Nicolás conducía por la autopista en dirección a la ciudad, su mente dividida entre el pasado que lo había perseguido hasta este momento y el futuro incierto que lo esperaba al final de ese camino. El paisaje a su alrededor, con sus montañas distantes y llanuras interminables, apenas llamaba su atención mientras sus pensamientos se sumergían en una maraña de emociones encontradas. Había tomado una decisión, quizás la más difícil de su vida: regresar. Regresar al lugar que lo había moldeado, al mundo de poder, intrigas y traiciones que una vez había dejado atrás.Helena se lo había rogado, pero él no pudo escuchar. El llamado de la ciudad, de todo lo que había perdido, resonaba en su mente más fuerte que cualquier promesa que había hecho. No podía evitarlo, no podía ignorar esa voz que le decía que aún podía recuperar lo que alguna vez fue suyo.El sonido de su teléfono interrumpió sus pensamientos. El aparato vibraba en el asiento del copiloto. Un número desconocido apareció en la pan
La ciudad se cernía como una amenaza latente sobre Nicolás mientras se adentraba en sus calles. Habían pasado tres años desde que dejó atrás el caos y las sombras, aceptando la oferta de paz que Gabriel, el sucesor de Adrián, le había ofrecido. Tres años de tranquilidad relativa, aunque con el precio de vivir una vida sin la promesa de poder o grandeza. Pero ahora, al regresar, sabía que había roto el acuerdo, que había desafiado directamente a Gabriel, y que las consecuencias estaban al acecho.No había olvidado la advertencia de Gabriel.**“No nos desafíes, Nicolás. Vive tu vida, pero mantente lejos de nuestro camino. Si regresas, si decides desafiarnos, lo perderás todo.”**Y aquí estaba, de vuelta en la ciudad, sabiendo muy bien lo que eso significaba. Mientras caminaba hacia el lugar acordado, en la zona más oscura de la ciudad, sintió el peso de las decisiones que había tomado. Sabía que su regreso no pasaría desapercibido. Y, como esperaba, no lo hizo.El callejón donde había s
El regreso de Nicolás Valverde a la ciudad no fue lo que esperaba. Cuando entró en el vestíbulo del hotel, el murmullo de la gente alrededor lo acompañó como una sombra. Los ojos se volvían hacia él, susurros recorrían los pasillos como si una nube de rumores lo persiguiera. Al principio, no le prestó mucha atención. Las miradas siempre habían estado sobre él, ya sea por su estatus o por su regreso inesperado, pero ahora parecían ser diferentes: cargadas de una tensión que no terminaba de comprender.Decidió ignorarlo, subiendo a su habitación mientras reflexionaba sobre su conversación con Gabriel. Todo lo que había pasado se arremolinaba en su cabeza. Había vuelto por razones que ni él mismo podía explicar completamente, pero la paz que le habían ofrecido ya no estaba, y algo oscuro acechaba detrás de cada esquina.Al llegar a su habitación, su teléfono comenzó a sonar. El nombre en la pantalla no era familiar, pero respondió, su curiosidad despertada por la llamada.—¿Valverde? —di
Nicolás estaba de pie en la oscuridad de su pequeña habitación alquilada, el parpadeo de la lámpara del escritorio proyectaba sombras danzantes sobre las paredes. El eco de las palabras de Gabriel aún resonaba en su mente: *“Estás atrapado entre fuerzas que ni siquiera comprendes aún”*. Se sentía atrapado en un laberinto sin salida, donde cada paso que daba parecía acercarlo más a su propia destrucción.Había pasado horas buscando en su mente alguna pista que lo guiara. Sabía que había alguien más, alguien mucho más poderoso, alguien que lo había estado manipulando desde las sombras. Pero, ¿quién? Y, sobre todo, ¿por qué? La muerte de Aitana lo había arrastrado a un juego del cual ni siquiera conocía las reglas.Justo en ese momento, su teléfono vibró en la mesa. Nicolás lo tomó con nerviosismo, esperando alguna nueva revelación o, peor aún, otra amenaza.—¿Nicolás? —la voz en el teléfono era débil, casi inaudible. No la reconocía de inmediato—. Soy Helena.Su corazón dio un vuelco. N
Nicolás estaba sentado en el pequeño comedor del hotel, con la luz tenue de la lámpara sobre su cabeza proyectando un círculo de claridad en medio de la penumbra. Había pasado días sin apenas dormir, la tensión lo mantenía en vilo. El último mensaje lo había dejado completamente desconcertado, y la constante sensación de estar siendo vigilado solo incrementaba su paranoia.Sabía que debía mantenerse alerta, que no podía confiar en nadie. Sin embargo, algo lo carcomía por dentro: la preocupación por Helena y sus hijos. Aunque Gabriel le había asegurado que estaban a salvo, algo en su interior le decía que no era verdad. Cada vez que pensaba en su familia, un nudo de inquietud se formaba en su pecho.De repente, su teléfono vibró en la mesa, rompiendo el pesado silencio de la habitación. Miró la pantalla con el corazón acelerado: era Helena. Su nombre iluminaba la pantalla como un faro en la oscuridad, pero algo no se sentía bien. La había escuchado hace días, pero las circunstancias de
La habitación del hotel estaba sumida en la penumbra, con solo la luz tenue de las farolas en la calle iluminando el espacio de vez en cuando. Nicolás se encontraba sentado en el borde de la cama, mirando la pantalla de su teléfono. La llamada que había recibido horas antes seguía resonando en su mente. Las palabras eran claras: lo necesitaban de vuelta. Pero lo que no habían dicho era igual de importante. El mensaje implícito estaba allí, escondido en las sombras de su memoria.Se levantó y caminó hacia la ventana, apoyándose en el marco mientras observaba las luces de la ciudad a lo lejos. Esa ciudad, que una vez le perteneció, que una vez controló, ahora prosperaba sin él. Y lo más inquietante era que lo hacía con la sangre de su pasado, con los cimientos que Aitana había dejado atrás. Nicolás no pudo evitar preguntarse si todo ese éxito estaba manchado, si detrás de las nuevas caras en el poder había las mismas sombras que siempre lo habían acechado.—Lo necesito… —susurró para sí
La oscuridad había tomado por completo la vida de Nicolás Valverde. El poder que alguna vez había deseado con fervor ahora le pertenecía, pero todo lo demás se había desmoronado a su alrededor. Su familia, la vida tranquila con Helena y sus hijos, todo eso era un recuerdo distante. Desde el día en que recibió esa llamada devastadora, había creído que ellos ya no existían. Su decisión de regresar a la ciudad, de desafiar a Gabriel, había sellado su destino y el de los suyos. O al menos eso pensaba.Aquella mañana, Nicolás estaba sentado en su oficina, observando la vista de la ciudad a través de los ventanales. La sombra de su antigua vida lo perseguía constantemente, pero trataba de ahogarla con el ruido de los negocios, las amenazas y el control que había logrado recuperar. Sin embargo, algo lo carcomía por dentro. El peso de las decisiones que había tomado era cada vez más insoportable, aunque jamás lo admitiría.Su teléfono sonó de repente, interrumpiendo su tren de pensamientos. A
La oscuridad envolvía cada rincón de la habitación donde Nicolás Valverde estaba sentado, su mente atrapada entre las sombras de sus decisiones y el peso del poder que había alcanzado. Las luces tenues apenas iluminaban el espacio, pero a Nicolás ya no le importaba. Había llegado demasiado lejos, cruzado demasiados límites. Y la pregunta constante seguía acechándolo: ¿por qué había permitido que todo llegara a esto?De repente, la puerta se abrió lentamente, y Gabriel apareció en el umbral. Su figura imponente, vestida de negro, avanzó con calma, como si ya supiera lo que iba a pasar. Tenía una sonrisa sardónica en el rostro, como si todo lo que había ocurrido hasta ese momento fuera parte de un plan mucho más grande.—Nicolás... —la voz de Gabriel era fría y calculadora—. Veo que finalmente has llegado al lugar que te corresponde.Nicolás no apartó la vista de Gabriel, sus ojos llenos de resentimiento y odio. Sabía que no podía confiar en él, pero al mismo tiempo, Gabriel siempre hab