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5: LA LOCA Y EL ASESINO, UN LOCO CUENTO DE HADAS

Esmeralda estaciona lo más lejos de la entrada de la central del aeropuerto, pues sabe muy bien que su Imre tiene tantos contactos como el espacio tiene estrellas; realmente no se puede decir que ha vivido después de sus dieciocho. Voltea a ver a David Alberto, quien mantiene una expresión neutral con la mirada al frente, ¿acaso no le afecta el saber que posiblemente no vuelva a ver nunca a su hermana? Aunque sea una regla de contrato, muchos hombres prefieren alejar a la Ninochka de sus familias. Mejor control al parecer.

Ella no ha visto a sus padres y lo agradece, pues sabe que si un día llega a verlos, les va a gritar muchas cosas y les reclamara, pero al final no va a importar cuánto diga o pida, al final volver a con su Imre.

— El viaje será de escala —habla David, sacándola de su ensimismamiento—, pide primera clase.

— De acuerdo —pone los ojos en blanco, voltea al asiento de atrás y sonríe radiante—. Vuelvo rápido, Simi, ¿sí?

Como es de esperarse, la Ninochka de piel oscura no responde. Eso le hace soltar un suspiro, la pobre de seguro ha mantenido tanto el silencio que las palabras no le han de surgir ya con facilidad. Ha conocido casos de mujeres mudas por trauma o por un maldito cabrón que se cansó de escucharla llorar. Odia los hombres, son un asco.

David Alberto observa a Esmeralda bajar, su gran cuerpo contoneándose a la central y parece ser que aquellos altos tacones no le molestan en lo absoluto, él recuerda a Arlyn quejándose a la hora de colocárselos. Niega con la cabeza, desviando rápidamente su mente de aquellos recuerdos; no está dispuesto a tener otro maldito ataque. Todavía no podía creer que hubiera tenido uno hace rato, había logrado controlarlos desde que comenzó a ir a terapia, pero con todo lo sucedido perdió el control y eso le molesta mucho.

— Cuéntame algo —dice, al notar el temblor de sus manos las cierra con fuerza—. Simio, di algo.

— ¿Lo qué sea? —cuestiona ella, acercándose un poco al frente. No quiere alzar la voz e irritar a su Imre.

— Sí, no importa.

— Cuando tenía cinco años de edad —comienza, sin un rastro de sonrisa o emoción en su rostro—, mi padre me llevó a comer a un famoso restaurante de la ciudad donde vivíamos. Era un lujo que nos dábamos los fines de semana, nada más él y yo. Mi padre pidió un impresionante corte de carne, mientras yo solo ingerí un platillo de mariscos, al final el mesero nos preguntó que si íbamos a querer postre, mi padre le golpeó y salimos de ahí, él gritando con mucho enfado: "¡no dejaré que engorden a mi hija!"

— Bien por él —David se ríe, negando con la cabeza en un gesto divertido; se ha imaginado la escena, cambiando a los personajes en ella y, bueno, hubiera sido un lindo recuerdo familiar. Ve por el retrovisor, Begum mantiene la cabeza baja y está sonriendo levemente, pero se mantiene callada y es de esperarse, ya que ella ha cumplido con su petición—. ¿Qué postre hubieras pedido? —al no recibir respuesta, voltea a verla sobre el respaldo del sillón— Nunca lo pensaste —atina al decir, ya que ella niega con la cabeza—. Bien, es hora de hacerlo. Necesito distraerme y eres la única aquí; sirve de algo.

— Supongo que un helado sabor durazno.

— ¿Eso sabe bien? —frunce el ceño.

— Es delicioso.

— Mi padre jamás me dejaba pedir postres —hace una mueca, recordando las tantas veces que Abraham le ofreció diversos dulces y él tuvo que negarse a todos ellos, incluso a los bastones de dulce que dan en navidad—, él decía que a un hombre lo dulce no le debería gustar.

— ¿Eso significa que jamás ha probado un dulce o algo con azúcar? —ella suena realmente sorprendida y es comprensible, al menos David ya está acostumbrado a eso.

— Jamás, solamente picantes o sabores amargos.

— ¿Qué hay de las bebidas? —toda bebida de envase posee azúcar, toda ¿cómo puede decir él que no ha probado dulce alguno?

— Agua natural —se alza de hombros—, jugos naturales.

— Las frutas portan azúcar —razona ella, frunciendo el ceño. Su mirada la ha centrado en los hombros de David, su campo de visión logrando fijar un poco su rostro—, unas más que otras.

— La necesaria y es natural. No condensada o saturada, esas definitivamente han de saber muy ricas, pero mi padre jamás permitió que las probara.

— Ahora entiendo el porqué de su físico —su Imre le ve sorprendido y ella se encoge ligeramente de hombros—. Tiene una alimentación libre de azucares y eso beneficia mucho a su estructura física —David sonríe de lado.

— ¿Te parece que tengo buen cuerpo? —Begum asiente y, bueno, él claramente se sintió alagado. Aunque era obvio que siempre le gustaría a las chicas, de cualquier tipo y clase, aunque al principio le odiaran— Me pondré a leer un poco más, no hagas ruido y si ves a Esmeralda, avísame —ella asiente en respuesta.

La razón por la que él quiere volver a leer algo tan ridículo es porqué necesita algo que le deje en claro que su madre es o no una Ninochka. El comportamiento de su madre, el sumiso, pudiera deberse a la educación que sus padres le hayan dado. Aunque no puede confirmar eso ya que nunca les conoció. Piensa en los tatuajes, posiblemente tenga uno y nunca se lo haya visto, pues ella siempre vistió de faldas largas y pantalón, por ello le pediría a su mamá que le mostrara los muslos y si tenía alguno de los animales que identificaban a las niñas pequeñas, él sabría la verdad.

Gruñe bajo al recordar que algunas de las mujeres no estaban tatuadas, pero solo si eran primerizas o vírgenes, por lo tanto, si su madre era una Ninochka definitivamente iba a tener uno.

David toma el folder, va de hoja en hoja hasta detenerse en donde se había quedado.

"Si usted, Imre, es nuevo teniendo una Ninochka es muy importante que comprenda lo que se viene a continuación.

Si su niña pequeña muestra actitudes con las cuales usted no está complacido, no dude en devolverla cuando los tres meses de tolerancia hayan pasado; no es fácil hacer una Ninochka, menos una tan obediente como las que nosotros hacemos.

Recuerde en llenar la hoja de entrega para dejar en claro cuál será su adquisición final y posibles aptitudes con las que usted se ha encontrado conforme."

El entrecejo de David se frunce, no está muy seguro de que aquello le pueda servir de mucho para saber si su madre es o no es una Ninochka. El que lo fuera, le haría ver que su padre es una gran m****a y que si por su madre fuera, ella nunca hubiera estado con ese hombre. Por lo tanto, jamás les hubiera tenido, pero si ella era comprada ¿acaso no debería de odiarlos? Posiblemente su padre abusó de ella y eso definitivamente estaba mal, sin embargo, no recuerda ningún momento en el que su madre les haya visto con asco u odio.

Suelta un bostezo, siente como el cansancio se le sube a los hombros y le entumece las piernas, por lo tanto no puede moverse por unos minutos. El ataque de pánico siempre le ocasionaba entumecimiento corporal por unas horas en diferentes intervalos de tiempo y era, para él, lo peor que podía existir. Lo hace sentirse indefenso, incapaz de poder decir "no" a quien quiera hacerle daño, gracioso porqué muchas veces pidió clemencia a su padre y este jamás se detuvo. "Es por tu bien", es lo que él decía.

Begum le toca débilmente el hombro, David voltea a verla, pero ella le señala la parte de enfrente con un movimiento lento y grácil. Frunce el ceño, voltea al lugar señalado y él hace una mueca; Esmeralda, con aquel vestido pegado al cuerpo, se acerca a ellos con una enorme sonrisa y los hombres que iban pasando a su lado o cerca, no dudaban en girarse para seguir viéndola. ¿Qué le podían ver a esa vaca? Sí, su caminar es muy preciso y ese color azul hace que su piel sea vea brillante, pero ¿atractiva? Claro que no.

¿Acaso estaban contando las lonjas que tenía? David se ríe, pues sabe lo mucho que van a tardar en hacerlo.

— Listo —dice Esmeralda, una vez abre la puerta para subirse—; Ten, tus boletos —se los extiende a David, junto con los pasaportes y licencias, los cuales revisa meticulosamente—. Puedes cambiarlos por vuelos que salgan antes del que está marcado.

— Los dos son de primera clase —suspira con alivio—, eso es lo que importa. No más asientos incomodos.

— Supongo.

— Bien —coloca el folder en sus piernas, voltea y extiende los boletos a Begum, mientras se guarda los documentos en los bolsillos de su pantalón—. Cuídalos bien —ella asiente y abraza los boletos contra su pecho, David Alberto hubiera optado por los bolsillos del abrigo—. Ahora debemos ir a por mi equipaje.

— ¿De nuevo con eso? Ya te dije que no puedo —la pregunta de Esmeralda hace que David la voltee a ver.

— Ahí tengo mi medicamento, son para los ataques de pánico; prevenirlos nada más. —se sienta correctamente, viendo al frente— ¿Aquí hay una farmacia?

— Sí, está entrando y ahí mismo te dan el permiso —Esmeralda se pasa ambas manos por el rostro, es obvio su cansancio y David puede entender que lo esté, pero para él: ella tiene la culpa. Si hubiera ido a la hora que él le dijo, no estarían ahí con el tiempo en contra.

— Perfecto —porque no está de humor de ver a su padre, ¿qué tal si se lo topaba en el hotel? M****a, mejor que él se la llevara—. Vámonos, Simio, dile: "Gracias" a Esmeralda —ordena, bajando de la camioneta.

— Gracias —murmura Begum, abre la puerta de su lado y está por bajar, pero Esmeralda logra tomarle de la muñeca y frenarla.

— Espera, Simi, quiero que tengas esto —deposita un pequeño papel en la mano de Begum—. Llámame cuando ya tengas suficiente, conozco personas que pueden ir y salvarte.

— Gracias.

Begum se reúne con David, quien la espera con cara de pocos amigos y es que él se siente así, no puede dejar de pensar en alguna forma de saber si su mamá es o no una Ninochka, sin que la realidad le golpee en la cara con fuerza. ¿Y qué si era una? Bueno, no le importaría mucho... << ¿A quién engaño? ¡Claro que va a importar! Mamá no ama a papá, no lo amó y eso quiere decir que posiblemente soy producto de una violación. >>

David traga el nudo que en su garganta se formó. No quiere caer en otro ataque, tampoco sacar conclusiones antes de tiempo, pero de alguna forma no es posible pensar en otra cosa. Voltea y ve a su Ninochka, el vestido que lleva deja mucho muslo a la vista y el color hace que la piel oscura resalte sin ningún problema. Las rosas rojas y rosas, simplemente lucen y David hace una mueca al ver como la ven todos, el problema es que la están viendo y que sabrán que viene con él.

Suelta un suspiro, le toma la mano y frunce el ceño al sentirla tensarse, ella sin decir nada le entrega con lentitud un pequeño papel.

— ¿Qué es esto? —cuestiona, viéndola apartar la mirada, pero ha visto el miedo en sus ojos y eso le hace parpadear confundido.

— Me lo ha dado la señorita Esmeralda, sospecho que es su número de teléfono.

— Ah, ¿también a ti te lo dio? —niega con la cabeza, ¿qué le costaba aquella gorda dar su número como cualquier persona normal?— Está bien, ya lo tengo registrado en el celular, así que no hay problema. Puedes tirarlo.

Ella se ve realmente sorprendida, camina sin su compañía a un cesto de b****a y deposita ahí el papel, vuelve a él con la cabeza baja. David Alberto le toma nuevamente la mano, comenzando andar dentro de la central del aeropuerto. Lo bueno es que Esmeralda ha conseguido el vuelo más pronto y que solo tiene que esperar a que los suban. Solo quiere irse ya y descubrir la verdad, también que el mínimo número de gente lo viera con Begum a un lado.

Estando dentro del lugar, lo primero que hace es ir a comprar sus medicamentos y se obliga no hacer ninguna cara de molestia al ser cuestionado por la mujer encargada, ya que le comenzó a bombardear con preguntas respecto a Begum: "¿es tu novia?" "¿cuánto tiempo llevan juntos?" "¿Irán de luna de miel?". No podía negar nada, pues qué explicación le iba a dar: "no, ella es mi Ninochka; acabo de comprarla". Cárcel, sin lugar a dudas.

Ya arriba del avión, él se acomoda en los suaves asientos y cierra los ojos. Quiere dormir antes de enfrentarse a la realidad y con ello se le vienen a la mente ciertos eventos: su madre ayudándole a tocar el violonchelo, su hermana y él jugando con viejos muñecos, su abuela llorando mientras sostiene la rodilla izquierda, su padre besando a una mujer que no era su madre... <<M****a>> Hace una mueca, se gira para quedar viendo al pasillo y se encuentra con las entrelazadas manos de Begum, ella las tiene sobre el regazo.

Eso le hace fruncir el ceño, alza la mirada y le observa, parece a punto de vomitar, pero más que nada de desmayarse. Luce pálida y por la fuerza que está haciendo para cerrar los ojos, es obvio que tiene miedo.

¿Sería aquel su primer vuelo? Él no recuerda el suyo, era muy pequeño cuando su padre le llevo fuera de la ciudad. Habían ido a visitar a unas personas mayores, eran tan viejos como sus abuelos, pero vivían en una casa muy pequeña y de madera. A él le había encantado el lugar, lleno de árboles y plantas, mucho terreno para correr y jugar. Fue lamentable cuando tuvieron que irse, David no quiso y la razón era que esas personas eran muy amables. Muy diferentes a lo que él estaba acostumbrado.

Luis y su esposa eran una cosa increíble, pero la comodidad que sintió con esas personas fue totalmente diferente. Eran muchos viajes para irlos a ver, jamás pudo memorizarlos todos, menos las escalas y con el tiempo, su padre dejó de llevarlo.

Suelta un suspiro, se endereza y toca ligeramente el hombro de Begum, ella voltea a verlo, pero sus ojos en ninguna ocasión se encuentran con los de él. Eso lo hace sonreír.

— ¿Es tu primer viaje? —cuestiona, volviéndola a usar para alejarse de posibles recuerdos que le ocasionen otro ataque.

— No, David Alberto; no es mi primer viaje, solo es que le tengo miedo a las alturas —confiesa y tiembla al escuchar el sonido de las puertas al cerrarse.

— Calma, no es tan malo —frunce el ceño e intenta recordar algo que ayude a la mujer a calmarse, por su cabeza aparece la bella sonrisa de su madre—. No sé si sea de ayuda, pero el hablar siempre hace un poco mejor las cosas —ella asiente.

— Se lo agradecería mucho.

— Lo sé. De nada —sonríe, para después rascar con nerviosismo la palma de su mano izquierda—. Mi primer ataque de pánico fue en el kínder, me pidieron pasar enfrente para recitarle un poema a mi padre, pero lo único que fueron a ver fue como caía al suelo gritando de terror —el avión comienza a avanzar, mientras el piloto empieza a hablar—. Recuerdo haberme esforzado muchísimo para ese evento, practicaba a diario, pero fue cuestión de tener el micrófono enfrente para que me llenara de cobardía: lloré, me oriné encina y caí al suelo. Desde ese día tuve problemas para dormir y socializar, lo cual empeoraba las cosas —hace una mueca—. Puedes preguntar; no me dejes hacer todo yo.

— ¿Le llevaron a tratar?

— Al principio no; mi padre dijo que eso me había pasado por maricón, me juntaba mucho con niñas cuando estaba en el kínder así que él le echo la culpa a eso —una sacudida hace a todo el avión moverse, Simio se encojen en su asiento y David hace una mueca, se siente inútil. No le gusta sentirse así. Debe distraerla de mejor manera—. Mi mamá me contaba el mismo cuento después de que cumpliera una semana sin dormir bien.

— ¿Cuento de hadas? —voltea a verlo, no a los ojos, pero sí en medio de las cejas.

— Sí, era lo único que hacía que conciliara el sueño — hace una mueca, se recuesta en el sillón y echa la cabeza para atrás, siente el avión elevarse— y yo no lo llamaría un cuento de hadas, ella lo llamó: "la loca y el asesino".

— Vaya nombre —logra escuchar en su tono de voz la burla, cosa que le hace sonreír—, ¿era un cuento apto para usted?

— Sé que suena bien puerco —se alza de hombros—, pero es la típica historia de amor. Incluso ahora se me hace un poco aburrida.

— ¿En serio? —ella arquea una ceja y David entrecierra los ojos, es una expresión que le queda bien a Begum.

— Sí —Begum suelta un bufido burlón, antes de enderezarse y recostarse correctamente en el sillón. David frunce el ceño al sentirla recostar la cabeza contra su hombro, piensa quitarla, pero al poner la mano sobre aquel esponjado y negro cabello, olvida lo que estaba por hacer— ¿Quieres escucharla y sufrir el mismo trauma que yo?

— Pensé que había dicho que era una típica historia de amor y que le parecía ahora aburrida —la voz de ella suena con calma, cómoda.

— Lo es.

— Entonces, joven David Alberto, ¿podría contarme la historia?

— Claro, solo que no vayas a hablar mientras la esté contando y ni si quiera pienses en dormirte —Begum asiente y David sonríe al sentir el movimiento, incluso el ligero roce del cabello contra su cuello—. "Hace mucho tiempo, en un lugar lleno de altos árboles y verde follaje, vivía una joven con malos ojos. Estos le impedían ver las cosas como eran y eso en aquel bosque la conduciría a la muerte, pues las peores criaturas, que con una mordida podrían paralizar tu cuerpo o detener tu corazón, vivían ahí. La joven tenía suerte pues se había ganado la amistad de todos los seres de ahí, y eso se debía a que con sus ojos a un elfo oscuro lo veía como un ser de luz; una serpiente, un gato; feroces dragones, caballos pura sangre; duendes, dulces sirvientes, y temibles brujas, bellas damas de cuidado. Ella se veía como una reina y aquel bosque era su reino" —se detiene e intenta recordar el resto de la historia, ahora mismo le ha agregado unas cosas, pero hace mucho que no la escuchaba y varias partes las veía vacías. En ese momento de razonamiento de David, Begum aprovecha para poderse recostar mejor contra su Imre, olía muy bien— Ah, ya: "en una tarde calurosa, la joven princesa sale a pasear con su fiel felino, quien se posa sobre sus hombros..." Claro que debes recordar que para ella, las serpientes son gatos —mueve las manos expresivamente, cosa que llama totalmente la atención de Begum— "...cuando estaba por dar la vuelta y volver, escucha un feroz grito y el choque de los metales. Corre a ver qué es y se sorprende al ver un caballero pelear contra cinco ogros. Los feos ogros se abalanzan contra el guapo caballero, le intentan someter, pero este con su brillante espada les derrota sin ninguna gota de sudor. La princesa se enamoró de él, se acercó y le dijo: 'dulce caballero que contra ogros has peleado, ven a mi castillo y te haré de cenar'" ¿Ya te dormiste? —pregunta David al sentir la respiración de Begum lenta, pero ella niega con la cabeza y él prosigue con la historia— "El caballero frunció el ceño, vio al felino sobre los hombros de la princesa y se vieron tal cual eran; un asesino que acababa de matar cinco caballeros reales y una serpiente venenosa, que su cascabel no dejaba de sonar. Después de pensarlo mucho y ver la esperanza en los raros ojos de la joven, él acepta la invitación" —ladea su cuerpo ligeramente a la izquierda, permitiendo que la cabeza de Begum descanse sobre su pecho cómodamente, pues le es incómodo y feo sentir el cabello de ella contra el cuello todo el tiempo— "Al llegar al castillo, el asesino se queda sorprendido, pues no es más que un simple árbol grande y hueco, no entiende qué ocurre, pero acepta el baño que ella le ofrece. Los días pasan, las noches les arropan y un amor puro y demente nace entre ellos. Ella le enseña su mundo y él se maravilla, pues es la primera vez que le dicen dulces palabras. Todo iba bien, hasta que una noche feroces ogros interrumpieron y les llevaron ante su rey, ella estaba aterrada, pero su fiel caballero le prometió que todo iba a estar bien y ella le creía. El terror la consumió al verse rodeada de horribles dragones, feroces duendes y ogros. Su caballero en ningún momento dudo y ella tampoco, pues confiaba en él. Frente al rey de los ogros, este le observó y comenzó a llorar, se acercó a ella de rodillas y comenzó a pedirle perdón. No entendía nada de lo que estaba pasando, así que lo único que hizo fue abrazarse a su caballero. 'Sé que no merezco perdón, pero mi niña, entiende el por qué lo hice' —frunce el ceño y recuerda la triste cara de su madre cuando decía aquellas palabras, el cómo su sonrisa se borraba al relatar esa escena— "'Ella vendrá conmigo', dice el asesino: 'yo la mantendré a salvo'" —un fuerte escalofrió le recorre el cuerpo al ser golpeado con una posible realidad—. Oh, m****a. Simio —ella se endereza rápidamente al escucharle llamarla y más por el tono alarmante de su voz, él le sujeta la mano con fuerza y le escucha maldecir bajo—. Vamos, di algo. Debes distraerme.

— Yo —balbucea unos segundos, un poco alarmada— me caí de la cama a los dieciséis años mientras soñaba que podía volar —David niega con la cabeza << ¿es enserio? >> —. A la maestra particular que me caía mal le puse laxante a su café y duro horas y horas en el baño, mi papá jamás lo supo. Sólo mi madre y ella me abrazó —sonríe, hace tiempo que no recordaba aquellos bellos momentos—, riendo con fuerza.

— Nada de madres.

— Siempre me golpeo en el dedo chiquito del pie cuando paso a lado de algún mueble —eso sí lo hace reír, pero esto se transforma rápidamente en tos—. Soñaba con casarme con Will Smith y tener un perro llamado "Butter" — respira hondo y Begum también lo hace, está aliviada al verle un poco más calmado—. Butter sería un adorable pug color arena.

— Odio esos perros —sonríe radiante, viéndola con burla—, roncan.

— Los humanos también, David Alberto.

— Sí, pero yo no comparto mi cama, así que no molesto a nadie —se cruza de brazos, sorprendido de poder mover sus extremidades con tal facilidad después de estar a nada de tener un ataque—. En cambio esos perros puedes estar en un cuarto y escucharse en toda la casa.

— Eso es dramatizar mucho —hace una mueca, un tanto confundida por lo primero que ha dicho ¿acaso un miedo o temor? —. ¿Por qué no comparte su cama?

— Porque es mía —él la ve con toda la obviedad del mundo, cosa que la obliga a no poner los ojos en blanco. David vuelve a respirar hondo, dejando caer la cabeza contra el hombro de ella. Begum se queda totalmente inmóvil—. Yo tenía un labrador cuando era pequeño, mi hermana le llamó: "Malvavisco", y yo, "Hunter". Murió cuando cumplí catorce años de edad.

— Lamento escuchar eso, ¿tuvo otra mascota?

— No como tal, pero sí —observa las manos de Begum moverse con nerviosismo.

— ¿Se lleva bien con su hermana? —cuestiona y eso hace que David haga una mueca.

— Para nada —coloca la diestra sobre las manos de Begum, el constante movimiento de estas le ha hartado—, pero mi mamá la ama y mi deber es cuidarla. Se lo prometí.

— ¿Es usted un hombre de palabra?

— Solo con mi madre y con mi difunta abuela —cierra los ojos, sintiendo el cuerpo débil—. No creo que haya habido abuela más grosera que la mía.

— ¿Le quería mucho?

— Ella era genial, una vez le lanzó a mi padre un periódico por responderle y en otra ocasión, le escondió las llaves del carro por habernos quitado nuestros juguetes a Arlyn y a mí. Era estupenda, pero nada como la señora del campo —el sueño parece muy tentador ahora que se encuentra a salvo y en camino a su hogar—. Ella era dulce; me gustaba mucho.

— Pensé que su padre le dijo que a los hombres no les debía de gustar lo dulce —la voz de Begum parece lejana, es extraño pues la tiene justo ahí. Incluso puede percibir su suave aroma, pero el cansancio le dificulta reconocer el olor— ¿David Alberto? —cuestiona ella, después de un rato de no escuchar a su Imre.

— Mi padre se puede ir a la m****a —murmura, acomodando mejor su cuerpo contra el de Begum—. Él y todas sus putas, se pueden ir a la m****a.

— Es mejor que descanse, David Alberto.

— Lo sé.

Y queda completamente dormido, la respiración calmada y con un compás lento se lo dejan saber a ella. Begum sonríe; al principio, cuando lo vio, pensó que sería un niño de papá más con el cual tendría que lidiar y, a pesar de que sí era mimado y que para su maldita suerte era un racista, no puede meterlo al mismo saco que sus Imre pasados. De alguna extraña forma es diferente: odia a su padre, adora a su madre, está preocupado por su hermana y piensa salvarla sólo por una promesa que hizo a la mujer que le dio la vida y, lo mejor de todo, no le ha tocado.

Posiblemente jamás lo haría y eso es lo que ella más agradecía, por fin su cuerpo iba a descansar. Pasa su mano izquierda por el cabello de David, evitando el contacto a su mejilla o molestarle, pues el verlo dormido le ha conmovido de alguna manera. Le sorprende la suavidad que posee a pesar de que el cuero cabelludo es grueso y que no sea grasoso. Recorre la nuca cerrando los ojos, pues el sueño comienza a invadirla a ella también, pero frunce el ceño al notar una pequeña área sin cabello, ¿una cicatriz? Sí, una larda y con notoria profundidad.

Eso no podía ser ¿verdad? Los niños ricos eran en extremo cuidados, sobreprotegidos y vigilados 24/7 ¿Cómo era que aquel joven que descansaba sobre su hombro se hubiera hecho semejante marca? No lo sabe y no está segura de querer hacerlo.

Después de todo, ella solo es una Ninochka, y él, su Imre. Conocer mucho de él la hará encariñarse y ¿para qué? Al final la devolverá, como todos los han hecho con anterioridad.

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