Olivia se colocó frente a él.
—No lo voy a detener, solo piense que, si desea recuperar a su familia, esta no es la manera.
—¿Qué sabes tú de lo que yo siento? ¿Cómo puedes aconsejarme cuando desconoces lo que es perder a quienes amas? —recriminó a Olivia.
La joven posó sus ojos cristalinos en la mirada de su jefe, los labios le empezaron a temblar y las lágrimas brotaron de sus mejillas. Iván tocó un tema muy sensible para ella.
—Lo entiendo más de lo que usted imagina... Yo tenía siete meses de embarazo cuando mi pareja clavó el cuchillo en mi vientre asesinando a mi bebé —confesó con la voz entrecortada.
Iván abrió sus ojos con sorpresa, arrugó su frente, y luego inclinó su cabeza avergonzado, mientras Olivia, se cubría con sus manos el rostro.
—Yo... lo lamento...—Iván, no sabía cómo disculparse, observaba a su asistente llorar
Qué triste escuchar la anécdota de Olivia y saber que muchas jovencitas, pensando en que con el primero que les calienta el oído su vida va a cambiar y al contrario se vuelve un infierno.
Olivia se cubrió el rostro con las manos temblorosas, estalló en llanto recordando los golpes, los insultos, las humillaciones, y hasta las violaciones de las que era objeto por parte de su pareja. —Tranquila —pronunció Iván, se puso de pie y fue por un vaso con agua, luego regresó y se lo extendió a la chica. Olivia dio varios sorbos intentando calmarse. —Él me amenazó, me advirtió que si yo decía algo atentaría en contra de mi bebé, por eso me quedé callada, a pesar de que estando embarazada me golpeaba, pero con el tiempo era peor, las discusiones y peleas eran constantes, yo tenía siete meses de embarazo, cuando llegó borracho a maltratarme primero de manera verbal, como yo no respondí empezó con los golpes, yo pude escapar de su agarre y me encerré en la habitación, pedí ayuda a mi papá, pero él logró abrir la puerta, se dio cuenta de la llamada, como un energúmeno me atacó sin piedad. —Iván, escuchaba aquel r
Días después El Padre Alejandro, dictaba una charla a un grupo de jóvenes reunidos en la iglesia, tomaba como ejemplo las palabras de Manuel Bireni: «La envidia de un amigo, es peor que la envidia de un enemigo» Iván junto a Olivia, para no interrumpir la charla, se acomodaron en las bancas de atrás del salón. «La envidia es el arte de contar las bendiciones del otro y no las propias» pronunció en voz alta el padre Alejandro, haciendo referencia a las reflexiones de su colega el sacerdote Bireni. —Me da bastante tristeza ver hoy en día mucha gente llena de envidia, anhelando tener lo que otros poseen. —El sacerdote observó a Olivia, le brindó una sonrisa a especie de saludo, la joven correspondió el gesto—. Ustedes dirán ¿Pero padre no tenemos dinero, no poseemos bienes, por qué nos envidian? —cuestionó mirando a los jóvenes que murmuraban entre ellos—. La en
—Sí me espera hasta cambiarme de ropa acepto su invitación. Iván sonrió. — Por supuesto. Minutos más tarde llegaron a la casa de Olivia, la joven bajó del vehículo, ingresó a su residencia en donde su mamá la estaba esperando con la mirada llena de ira. Apenas vio a su hija entrar por la puerta se abalanzó a ella queriendo abofetearla como era su costumbre, sin embargo, Olivia, le agarró la mano. —No pienso permitir que me vuelvas a tocar —pronunció con la voz temblorosa, sentía que las piernas le fallaban. La madre de la joven abrió sus ojos de par en par. —Soy tu mamá, y me respetas. ¿Piensas que ese riquillo se va a fijar en alguien tan simple e insignificante como tú? —Él no tiene nada que ver en mi vida, es solo mi jefe. —¿Segura? —cuestionó soltando una risa irónica—. Andas
Paloma, de la mano de Diego, llegaron al consultorio de la psicóloga Paulina Vélez, tomaron asiento en la sala de espera mientras los atendían. Observaban parejas con varios niños aguardando pasar a la consulta. Algunos minutos después ingresaron al consultorio. Diego saludó con una amplia sonrisa a su ex maestra de universidad. —Diego Serrano, uno de mis mejores estudiantes — comentó con alegría. —Paulina Vélez, una de mis extraordinarias docentes que tuve en la universidad — expuso, mirando con gratitud a la doctora. —Le presento a mi pareja, ella es Paloma Borrero —señaló él abrazando a su novia. —Mucho gusto. —Sonrió la chica—. Diego me ha hablado muy bien de usted. La doctora Vélez ladeó una sonrisa rememorando los recuerdos de cuando ella daba clases en la Facultad de Medicina de la Universidad Central del Ecuador.
Olivia sonrió con dulzura, con la mano temblorosa la colocó encima de la de Iván. La azulada mirada de él se posó en la joven, quién no podía sostenerle la vista porque sentía que, de un momento a otro, él iba a adivinar sus sentimientos—. Tú jamás me agobias, eres mi amigo, estamos para apoyarnos en las buenas y malas. —Tienes razón —expresó él, sin dejar de verla, al lado de aquella joven encontraba la paz que le hacía falta a su alma atormentada—. Hoy vine a festejar tu liberación y una nueva etapa en tu vida. Olivia sirvió el sushi en los platos. Iván descorchó el vino y lo colocó en dos copas. Comieron y bebieron hablando acerca de la aseguradora, ella trataba de mantener la mente de Iván ocupada en otra cosa que no fuera Paloma. —Me debes un baile —advirtió él. Olivia se enrojeció. —Te dije que no sé hacerlo —pronunció en un murmullo. —Eso s
La pareja ingresó a la alcoba solo existía una cama de madera de dos plazas pegada a una pared, una silla vieja arrumada en una esquina, varias tinas con ropa limpia a un costado de una pequeña mesa de planchar, además de algunas cajas de cartón apiladas en un extremo. —Disculpen somos humildes —volvió a repetir la señora. —Más bien usted discúlpenos a nosotros por venir a incomodarla —le dijo Olivia, con la mirada agradecida. —En estos momentos es cuando debemos ayudarnos unos a otros. — Sonrió la mujer. La señora salió de la habitación, Iván, también le agradeció el gesto. Olivia se sentó en un extremo de la cama, observaba la alcoba y escuchaba como de nuevo la lluvia caía. —¿Crees que hayan logrado evacuar a toda la gente cercana a la montaña? —No lo sé, espero que sí, sería una gran catástrofe, pero imagino que la
Cuenca- Ecuador. Dulce y Alejandro, sonreían felices mientras Paloma, y Diego, los columpiaban en el parque. —¡Más alto papi! —exclamó Alex. Cuando Paloma, escuchaba eso se le partía el corazón, tanto por sus hijos como por Diego, la situación no era nada sencilla. Pasaron toda la mañana en el parque, después almorzaron en un restaurante, regresaron al departamento. Los padres del doctor Serrano fueron a descansar mientras Paloma, pidió a sus niños sentarse junto a ella. Los pequeños estaban cerca de cumplir los cuatro años, comprendían mejor las cosas, pero su madre no sabía cómo empezar a hablarles de Iván. —Mis niños recuerdan que les comenté que su papá vive lejos —dijo Paloma, con la voz entrecortada, mientras sus pequeños con sus vivaces ojos la miraban curiosos. —No —respondió Dulce. —Sí —contes
Días después. La semana laboral llegó a su fin. Olivia tuvo muchos problemas con el personal de la empresa. Suspiró esperando el arribo de Iván que estaba previsto para el próximo lunes. La joven permanecía con la cabeza inclinada, revisando unas pólizas de seguro cuando de pronto la puerta de su oficina se abrió de improviso. Su mirada se iluminó y su corazón rebosó de alegría, palpitando con fuerza descomunal, se puso de pie con las piernas temblorosas, mientras el azul de la mirada de su jefe se posaba en ella. Iván cerró la puerta de la oficina. Olivia caminó hacia él tratando de disimular su deseo de lanzarse a sus brazos, una vez frente a frente, fue él quien la saludó con un abrazo que a ella la sorprendió, sin embargo, la joven lo estrechó con fuerza, aspirando su delicioso y varonil aroma. —¿Qué hay de novedades en la empresa? —averiguó saludando con un beso en la mejilla de la joven