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Capítulo treinta y seis 

Mi reacción en el baño, casa, instituto, hospital, bosque. Todos y cada uno de ellos son raros, no se supone que debería irla enamorando como un par de tórtolos o una novela de amor-odio que termina en ser feliz por siempre. Rasco mi cabeza con frustración.

Yo no debería darle tantos problemas.

Deberíamos alejarnos de ellas.

Abro mis ojos de par en par. No quiero una vida sin ella, sin su olor, si su mirada, sin su cuerpo.

No.

La prado se detiene y lo primero que veo es a la gente de la manada rodeando la casa—Alpha, los padres de la señorita Xiomara están ahí dentro.

—Entendido—bajo del auto y todos voltean a verme, hacen un camino y desde fuera puedo ver y oler la sangre seca que hay en el suelo.

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