Lucas bajó la mirada por un momento, procesando las palabras de Julián. Sabía que no podía forzar a su Alejandro a recordar, pero no podía rendirse tan fácilmente. Alejandro era como un padre, y aunque no fuera el mismo de antes, Lucas estaba seguro de que, en el fondo, todavía quedaba algo de ese hombre que había sido su héroe.— Lo entiendo, Julián — dijo finalmente Lucas, con voz tranquila pero decidida —. Pero tenemos que intentar algo más. Si no podemos hacer que recuerde por sí mismo... — hizo una pausa, mordiéndose el labio, antes de soltar la idea que había estado rondando por su cabeza —, quizá podríamos hacer que se ponga celoso. Eso podría ayudar.Julián arqueó una ceja, claramente no convencido por la idea.— ¿Celoso? — repitió, como si la palabra le resultara extraña en ese contexto —. No estoy seguro de que sea una buena idea, Lucas. Alejandro está... en un estado complicado. No creo que jugar con sus emociones sea el camino.Pero Lucas no se echó atrás. Había pensado en
El reloj en la pared marcaba las diez de la mañana con un leve tic-tac que resonaba en la oficina de Alejandro, una habitación amplia y luminosa, pero que en ese momento parecía más pequeña, más asfixiante. Frente a su escritorio, de pie en una postura tensa, Clara sostenía un sobre blanco. Su rostro estaba pálido, pero su mirada era firme. El silencio entre ellos era denso, cargado de emociones no dichas, de palabras atrapadas entre suspiros contenidos.Alejandro, sentado en su silla de cuero, la miraba con los ojos entrecerrados, intentando procesar lo que acababa de ocurrir. ¿Renunciar? ¿Acaso había escuchado bien? Clara, la mujer que había estado a su lado incluso cuando él no lo merecía, estaba de pie frente a él, entregándole su renuncia. El sobre en su mano quemaba como si fuera un hierro al rojo vivo, y aunque sus dedos lo sostenían con frialdad, por dentro sentía que todo en su vida se desmoronaba.— ¿Por qué? — quería preguntar, pero las palabras no salían de su boca. Él era
Clara, por su parte, sintió cómo la presencia de Sofía hacía que el aire de la oficina se volviera irrespirable. Todo el dolor, la confusión y la rabia que había estado conteniendo comenzaron a agolparse en su pecho. Alejandro no diría nada, lo sabía. Él la dejaría ir como siempre hacía. Mientras Sofía estuviera en su vida, Clara no tenía lugar allí.Alejandro intentó mantener la compostura, pero el conflicto interno lo estaba consumiendo. Quería que Sofía se fuera, que los dejara solos, que le permitiera a él y a Clara resolver lo que fuera que estaba ocurriendo entre ellos. Pero no podía mostrar debilidad frente a Sofía, no podía arriesgar el éxito de su plan por más que cada fibra de su ser le gritara que debía hacer algo.«Esto no puede estar pasando» pensó Alejandro, mientras veía cómo Clara luchaba por mantenerse firme.Sofía dio un paso más hacia Alejandro, ignorando por completo la tensión entre él y Clara.— Alejandro, tenemos que irnos — dijo con una sonrisa calculada —. La
Alejandro la miró, confundido por su repentino cambio de actitud.— ¿Lo conoces? — preguntó, frunciendo el ceño.Lucius, sin apartar la mirada de Sofía, sonrió con una frialdad que hizo que un escalofrío recorriera su espalda.— Sabes que nos conocemos, Alejandro — dijo con una voz suave pero cargada de veneno —. Mucho antes de que tú llegaras, Sofía y yo ya nos conocíamos. Pero no te preocupes, eso no me importa ahora. Ya llegará su tiempo.Sofía sintió que las piernas le fallaban. Apenas logró balbucear una despedida antes de girarse y prácticamente correr hacia la puerta. No podía soportar estar en la misma habitación que ellos dos. No ahora. No con todo lo que estaba en juego.Horas más tarde, Clara llegó a su departamento. El día había sido un completo caos, y todo lo que deseaba era descansar, desconectar de todo el drama que la rodeaba. Pero al entrar, se sorprendió al ver a su hijo sentado en el sofá, con una expresión seria en el rostro.— ¿Lucas? — preguntó, intentando ocult
— ¿Qué te pasa? — preguntó Clara, su voz apenas contenía el temblor del miedo y la sorpresa. Trató de liberarse, pero Alejandro no la soltaba.— No lo sé — respondió él con un tono frenético, como si estuviera a punto de perder el control de sí mismo —. No sé qué me pasa, Clara. No sé por qué estoy aquí... no sé por qué no podía dejarlo así. ¡Pero necesito saber por qué renunciaste!Clara lo miró, atónita. Esa no era la pregunta que esperaba. No era la confrontación que había anticipado al verlo. Su silencio fue prolongado, su mente corría buscando una respuesta coherente. Pero el silencio sólo parecía enfurecer más a Alejandro. Su rostro se tensó, sus ojos se oscurecieron aún más.— ¡Contéstame! — exigió, su voz temblando, como si estuviera al borde del colapso —. ¿Por qué renunciaste a mí? ¿Por qué te alejaste de todo?Clara tragó saliva, tratando de encontrar las palabras adecuadas, pero había algo en la forma en que Alejandro la miraba que la desarmaba. Sentía que estaba viendo a
Clara sintió el peso de cada paso mientras avanzaba hacia el edificio de Cedric. La fachada de cristal brillaba bajo la luz del sol, pero el ambiente frío y severo que emanaba el lugar parecía absorber cualquier calidez que el día pudiera ofrecer. El encuentro con Alejandro en el callejón aún resonaba en su mente como un eco persistente, y la presencia inquietante de Lucius, con sus palabras enigmáticas, no la ayudaba a calmarse.El edificio no era tan imponente como el de Alejandro, pero había una elegancia inquietante en su arquitectura. Parecía construido para intimidar, con sus líneas rectas y su entrada de mármol pulido. Clara se detuvo un momento frente a las puertas de cristal, intentando calmar su respiración. Sentía que el caos que acababa de vivir afuera la estaba siguiendo, como si pudiera sentir las miradas de Alejandro y Lucius todavía clavadas en su espalda. Pero no podía permitirse flaquear ahora.Con un último esfuerzo, cruzó las puertas.El interior del edificio era t
Lucas observaba el reloj de la pared de su aula con una impaciencia que parecía hacer que las manecillas se movieran más despacio. El día había sido interminable, y aunque intentaba concentrarse en las actividades escolares, su mente siempre volvía a lo mismo: su madre y ese hombre, Cedric. Sabía que hoy era su primer día de trabajo con él, y el malestar que sentía desde que había escuchado la noticia no lo dejaba en paz.Cuando finalmente sonó la campana de salida, Lucas se levantó de un salto, casi tirando su silla en el proceso. Los otros niños lo miraron, algunos con curiosidad, otros con indiferencia, pero él no prestó atención. Solo había una cosa en su mente: ver a su mamá. Asegurarse de que estaba bien.Mientras caminaba hacia la puerta de la escuela, sintió una ligera presión en su mano. Era Elena, su amiga, quien lo había alcanzado y ahora caminaba a su lado con una sonrisa tranquila en el rostro.— Tranquilo, Lucas — le dijo con su tono despreocupado, como si todo en el mund
Sofía caminaba de un lado a otro en su habitación, sus tacones resonando con cada paso sobre el suelo de mármol. La tensión en el aire era palpable, sus pensamientos se arremolinaban en su mente, todos girando en torno a Lucius. La incertidumbre la estaba devorando por dentro. Alejandro, tan cerca de ella y, a la vez, tan distante. Lucius, siempre en las sombras, observando. Sentía que algo estaba a punto de romperse, pero no podía identificar qué. Tenía que actuar rápido, antes de que todo se le escapara de las manos. Algo no estaba bien.La puerta de su habitación se abrió de golpe, interrumpiendo su marcha frenética. Entró Ramón, su tío, con esa manera tan suya de moverse, como si el mundo entero le perteneciera. Su mirada era una mezcla de desprecio y algo más oscuro, algo que siempre le hacía sentirse incómoda, pero la atraía al mismo tiempo.— ¿Qué quieres? — preguntó Sofía, deteniéndose y cruzando los brazos, tratando de mantener la compostura.Ramón no respondió de inmediato. E