre. Señor, siento molestarle – era obvio que no lo hacía, en lo absoluto – tiene a su esposa por la otra línea. ¿Su esposa? ¡Oh Dios! La cosa se ponía cada vez peor. Gracias Susane – agradeció, observando como la muchacha se marchaba, posando sus ojos en mí – terminemos esto luego, en tu despacho, ahora estoy ocupado.