Capítulo 6

BIANCA

Llegué a mi habitación tras un par de minutos, me costó subir las grandes escaleras que llevaban a la tercera planta, donde estaba alojada mi habitación. La mansión de Giovanni Lobo era la más impresionante que había visto y eso que había visto muchísimas. Desde que era pequeña mis ojos divisaron los edificios más exclusivos y caros de Nueva York, también de Italia, solíamos ir de vacaciones y pasar por las islas para tomarnos semanas de descanso. En ese entonces Priscilla no era la de ahora, era una niña bonita y humilde, pero cuando creció, madre metió en su cabeza a la fuerza los planes que tenía para ella.

Conmigo no lo consiguió.

Supongo que no insistió tanto porque no salí de sus entrañas. Siempre fui la adoptada.

Caminé hasta la cama tumbándome sobre el edredón gris, estaba frustrada y cansada.

Solo en la privacidad de mi habitación me permití llorar, sacar todo lo que retenía en mi interior, porque esa tormenta no debía explotar, no aún. No estaba sola. Las sombras de mis paredes me vigilaban desde los agujeros pequeños, eran los hombres de Don. Seguro se sentía amenazado por mí o tal solo les ordenó eso para que no pudiera darle más problemas.

Estaba segura de que la noticia de mi agresión a Priscilla ya le había llegado a los demás Capos e integrantes de la Famiglia, eso no era bueno. O sí.

Excelente para mí.

Pésimo para él.

Mi puerta se abrió sin previo aviso. Giré mi cuello haciéndome daño por la intensidad, cuando mis ojos evaluaron la entrada, todo en mí se erizó. No había nadie. ¿Se había abierto sola? Fui hasta allí y la entorné de nuevo, ese vestido me estaba matando, así que me desplacé lentamente a mi vestidor privado.

Don se había tomado demasiadas molestias, claro eso fue antes de que sucediera la pelea.

No es justo.

La vida no es justa.

Deseché mi ropa a un cesto con prendas sucias y me busqué un albornoz. Oí en la pared como algo se movía, no tarde en ir de ese sitio. Esas sombras que me seguían a todas partes, empezaban a agobiarme, por eso decidí salir de la habitación para hablar con Don. Además, tenía cosas que investigar. Juntar información para destruirlo.

Sí, seguía con ese descabellado plan.

—¿Dónde va, señorita Bianca? —una voz varonil me alertó de inmediato.

Solté el pomo de la puerta y observé el pasillo buscando el dueño de esa voz.

Me encontré con un hombre robusto, más que Don, llevaba un traje negro como la noche, con las mangas remangadas dejando ver un tatuaje de la famiglia. Su cabello castaño estaba peinado hacia atrás con gomina. En su oreja llevaba un auricular, y a un lado de su cadera aprecié la forma de una pistola. Era atractivo, la forma de su rostro era cuadrada y su quijada se marcaba con violencia.

Era Luka.

El consigliere de Giovanni Lobo.

Su hermano de la Cosa Nostra y su compañero inseparable.

Luka y Giovanni se parecían tanto, solo que este no se veía la sangre manchando sus pupilas.

—Quería hablar con Don —le dije la verdad porque me convenía —. También tomar el aire. Mi habitación me agobia.

Sacaría información, sus planes, las salidas del trasporte del cargamento, los carteles de droga con los que colaboraba... Absolutamente todo. Me metería en su vida poco a poco, y lo destruiría en la sombra. Si tenía que chuparle la polla arrodillada en su despacho, lo haría. Por asco que me diera, lo haría por mi libertad.

Luka me echó un vistazo de arriba abajo, tan serio que me daba miedo.

—Eso no será posible —negó con autoridad —. Regrese a su cuarto.

Arrugue mi nariz.

—¿Por qué? ¿Está ocupado? Es verdad que quiero hablar con él, necesito decirle algo que me come por dentro y creo que no podré dormir hasta que se lo diga —pestañeé e hice una mueca con mis labios como una niñita.

Él se quedó parado observándome con paciencia.

—Señorita Bianca, no haga las cosas más difíciles. Váyase a su dormitorio y no salga hasta mañana. Es lo mejor que podrá hacer para su seguridad.

—¿Es qué pasa algo? —cuestioné con voz sutil.

—Señorita Bianca...

Entonces pasó.

Un gran estruendo soñó a lo lejos del jardín, las vibraciones llenaron a las paredes en cuestión de segundos. Todo el suelo que pisaba se zarandeó bajo mis pies débiles, perdí el equilibrio y caí sin agarrarme a nada para no hacerme daño. Luka se tapó los oídos agachándose hacia donde estaba para protegerme de los trozos de techo que caían amenazando con aplastarnos.

Otro estruendo más.

Vibraciones.

Las luces parpadearon. Terminaron por apagarse.

Y mucho caos.

Temblé debajo de Luka, él sacó la pistola que tenía atorada en su cintura y apuntó a la nada. Se arrodilló a mi lado revisando mi rostro entre el polvo el humo. Mi garganta raspaba, solo tosía cada vez más. No sabía que estaba pasando, pero estaba cagada de miedo hasta arriba.

—Quieta —marcó un número en su teléfono y se lo colocó en la oreja —. Señor, sí señor. Parece que fue en el jardín. ¿Dentro de la mansión también? Los hombros están afuera, los estábamos esperando. Sí. Los rusos no entrarán en la casa. Sí, señor. Está conmigo, la protegeré con mi vida. La llevaré al sótano y la subiré a un auto. Yo subiré con ella, señor. De acuerdo, lo intentaré.

La voz de la línea se oía furiosa. Sólo pegaba gritos y hablaba alto.

Luka curvó sus dedos en mi brazo y me obligó a levantarme.

—¿Qué pasa? —pregunté nerviosa.

—Los malditos rusos nos hicieron una emboscada. ¡Muévete! —bramó.

💀

En mi escondite solo oía disparos, voces lejanas y un leve murmullo en el exterior. Luka se había ido y me había dejado sola, dentro de un armario y con un arma de fuego para defenderme. Las cosas se habían complicado. Esos rusos que eran enemigos de Don consiguieron entrar en la fortaleza del mafioso, sembraron el caos en cada kilómetro.

Mi respiración era irregular, la segunda planta era el foco principal de todo. Las palabras en un idioma que no entendía se hacían más cercanas a cada minuto.

Y yo estaba en esa planta.

Quería llorar como una pequeña consentida que no tenía lo que deseaba, pero si lo hacía todo me descubrirían antes. Por el hueco del armario divise dos hombres con metralletas cargadas bajo sus hombros. Examinaban el lugar con intensidad, alertados en todo momento.

Cerré los ojos.

Si moriría, lo haría.

Pero no dejaría que me mataran.

Ambos individuos intercambiaron palabras. Rieron incluso.

Yo sonreí en medio de la oscuridad y me preparé para robarles su vida. Lleve el cañón de la pistola al hueco libre, la cargue de balas siendo lo más silenciosa posible y toqué con mi dedo índice el gatillo, esperando mi momento. Tenían en sus pechos armamento militar. ¿Eran militares rusos? Oh, no.

Respiré hondo cuando supe que no lo eran, solo lo parecía, estaban equipados así para recibir menos daño. Me preparé para apostar contra mi primera presa. Un ángulo perfecto para volarle los sesos de un disparo. Me llené de valor y conté hasta diez en mi mente, no había vuelta a atrás.

3

2

1

Apreté el gatillo.

Cómo me había imaginado, la bala se proyectó a la altura de su cerebro ingresando por detrás y saliendo por su frente. La sangre se esparció en el mármol del piso cuando su cuerpo muerto e inerte se estampó con violencia. La pistola que tenía no poseía de la velocidad que deseaba.

Me hice daño por el retroceso y mi dedo dolorido me estaba ardiendo. También mi pie, pero no reparé en eso. No tenía tiempo.

El otro sujeto me había descubierto, alzó la metralleta al armario, pero antes de que pudiera hacerlo salí de mi escondite y le disparé en sus manos. El arma cayó a sus pies, chilló de dolor. En un segundo todo se calmó. Una bala salió de otra pistola que no era mía y mató al hombre por la sien.

Don me había salvado.

Me quedé paralizada mirándolo, avanzaba por la estancia dando grandes zancadas.

—No sabía que te defendías tan bien —ladeó sus labios —. ¡Ahora muévete, niña tonta! —gritó en mi dirección.

—¡Deje de decirme niña! Soy más mujer que su esposa y le aseguro que puedo ser letal si me lo propongo.

No sé cómo pasó.

Solo sentí como me sostuvo de los hombros con sus manos y le lanzó al suelo. Mi cabeza se golpeó, un dolor agudo se instaló en ella, haciendo que todo en mí se estremeciera. Él disparó de nuevo a un sujeto que apareció en la entrada.

Estaba confusa. Y dolorida.

—¡Maldita sea! —exclamó Don —. Jodidos cabrones.

El cinturón de mi albornoz se soltó cuando me subí a su regazo y disparé contra otro hombre que le apuntaba en la sien. Él me salvo antes, yo lo había salvado ahora. Pero eso no significaba que iba a perdonarle todo. Solo era una muestra de confianza para que confiara en mí.

—¿Está bien, Don? —pregunté sonando preocupada, mi actuación había comenzado —. La bala lo pudo alcanzar, por suerte disparé primero.

Los ojos de ese miserable bajaron a mis senos, que ya no estaban cubierto por el algodón del albornoz sedoso. Su mano subió a mi cadera y junto mi intimidad con la suya restregándose. Oh, por Dios. ¿Qué hacía? Sonrió con diversión, jugando con mi pezón que se volvió duro al sentir su dedo frío. Era tan malditamente caliente, que podía dejar que hiciera con mi cuerpo lo qué deseará.

Entonces me quitó el albornoz de los hombros.

Quedando expuesta y excitada ante la mirada de ese monstruo.

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