Aitana estaba sentada en su oficina, revisando una serie de documentos importantes sobre las nuevas adquisiciones del Grupo Alarcón. Había ordenado el cierre de varias negociaciones clave que reforzarían el poder de la empresa, pero no podía concentrarse por completo. Los constantes intentos de Nicolás de contactarla estaban comenzando a agotar su paciencia.Con un gesto firme, presionó el intercomunicador.—Natalia, ven a mi oficina, por favor.Unos minutos después, Natalia, su fiel asistente, entró con una libreta en la mano, siempre lista para atender las instrucciones de su jefa.—¿En qué puedo ayudarte, Aitana?—Quiero que tomes nota de algo urgente —dijo Aitana, su voz fría y controlada—. A partir de hoy, quiero que se le prohíba la entrada a Nicolás Valverde a cualquier propiedad o instalación del Grupo Alarcón. Que no se le permita el acceso a la oficina, ni a la mansión. Ningún contacto. No quiero verlo ni en las reuniones más pequeñas.Natalia asintió con rapidez, escribiend
El ambiente en el hospital era tranquilo, aunque las luces fluorescentes y el constante ir y venir del personal médico creaban una sensación de movimiento constante. Aitana, agotada, aún se encontraba sentada junto a la cama de su hijo, su mirada fija en el pequeño que ahora descansaba. El accidente había sido un golpe que no esperaba, pero al menos su hijo estaba fuera de peligro. Sofía, su madre, había insistido en que descansara un poco, pero Aitana se negó.No podía relajarse. Sentía que algo más iba a suceder, y esa sensación no la dejaba en paz.—No puedo dormir, mamá —dijo Aitana en voz baja—. Algo me dice que debo estar aquí, que no puedo dejarlo solo.Sofía le acarició el brazo con ternura, sentándose a su lado.—Entiendo tu preocupación, Aitana, pero también necesitas descansar. El pequeño necesita a su madre fuerte.Aitana asintió lentamente, pero algo dentro de ella no se tranquilizaba.En ese mismo momento, en otra ala del hospital, Valeria Montenegro avanzaba por los pas
La tarde estaba nublada, el aire denso y pesado presagiaba una tormenta. En un rincón oscuro de la ciudad, en uno de los clubes exclusivos de Zaldivar, se encontraba su oficina privada. Luces tenues iluminaban el ambiente, creando un juego de sombras en las paredes. Zaldivar estaba sentado detrás de su enorme escritorio de caoba, sus dedos tamborileaban nerviosamente sobre la madera, mientras observaba con atención el reloj de la pared. Algo en el ambiente lo mantenía inquieto. No era el típico miedo que sentía en sus negocios sucios, era algo más profundo.Las puertas de su oficina se abrieron de golpe sin previo aviso, y un hombre alto, de complexión robusta y rostro frío, entró sin siquiera mirarlo. Vestía un traje oscuro impecable, su presencia era sofocante, como si toda la habitación se volviera más pequeña con su sola entrada.—Zaldivar —dijo el hombre en un tono bajo pero amenazante mientras cerraba la puerta detrás de él—. Estoy... decepcionado.Zaldivar se puso de pie de inm
El ambiente en la ciudad parecía contener el aliento. Los eventos recientes habían agitado las aguas, y aunque en la superficie todo parecía tranquilo, los poderosos, los que jugaban en las sombras, sabían que algo grande estaba por suceder. Aitana Alarcón lo sentía. Había algo en el aire, un cambio casi imperceptible que la mantenía alerta.Aitana se encontraba en su despacho, revisando unos informes. No había podido concentrarse completamente desde la muerte de Valeria. El hecho de que aquella mujer hubiera sido encontrada sin vida después de intentar secuestrar a su hijo era un golpe demasiado preciso como para considerarlo una coincidencia. Zaldivar estaba claramente detrás de esto, pero había algo más, una fuerza oculta que no podía identificar.Golpearon suavemente la puerta, interrumpiendo sus pensamientos. Era Sofía, su madre, con una expresión inusualmente seria en el rostro. Aitana la miró con una mezcla de curiosidad y preocupación.—¿Qué sucede, mamá? —preguntó Aitana, pon
El silencio en la vieja mansión de Nicolás era tan denso que resultaba asfixiante. Después de la llamada, Nicolás no había podido moverse del sillón. Su mente repasaba una y otra vez las palabras que había escuchado: “Zaldivar planea entregarte”. ¿Entregarlo a quién? ¿Por qué? ¿Y quién era esa misteriosa voz que lo había advertido?La intriga y la desesperación se entrelazaban, pero Nicolás sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. Zaldivar siempre había sido un hombre peligroso, pero ahora, algo más grande estaba en juego. Algo que lo superaba.Se puso de pie, caminando hacia la ventana. Miró el exterior, las sombras extendiéndose por la ciudad como tentáculos de oscuridad, envolviendo cada rincón. El aire era pesado, cargado de tensión, como si la misma ciudad esperara una explosión de violencia en cualquier momento.Nicolás suspiró, sabiendo que su única opción era enfrentar lo que venía. Sabía que no podía dejar que Zaldivar se saliera con la suya, pero sobre todo, no podía
Aitana observaba a su hijo desde el otro lado de la habitación del hospital. El pequeño dormía profundamente después del accidente, con el brazo aún enyesado y vendajes en algunas partes del cuerpo. Sus ojos se llenaron de preocupación mientras recordaba lo sucedido en los últimos días. El accidente, el misterioso mensaje que había recibido en su teléfono... Todo parecía demasiado calculado, demasiado cerca para ser una simple coincidencia. Dos accidentes en tan poco tiempo no eran casualidad. Los enemigos que rondaban no solo iban tras ella, sino también tras lo que más amaba: su hijo.El aire en la habitación era pesado, como si cada rincón estuviera impregnado de una amenaza invisible. Aitana sabía que su vida había cambiado por completo desde que asumió el control del Grupo Alarcón, pero nunca imaginó que sus enemigos serían tan osados como para ir tras su hijo."Las sombras siempre están mirando." Aquella frase en el mensaje no dejaba de resonar en su cabeza, una y otra vez. Era
La noche estaba completamente silenciosa, solo interrumpida por el leve sonido de los neumáticos de su Mercedes sobre la carretera. Aitana había tomado una decisión, una que no había sido fácil, pero que sabía que era la mejor opción para proteger a su hijo. Había dejado la casa del lago sin avisar a nadie, sin llevar ningún equipo de seguridad ni alertar a Samuel o a su personal de confianza. Esta vez, la protección debía ser aún más discreta, más sigilosa. No podía confiar ni siquiera en aquellos que la rodeaban.Su mirada se desvió brevemente hacia el asiento trasero, donde su hijo, de apenas unos meses, dormía tranquilo en su silla de bebé. Su pequeño cuerpo se movía ligeramente al compás del coche, y su respiración pausada llenaba el ambiente con un ritmo calmante que casi le daba paz, pero el peso de su decisión seguía presente en su corazón. Aitana apretó el volante con fuerza, sintiendo que, con cada kilómetro que recorría, su alma se partía un poco más.—No puedo permitir que
Aitana llegó a la mansión a primeras horas del día, exhausta tanto física como emocionalmente. El trayecto de regreso fue en completo silencio. El rugido del motor de su Mercedes apenas rompía la quietud que sentía en su interior, una calma perturbadora que escondía la tormenta que había dejado atrás. Mientras el auto se deslizaba suavemente por el camino de entrada, Aitana miró a lo lejos la imponente mansión del Grupo Alarcón. El edificio, símbolo de poder y prestigio, ahora se sentía vacío sin su hijo.Al estacionar, Samuel ya la esperaba en la puerta principal, su expresión cargada de preocupación. Aitana lo notó al instante. Sabía que algo estaba mal por la manera en que él la observaba desde lejos, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido.Cuando Aitana salió del coche, Samuel se apresuró hacia ella.—¿Dónde está el niño? —preguntó Samuel de inmediato, sin preámbulos.Aitana lo miró, su rostro sin emociones, aunque su corazón palpitaba con fuerza. Había anticipado esta preg