— Viejo amigo. Te necesito.Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea, y Alejandro pudo imaginarse a su interlocutor recostándose en su silla, probablemente con una sonrisa irónica en el rostro.— Vaya, vaya — dijo la voz, ahora más relajada —. Alejandro Ferrer. Hace años que no sé de ti. ¿Qué te trae a mi puerta? No respondas, es la hija de puta mafiosa de Sofía.Alejandro respiro hondo. No era fácil pedir un favor a este hombre, pero no tenía otra opción.— Necesito tu ayuda — dijo, sin rodeos —. Estoy buscando a alguien. A esa misma alguien que mencionaste.— ¿A alguien? — la voz se hizo más curiosa—. Siempre dije que te crearía problemas…— Sofía… — respondió Alejandro, sintiendo el peso del nombre en su lengua —. Sofía Ramírez no solo está siendo un grano en el culo para mí, sino para mi mujer y su hijo.Hubo una breve pausa, antes de que su amigo soltara una carcajada seca, sin rastro de alegría.— ¿Entonces es real lo que dicen las noticias? — preguntó, divertido —. ¿
Claudio se apoyó contra la puerta, intentando recuperar el control de su respiración. Las palabras de Sofía lo atravesaban como cuchillos. Había pasado los últimos años viviendo en ese rincón olvidado, creyendo que su pasado estaba enterrado, que nadie vendría a reclamar lo que él había dejado atrás. Pero ahora, todo estaba volviendo a la superficie. Y su hija estaba aquí, frente a él, exigiendo respuestas, o eso creía.— ¿Cómo lo supiste? — preguntó finalmente, su voz temblorosa, pero sabiendo que no había escapatoria.Sofía lo miró con una mezcla de desprecio y satisfacción.— Siempre lo supe — dijo, cruzando los brazos, como si la revelación no fuera más que un mero trámite —. Siempre supe que había algo que no encajaba. Mamá… o, mejor dicho, Olivia, nunca fue realmente mi madre, ¿verdad? — Su tono era frío y cortante —. Toda la vida me crio Ernesto, pero las mentiras tienen un límite y necesito ocultarme temporalmente.— Pensé que era un buen padre…— Lo es, pero su trabajo no es t
Sofía estaba sentada en la pequeña y mugrienta sala de la casa de su padre, dando pequeños sorbos a una taza de café frío. Su mente estaba en otro lugar, analizando los próximos pasos, las posibles salidas. Sabía que no podía quedarme quieto por mucho tiempo. Estaba siendo cazada. Pero había algo en esa casa, en esa reconexión con su padre, que la mantenía allí. Aún no había terminado.Claudio, su padre, estaba de pie frente a ella, observándola con una mezcla de preocupación y tristeza. Todo lo que alguna vez había creído sobre su hija parecía tambalearse.— Sofía — dijo finalmente, rompiendo el incómodo silencio —, ¿qué fue lo que realmente pasó? Siempre pensé que sabías a qué se dedicaba Don Ernesto. — El nombre de su viejo amigo resonaba con un peso que lo hacía sentir sucio.Sofía bufó, cruzando las piernas con una elegancia que contrastaba con el lugar en el que se encontraban. Su rostro, sin embargo, era angelical mientras mentía con una maestría que había perfeccionado a lo la
El hombre, con una sonrisa burlona y cruel en su rostro, la miró con superioridad. Sus ojos tenían un brillo de malicia que hizo que el corazón de Clara se hundiera en su pecho.— Lo siento, las madres suelen ser un poco duras — dijo con una voz burlona, manteniendo a Lucas firmemente sujeto mientras miraba a Clara con desdén.Clara no pudo llegar hasta su hijo. Antes de que pudiera dar un paso más, sintió un dolor agudo en la cabeza, un golpe que la hizo caer al suelo. Todo a su alrededor comenzó a girar. Las imágenes se volvieron borrosas mientras el dolor lateaba en su cráneo. Intentó mantenerse consciente, pero el mundo se oscureció momentáneamente.El otro hombre soltó una carcajada mientras se agachaba y la levantaba en brazos como si fuera una muñeca de trapo. Su toque era asqueroso, y mientras la sostenía, no pudo evitar soltar un comentario desagradable.— Tienes una madre muy sexy, Lucas — murmuró el hombre, lanzando un silbido obsceno mientras miraba a Clara, inconsciente
Alejandro conducía a través de la carretera oscura, con una mano firmemente aferrada al volante, mientras la otra tamborileaba nerviosamente sobre su muslo. La noche estaba en completo silencio, pero en su mente, el caos era ensordecedor. Un mal presentimiento lo había invadido desde que salió de la oficina y recibió la llamada de Sofía, algo que no podía sacudirse ni con la velocidad a la que conducía. Sabía que algo andaba mal, muy mal. ¿Dónde estaba su mujer y su hijo?Clara y Lucas. Los tenían. Sofía los tenía.La furia lo consumía.«Esa mujer» pensó Alejandro, apretando los dientes hasta que la mandíbula le dolió. Sofía se había burlado de él durante demasiado tiempo. Cada movimiento, cada palabra que ella decía, estaba calculada para desestabilizarlo, para exponer sus debilidades. Pero esto no era un simple juego de poder. Esto era personal. Y ahora, Clara y Lucas estaban en peligro, atrapados en las redes de una mujer que no conocía límites.No podía dejar de pensar en lo que S
El hospital estaba abarrotado de gente, como si la misma noche hubiera decidido desembocar allí todas sus tragedias. Luces parpadeantes, el sonido de pasos apresurados, voces entrecortadas y susurros llenaban los pasillos. El caos era palpable, pero en medio de todo eso, Clara no podía concentrarse en nada más que en la presión latente en su pecho.Lucas estaba sentado a su lado, su pequeña mano aferrada a la suya, tratando de ser fuerte, aunque Clara podía sentir el temblor en sus dedos. Ambos habían sido atendidos, pero el miedo aún no los había dejado en paz. El secuestro, los golpes, esas horas de incertidumbre… y ahora, algo más estaba ocurriendo.De repente, los murmullos en la sala de espera se intensificaron. Algo estaba pasando.Clara levantó la cabeza, su mirada ansiosa buscando la fuente del alboroto. Un grupo de enfermeras y médicos se apresuraba hacia la entrada, y detrás de ellas, una camilla apareció, dominando el pasillo. En la camilla, un hombre inconsciente, con el r
— Quiero que esté bien — confesó Clara, su voz rota —. Con todo mi corazón, quiero que Alejandro esté bien.Don Arturo asintió, incapaz de decir más. Él también lo deseaba. Y sin pensarlo demasiado, se inclinó hacia ella y la envolvió en un abrazo. Clara se dejó abrazar, sintiendo por primera vez en mucho tiempo un refugio, un lugar donde dejar escapar todo el dolor. Llevaba demasiado tiempo navegando sola por el mundo con su hijo, y ahora, cuando pensaba que todo estaba bien, la vida había vuelto a golpearla con fuerza.Lucas, que había estado observando en silencio, se acercó a su madre y la abrazó también, envolviéndola con su pequeño cuerpo.— Todo va a estar bien, mamá — murmuró, sus palabras simples pero llenas de una extraña seguridad —. Alejandro va a estar bien.Clara respiró hondo, asintiendo débilmente mientras las lágrimas seguían cayendo, pero de alguna manera, las palabras de su hijo la confortaban.Finalmente, el médico salió del quirófano. Clara, Don Arturo y Lucas se
— Lo siento por las molestias, señor Alejandro — murmuró con la voz quebrada, sin poder mirarlo directamente por más tiempo.Alejandro, aún desconcertado, asintió levemente, su mirada todavía fija en Lucas, como si algo en el niño lo confundiera más de lo que estaba dispuesto a admitir.Pero Clara vio el ligero cambio en sus ojos, ese destello de algo que no podía identificar. Había algo allí, enterrado bajo la confusión.— Voy a buscar a tu padre — repitió Clara, su voz apenas un susurro mientras tomaba la mano de Lucas y lo guiaba fuera de la habitación.Alejandro se quedó en silencio, observándolos salir, con una sensación de incomodidad creciendo en su pecho. Había algo en ese niño, algo en su presencia… un sentimiento que no podía explicar. Era como si debiera conocerlo, como si debiera reconocer esa mirada, esa voz.Pero su mente estaba vacía.Y, sin embargo, no podía ignorar la extraña sensación en su pecho, especialmente cuando miraba a Lucas.Clara salió de la habitación con