La ciudad es un hervidero de actividad, y la calle Montpelier es una de las más concurridas. Por sus aceras caminan personas de todo tipo, desde ejecutivos apurados hasta vendedores ambulantes, desde turistas curiosos hasta mendigos cansados. Por sus carriles circulan carros de todos los colores y tamaños, que emiten sonidos estridentes y contaminantes. El tráfico es tan denso que a veces parece que no avanza nada. Pero en medio de ese escenario agobiante, hay un lugar que se destaca por su sabor y calidez. Es la esquina favorita de Abbey, donde hay un carrito que vende las mejores hamburguesas de la ciudad, con queso derretido, tomate fresco y salsa secreta. Allí la espera Thomas, el vendedor y cocinero que siempre trae una sonrisa en su rostro. Él la conoce desde que era una niña y la trata como una hija. —¡Señor Thomas! ¡Una hamburguesa de élite, por favor!Esa era la frase que Abbey solía decir cada vez que visitaba el carrito de Thomas. Él ya sabía lo que le gustaba: carne jugos
Después de años de sequía, una noticia importante les cayó como agua bendita. ¡Robert había despertado! El simpático chofer que llevaba tanto tiempo en el hospital aún tenía que pasar algunas pruebas médicas para descartar posibles secuelas del coma, pero Abbey no cabía en sí de felicidad.En pocos días, su familia podría llevárselo a casa. Evan le había asegurado que seguiría contando con él como chofer, siempre y cuando Robert quisiera continuar con su trabajo. De lo contrario, Evan se comprometía a seguir pagándole el sueldo mensual que le correspondía, tal como había hecho desde el primer día de su ingreso. Por eso la familia de Robert quería y respetaba tanto a Evan, por su bondad y su justicia.Lo que no le gustó a Abbey fue la respuesta que Evan le dio cuando le preguntó sobre el asunto de su madre fallecida y lo que Robert intentó decir el día del accidente. Evan se tensó y negó con la cabeza, diciéndole que lo que su madre hubiera hecho o dejado de hacer ya no era asunto suyo
—¿En peligro? ¿Qué quieres decir, Ryan? ¿Qué pasa con el club, Mercy?Mercy evitó su mirada.—Nuestro club está al borde de la extinción. Tenemos muy pocos miembros, nadie nos toma en serio, no tenemos ningún premio o reconocimiento que nos respalde. Nos han dado un ultimátum. Si no ganamos el próximo torneo, nos quitarán el club.Abbey se sobresaltó y se levantó de un salto.Esto no puede estar pasando…—¡No!—exclamó Abbey—. ¡Yo me uniré al club! ¡Yo también quiero participar!Ryan la miró como si acabara de ver un fantasma.—¿Estás loca? ¿Qué vas a aportar al club? ¿Sabes siquiera cómo se sostiene un florete?Abbey frunció el ceño.—¡Es lo menos que puedo hacer!Ryan se quedó boquiabierto, sin creer la reacción de la chica.(...)Abbey se estiró con las manos en las caderas y se inclinó hacia adelante, sintiendo cómo sus vértebras se alineaban con un crujido satisfactorio. Casi se le escapó un gemido de placer por el alivio que recorrió su espalda.Se giró para contemplar las toalla
Abbey estaba harta de escuchar los chillidos de las chicas cada vez que su prometido entraba en escena. Aunque ella era parte del club de esgrima, no tocaba nunca una espada. Su trabajo consistía en lavar las toallas sudorosas, reponer las botellas de agua vacías y ordenar el almacén. Pero desde que él se unió al club, el gimnasio se había convertido en un hervidero de admiradoras que no perdían detalle de sus combates y sus movimientos. Abbey les lanzaba miradas asesinas, pero ellas seguían con sus alaridos y suspiros.Evan acababa de derrotar a su rival con un golpe maestro de su sable. Se quitó el casco protector con una sonrisa triunfal, mientras las chicas de la grada le aclamaban con admiración. A pesar del sudor que le empapaba el rostro y el cuerpo por el calor y el esfuerzo, él irradiaba un encanto irresistible.Abbey lo observaba con fascinación. Él era ardiente y sorprendente. ¿Cómo era posible que no supiera que su prometido era un experto esgrimista?La noticia de que el
Abbey se recogió el cabello con un gesto ágil y observó el balde lleno de agua jabonosa y la escoba que le esperaban junto a la puerta.Estaba decidida a limpiar aquel lugar polvoriento.—Vamos allá —se dijo a sí misma.Abrió la puerta de una de las habitaciones y pulsó el interruptor de la luz. Nada ocurrió. Insistió un par de veces más, pero el resultado fue el mismo.—¿Se habrá fundido la bombilla? —se preguntó, frunciendo el ceño.Gracias a las indicaciones de Mercy, Abbey no tardó en dar con el almacén de herramientas y coger una escalera para alcanzar el bombillo fundido.Se trepó con cuidado y sin prisas. Aún no tenía un bombillo nuevo, pero pensaba pedírselo al chico andrógino una vez que hubiera desmontado el viejo. Quizás solo fuera cuestión de ajustar algún cable o soldar algún filamento para que volviera a brillar.La escalera se balanceó cuando Abbey estiró el brazo todo lo que pudo para desatornillar la bombilla. Se quedó inmóvil, temiendo caerse.Lo volvió a intentar, p
—Confieso que tenía cierta inquietud por el torneo, sabes.Evan sintió una punzada de molestia al oír a ese niñato. ¿Acaso ahora que él iba a cobrarse su revancha contra Mercy, Mercy se ponía a hablar con seriedad?Frunció el ceño y lo miró de reojo mientras se secaba el agua de la cara con la manga de su uniforme.—Pero ya lo tengo claro.—¿Ah, sí?—Sí, estoy en la misma sintonía que tú—Evan abrió mucho los ojos. Nunca había visto a Mercy tan grave como ahora. Nada que ver con el Mercy divertido, risueño y lleno de vitalidad de antes. Evan no creía que ese chiquillo pudiera poner una cara tan dura—. Ryan, Roan y el esgrima. Son mi razón de ser. Quiero protegerlos cueste lo que cueste.El joven CEO soltó un suspiro.—Si es así—alzó un puño, con camaradería—. ¡Tenemos que arrasar en el torneo!La sonrisa radiante y llena de energía de Mercy, regresó a su rostro. Chocó el puño de Evan con entusiasmo.—¡Así es! ¡Vamos a darlo todo!(...)Abbey canta bajito mientras remueve la comida. Exha
Abrió la boca en un bostezo sonoro. Se frotó los ojos, sintiendo el cansancio en sus huesos. Apenas era el segundo día de entrenamiento y ya estaba agotada. Y eso que no era ella la que blandía la espada.Caminó por el pasillo, curiosa por ver qué harían hoy los espadachines. ¿Usarían las armas de filo o las de madera? ¿Qué técnicas aprenderían?Se detuvo al pasar por una ventana. Su prometido estaba en el patio, practicando solo con una espada de metal. Se movía con gracia y destreza, como si fuera parte de él.Corrió a buscar una botella de agua y se acercó a él.—¿No te cansas de entrenar tanto? Ya es muy temprano y estás aquí.—Gracias —dijo él, tomando la botella y bebiendo un sorbo.—De nada. Pero dime, ¿por qué te esfuerzas tanto? Eres el mejor espadachín que he visto.Evan suspiró y se sentó en un escalón, invitando a su prometida a hacer lo mismo.—Cariño, eso no significa que pueda ganarle a cualquiera. Además...Miró al horizonte, con determinación en sus ojos.—Hice una pr
—¡Ya voy! ¡Ya salgo!—dijo Roan con voz avergonzada.Abbey se quedó paralizada. Su corazón latía a mil por hora. ¿Sería posible que él la hubiera visto salir del baño con solo una toalla cubriendo su cuerpo?¡Qué horror!Las lágrimas le nublaron la vista.—No, no, yo salgo primero —exclamó, sin medir las consecuencias.—¿Cómo? —preguntó Roan, girando la cabeza.Fue el instante fatal. Abbey salió para correr hacia la puerta, sin embargo resbaló con un pedazo de jabón que había quedado en el suelo y se desplomó. No pudo evitarlo. Pero él, con una agilidad sorprendente, la sujetó antes de que se golpeara.—¡Ojo!Los dos se dieron un porrazo en el suelo. Él se interpuso entre Abbey y el piso, salvándola de una caída peor. Pero ella se magulló la nariz contra el pecho de Roan.—¿Te has hecho daño?Ella estaba sin la toalla, rodeada por los brazos de él. La toalla estaba en su estómago.Abbey se apartó de él como si le quemara y se subió la toalla hasta el cuello.—¡Perdón! ¡Perdón! ¿Te he h