Los días transcurrieron como las páginas de un libro. Para algunos, el tiempo voló demasiado rápido, mientras que para otros, se arrastró con la lentitud de un arroyo que serpentea entre las piedras. Llegó el día señalado, y con él, la llegada de la santa a la capital del Imperio. La noticia se esparció como el viento entre los árboles, alcanzando a todos los habitantes. En la capital, la ciudad se vestía de fiesta. Las calles se engalanaban con adornos elaborados con flores y paletas de colores vibrantes. El bullicio de los ciudadanos llenaba cada rincón, y el aroma de las delicias culinarias flotaba en el aire. Era como si la propia ciudad estuviera tejiendo un tapiz de celebración para recibir a la santa. La alegría se manifestaba en las sonrisas de los habitantes, en la música que resonaba en las plazas y en el tintineo de risas que se mezclaba con el eco de los pasos apresurados. Las fachadas de las casas lucían flores frescas y guirnaldas festivas, mientras que los puestos de
La música, ahora más suave, envolvía el salón, marcando la transición de la tarde a la noche y acercándose al momento tan esperado por todo el pueblo: la bendición de la santa.Sin embargo, entre la pompa y la celebración, Maximiliano y Eleanor, buscando un respiro en medio de la festividad, lograron escapar hacia uno de los majestuosos jardines del palacio imperial. La transición de la bulliciosa sala al sereno exterior era como entrar en otro mundo.Los jardines, iluminados por suaves faroles colgantes, ofrecían un refugio de tranquilidad. Las fragancias de las flores se mezclaban con la brisa nocturna, creando un ambiente sereno y mágico. El césped estaba cuidadosamente cortado, y fuentes de agua suave añadían un murmullo relajante al entorno.Maximiliano y Eleanor, antes de sentirse cómodos en este oasis, se aseguraron de estar solos. Aprovecharon el rincón apartado para liberarse temporalmente de las formalidades y las miradas inquisitivas. La privacidad del jardín les brindaba u
Con dificultad, Eleanor descendió del escenario, su cuerpo exhausto reflejaba la ardua tarea que acababa de realizar. Cada paso parecía pesarle más que el anterior, y la debilidad la envolvía con cada instante que pasaba.Justo cuando la fatiga amenazaba con doblegarla, su cuerpo inclinándose hacia la inevitable rendición, una presencia reconfortante la detuvo. Una voz cálida, como un abrazo audible, resonó en sus oídos. Era Maximiliano, un compañero en esta travesía, quien había percibido el agotamiento en la hazaña de Eleanor.Maximiliano, con una agilidad casi instintiva, corrió hacia ella. Sus ojos reflejaban admiración y alivio al tiempo que sostenía con delicadeza a Eleanor, quien se encontraba al borde del colapso.El príncipe Marckus, con paso decidido, se aproximó rápidamente hacia Maximiliano, quien sostenía con delicadeza a la santa en sus brazos. Las luces del palacio iluminaban el camino, guiándolos por pasillos majestuosos hacia la estancia preparada.El interior del pal
Maximiliano salió cautelosamente de la habitación de Eleanor, cerrando la puerta con suavidad para no perturbar su descanso. La estancia estaba iluminada por la suave luz de unas lámparas de pie, creando una atmósfera tranquila y acogedora. Los muebles antiguos y la decoración clásica conferían al lugar un aire de elegancia atemporal.Necesitaba aire fresco y espacio para despejar la mente, así que se encaminó por los pasillos del imponente palacio. Las altas columnas y las intrincadas molduras en los techos añadían majestuosidad a su paseo. Pasaba por retratos de antiguos miembros de la familia imperial, cuyas miradas parecían seguirlo con ojos centenarios.Mientras caminaba, las sombras se movían con él, creando un juego de luces y sombras en las paredes de piedra. Maximiliano intentaba distraerse con la grandiosidad del palacio, pero sus pensamientos insistían en regresar a Eleanor."Somos solo buenos amigos", se repetía mentalmente mientras atravesaba un pasillo decorado con tapic
Eleanor se incorporó con cuidado de la confortable cama, la cual hasta momentos atrás le brindaba una sensación de descanso pleno. Sin embargo, esa paz se esfumó misteriosamente, dejándola incapaz de retomar el sueño, a pesar de sus esfuerzos. Después de un tiempo de frustrado intento, finalmente se rindió ante la vigilia, abandonando la cama con resignación.Decidió buscar consuelo junto a la ventana más cercana. La vista que se desplegaba frente a ella era impactante: un cielo estrellado y una hermosa luna la saludaba. Sin embargo, su mente estaba nublada por recuerdos perturbadores que la perseguían como sombras del pasado.Se sentó en el alféizar de la ventana, la frescura del vidrio contra su piel añadió un toque tangible a la mañana. Aunque la belleza del cielo se extendía ante sus ojos, los tormentosos pensamientos no le permitían apreciarla. Una brisa suave se colaba, jugueteando con sus cabellos, pero su atención estaba anclada en las figuras fugaces de aquellos que habían de
En aquellos días desafiantes, cada jornada se convertía en una proeza para ella. A pesar de la falta de facilidades, logró forjar un camino que, de alguna manera, le daba respiro. La adaptación se volvió su única opción, ya que no contaba con nadie a su alrededor.El transcurso de los años le concedió el regalo de la supervivencia y a los 12 años, podía mirar hacia atrás y reconocer el milagro que significaba haber crecido. Se encontraba sola desde que perdió a las únicas personas que conocía, y eso la marcó profundamente. Sin embargo, la vida después de esas pérdidas no fue un camino sencillo.El constante recuerdo de sus amigos y única familia la acompañaba día a día, como sombras que se negaban a desvanecerse. No tenía la fortuna de ser tan hábil para ganar dinero como Roma, ni la belleza y amabilidad de Laura al vender flores. Incluso carecía de la destreza de Philip para elegir las flores más hermosas. A pesar de ello, se aferraba a su propia astucia como un salvavidas.Caminand
Los años, como suaves pinceladas, marcaron el paso del tiempo en el tranquilo orfanato. La luz del sol se filtraba por las ventanas, creando un ambiente cálido y acogedor en la sala principal. Los niños reían y jugaban, llenando el espacio con la melodía alegre de la infancia.En ese entorno sereno, Lila creció con gracia y encanto. Su risa resonaba como campanas, y su rostro angelical la convertía en la niña más adorada por todos en el orfanato. Las monjas la consentían, y los demás niños la rodeaban con cariño, pero entre todos, Eleanor era su favorita.Las dos hermanas, unidas por lazos invisibles pero fuertes, compartían momentos juntas siempre que podían. Mientras Lila exploraba el mundo con ojos llenos de asombro, Eleanor se convertía en la guía y protectora de su pequeña. Juntas, recorrían los jardines del orfanato y se aventuraban en pequeñas travesías que solo ellas entendían.A medida que Eleanor crecía, también lo hacían sus responsabilidades en el orfanato. La madre Marian
Después de unos días de tranquilidad en la mansión Virtus, la calma se vio alterada con la llegada apresurada de la abuela de Lila, que provenía de otro territorio. Su nombre resonaba con elegancia y misterio: Lorena Lumiere. Su llegada a la mansión fue tan rápida como la luz, y Eleanor pudo notar la tensión en el ambiente cuando la abuela Lumiere acaparó a la niña con un fervor inusual.El salón principal, adornado con tapices antiguos y muebles suntuosos, se convirtió en el escenario de la inesperada visita. La abuela Lorena, de presencia imponente y mirada decidida, exigía que el nombre de la niña fuera cambiado a otro que la difunta madre de niña había elegido antes de su nacimiento.El duque, respetuosamente, no se opuso a la solicitud de la su suegra – Entiendo tu deseo, Lorena. Si eso es lo que deseas para Valeria, así será.Eleanor, observando la escena desde un rincón del salón, notó la resistencia en sus propios sentimientos. La abuela Lumiere, con manos hábiles, pronunció l