El bullicio del aeropuerto de Washington contrastaba con el silencio que reinaba en el interior del avión privado momentos antes de aterrizar. Sofía sostenía su bolso con fuerza, como si el tersado cuero pudiera anclarla a la realidad mientras sus pensamientos se arremolinaban. Cada paso que daba hacia la terminal le parecía eterno. A lo lejos, entre la multitud de pasajeros y trabajadores, vio la figura inconfundible de Aidan. Su porte impecable y su expresión tensa delataban el torbellino de emociones que también lo envolvía. James caminaba junto a ella, su presencia sólida como un escudo. Aunque no había dicho nada desde el beso que compartieron en el avión, Sofía podía sentir la energía contenida en cada fibra de su ser. Él no lo perdonaría. No ahora, ni nunca. Cuando Aidan los divisó, avanzó hacia ellos con pasos firmes, llevando en brazos a Alex. El niño, con su cabello despeinado y un osito de peluche apretado contra el pecho, parecía tranquilo, ajeno al huracán emocional q
El regreso a Nueva York estaba cargado de emociones. Peter, sentado al frente, mantenía su habitual compostura, pero no pudo evitar que una leve sonrisa se dibujara en su rostro mientras observaba la interacción entre James y Alex. No era frecuente que el frío y calculador asistente se dejara afectar por los sentimientos, pero aquella escena lo conmovía. Finalmente, todo parecía empezar a encajar. — Amigo, ¿me llevarás a ver al señor gruñón? —preguntó Alex con su habitual energía mientras jugueteaba con su oso de peluche—. ¡Yo quiero verlo! James sonrió y le acarició la cabeza, dejando escapar una pequeña risa. Aunque su corazón estaba lleno de felicidad, todavía le costaba asimilar que ese pequeño que tenía frente a él, con su carita inocente y su desbordante curiosidad, era su hijo. Todo parecía irreal, como un sueño del que temía despertar. — Claro que sí, campeón. Podemos ir a verlo juntos, si eso es lo que quieres. Alex... ¡tu abuelo está más ansioso que tú por verte! Mañana m
El pasillo del hospital estaba silencioso, interrumpido solo por el eco de los pasos y el susurro de las conversaciones lejanas. Alex sostenía con fuerza la mano de Sofía, su oso de peluche bajo el brazo, y una expresión que oscilaba entre la curiosidad y el nerviosismo que iluminaba su rostro. No sabía exactamente qué esperar, puesto que ya era no era “el señor gruñón” como él lo llamaba, ese hombre era su abuelo y estaba ansioso por verlo, desde el día en el que lo había visto desplomarse frente a él. — ¿Crees que al señor gruñón le guste mi oso? —preguntó Alex en voz baja, mirando a su madre con ojos expectantes. Sofía se agachó para ponerse a su altura, colocando una mano cálida en su mejilla. — Estoy segura de que le encantará, cariño. Pero, más que eso, sé que va a estar muy feliz de verte —le dijo, sonriendo con ternura, aunque su mirada revelaba una mezcla de emociones difíciles de ocultar, aún le costaba perdonar a Edward. Pero era el abuelo de su hijo y jamás le negaría l
Seis meses después... El bullicio de los preparativos de la boda llenaba la mansión, pero en medio de todo el ajetreo, Patrick luchaba por convencer al pequeño Alex de acompañarlo. Por supuesto, convencer a Alex nunca era tarea fácil. — Apresurate pequeño monstruo —le dijo Patrick, a Alex tomándolo de la mano—. Tenemos que acompañar a tu padre. ¿Te olvidas de que somos los caballeros de honor? Alex lo miró frunciendo el ceño, cruzó sus brazos y se negó a seguir caminando. — ¿Por qué no puedo ir con mi mamá? Quiero estar con ella. Patrick, sonrió. Se agachó y lo tomó de los hombros. — Escuchame, tu mamá llegará pronto. Es por eso por lo que debemos ir con tu padre, para que la novia o sea tu mamá, llegue y se puedan casar. Después puedes quedarte con ellos todo el tiempo que quieras. — ¡Eso no es verdad! Yo sé que se irán unos días de viaje y no es justo, yo también quiero ir. Patrick se paró inmediatamente, poniéndose en postura de jarrón. — ¿Acaso no quieres quedarte con lo
La habitación estaba inundada de luz. El sol de la tarde se colaba por las grandes ventanas, bañando todo con un brillo dorado que parecía anunciar la felicidad que estaba por venir. Sofía estaba de pie frente al espejo, mientras las manos hábiles de su amiga terminaban de acomodar el velo sobre su cabello recogido. Su vestido blanco, ajustado en la cintura y con una falda que caía en suaves ondas, la hacía lucir como una visión sacada de un sueño. El murmullo del ajetreo se escuchaba a lo lejos, en algún lugar de la casa, pero en ese cuarto todo parecía suspendido en una calma expectante. Sofía tomó aire profundamente y cerró los ojos por un momento, tratando de calmar los nervios que le revoloteaban en el pecho. — ¿Lista? —preguntó Becky, su voz cálida rompió el silencio. Ella estaba parada detrás, con una sonrisa divertida y los ojos llenos de lágrimas contenidas. Sofía abrió los ojos y se encontró con su reflejo. Por un instante, apenas reconoció a la mujer que la miraba desde
La luna llena brillaba con intensidad, lanzando su luz plateada a través de los ventanales abiertos de la suite nupcial. La habitación estaba decorada con pétalos de rosas blancas, velas parpadeantes y una suave fragancia floral que llenaba el aire. Sofía estaba de pie junto al ventanal, descalza, con su vestido de novia aún puesto, pero el velo descansaba sobre una silla cercana. La brisa nocturna jugaba con un mechón rebelde de su cabello, y ella lo apartó con delicadeza, perdiéndose en la vista del cielo estrellado. James la observaba desde la puerta. Había algo en su silueta iluminada por la luna que lo dejaba sin aliento. Su esposa. Finalmente, después de todo lo que habían pasado, ella era su esposa. La mujer que había cambiado su mundo entero estaba ahí, tan cerca, y aun así, cada vez que la miraba, parecía un milagro imposible. Sin hacer ruido, se acercó a ella. Sus pasos eran firmes, pero cargados de una suavidad que solo él podía expresar. Cuando estuvo lo suficientement
—¿Está listo señor Lee para presenciar el nacimiento de su hija? _Preguntó el médico al verlo tan pálido— Si usted, quiere... puedo llamar a Becky o a Fernando para que acompañen a Sofia. Sofia al escuchar eso, le apretó fuerte la mano a James. —James Lee Fenton, si te desmayas aquí, juro que apenas me levante de esta cama, ¡me divorciaré de ti! —le gritó entre jadeos, mirándolo con enfado. El hombre tragó saliva, y sonrió. — Calmate, que no iré a ningún lado, es solo la impresión del momento. —Te recuerdo que soy yo la que está sufriendo los dolores ¡ah! —Gimió al sentir otra fuerte contracción. Mientras, todos afuera, esperaban. Angelo, aunque estaba en silencio, caminaba de un lado hacia otro, tratando de calmar su ansiedad, mientras que el otro abuelo estaba un poco más nervioso. — ¿Cómo puede ser que tarde tanto esto? —se quejó Edward—. Mi nieta ya debería haber nacido. Lucy miró a su padre con ternura. Si bien con ella siempre había sido un poco más cariñoso, nunca lo h
Edward tomaba su exquisito café, en su elegante y sofisticada oficina en Singapur, mientras mantenía una conversación mediante una video llamada con su hijo mayor, James. El joven era un prodigio en las finanzas, con su gran sagacidad e inteligencia había logrado llevar a la cúspide al imperio comercial y financiero que poseían. _ Otro negocio que has cerrado de manera exitosa _ le dijo a su hijo _ aunque tardaste bastante en convencerlos. La próxima vez, debes presionar más para no perder tanto tiempo en nimiedades. El joven suspiró hondo. Siempre era lo mismo, hiciera lo que hiciera su padre jamás estaría conforme, le exigiría más. _ Lo siento padre, es que hasta el último minuto lucharon por mantener su empresa_ dijo sonriendo tranquilamente _ entenderás que no debe ser fácil deshacerse de algo que les llevó tanto tiempo construir. _ Tonterías _ protestó Edward sin mostrar emoción _ Nosotros no hacemos caridad, eso se lo dejo a tu madre. Estamos aquí para ganar dinero y para