Aitana permanecía de pie frente a la chimenea, mirando el fuego danzar en el hogar, mientras sus pensamientos giraban alrededor de una sola figura: Nicolás. Sabía desde el principio que el hombre que había atropellado no era otro que él. El impacto inicial de encontrárselo en un estado tan vulnerable la había desconcertado, pero pronto su mente se enfocó en lo que significaba esa situación. Nicolás estaba jugando con fuego.Había intentado sacar provecho de su debilidad, exigiendo diez millones de dólares y el cese de cualquier ataque directo o indirecto contra él. Pero Aitana no se dejaría intimidar. Conocía a Nicolás mejor que él mismo pensaba. Sabía que detrás de esa demanda económica había un deseo mucho más profundo: recuperar lo que había perdido y, quizás, retomar algún tipo de poder sobre ella. Lo que él no comprendía era que Aitana ya no era la mujer vulnerable de antaño, y menos aún la niña que se enamoró de él.La puerta se abrió suavemente, y Sofía entró en el salón, inter
La tarde caía rápidamente sobre la ciudad, y el sol apenas iluminaba los últimos rincones del hospital cuando Aitana llegó al lugar. El aire era frío, cargado de tensión, pero Aitana caminaba con paso firme. Sabía exactamente lo que tenía que hacer. Nicolás la había subestimado una vez; no cometería el mismo error dos veces.Cuando entró en el hospital, los pasillos estaban casi vacíos, y el eco de sus tacones resonaba con cada paso que daba. Una enfermera la recibió en la entrada, pero Aitana apenas prestó atención a los formalismos. Su objetivo estaba claro: hablar con Nicolás directamente.—¿A qué habitación fue trasladado el paciente Valverde? —preguntó Aitana, cortante.La enfermera titubeó un segundo antes de indicarle el número de la habitación. Sabía quién era Aitana Alarcón; todos lo sabían. Nadie se atrevía a desafiarla, y menos en un lugar como ese.Al llegar al frente de la puerta de la habitación, Aitana se detuvo un momento. Las emociones se agitaban dentro de ella, pero
La mansión Alarcón estaba iluminada esa noche como si un evento importante estuviera por celebrarse, pero el ambiente en el interior era tenso y sombrío. Aitana caminaba de un lado a otro en su oficina, repasando en su mente todo lo que había sucedido en el hospital. Había confrontado a Nicolás, lo había desarmado con sus palabras, pero sabía que no todo estaba resuelto. Había llegado demasiado lejos para dejar que esto se quedara en el aire.Su madre, Sofía, entró a la oficina sin tocar. La relación entre ambas mujeres había cambiado profundamente en el último año; Sofía había sido testigo de la transformación de Aitana en una líder poderosa y calculadora, pero también era una madre que todavía quería proteger a su hija.—Aitana, tenemos que hablar —dijo Sofía con firmeza, cerrando la puerta tras de sí.Aitana se detuvo, sus ojos oscuros y llenos de preocupación.—No puedo permitir que esto se prolongue, mamá —respondió Aitana, sabiendo que Sofía ya estaba al tanto de todo lo que hab
Aitana salió de la oficina en silencio, sin avisar a su equipo ni a Samuel sobre su destino. Había algo más importante que resolver. La situación con Nicolás le había dejado un mal sabor de boca, pero no era lo único que le preocupaba. Desde que tomó el control del Grupo Alarcón, había escuchado rumores de que ciertos negocios de la empresa estaban siendo influenciados por personas del bajo mundo, figuras peligrosas que podían amenazar todo lo que había construido.El nombre de uno de esos hombres había llegado a sus oídos recientemente: Rubén "El Chacal" Paredes, un capo que se había infiltrado en varios negocios legítimos de la ciudad y que, según algunos informes, había intentado acercarse al Grupo Alarcón aprovechando la caída de Nicolás. Si no actuaba ahora, el prestigio y la reputación de la empresa podrían estar en riesgo. No podía permitir que su imperio se viera envuelto en esos círculos.Aitana condujo su Mercedes con rapidez y determinación. Sabía exactamente dónde encontra
Después de su tensa reunión con Rubén "El Chacal" Paredes, Aitana no podía quedarse con las dudas que la atormentaban. Sabía que algo más profundo se escondía en el pasado de su familia, especialmente en los últimos años en los que su padre había estado al frente del Grupo Alarcón. Se dirigió directamente a la mansión familiar, con una sola cosa en mente: enfrentar a su padre y exigirle respuestas.La noche caía lentamente sobre la ciudad, y el aire fresco apenas aliviaba la tensión que Aitana sentía en su pecho. Mientras conducía hacia la mansión, repasaba en su mente todas las piezas que no encajaban. Los rumores de los tratos con personas del bajo mundo, las súbitas desapariciones de algunos ejecutivos de la empresa, y ahora, la confirmación de que Rubén había estado muy cerca de infiltrarse en su imperio. ¿Cómo había permitido su padre que esto ocurriera?Aitana llegó a la mansión, con su rostro serio y su corazón endurecido. Estacionó el Mercedes en la entrada, sin esperar a que
Mientras Aitana se enfrentaba a su padre en la mansión Alarcón, Nicolás Valverde se encontraba en su apartamento. Una simple pero elegante residencia en la parte más alta de un edificio que, aunque modesto en comparación con las propiedades que había perdido, le ofrecía una vista privilegiada de la ciudad que una vez gobernó. Ahora, las luces titilantes le recordaban su caída, su incapacidad para retener lo que alguna vez fue suyo.Desde que salió del hospital, las cosas no habían sido fáciles. La verdad lo había golpeado como una bofetada fría en el rostro: Aitana, la mujer que había abandonado sin miramientos, era mucho más que la dulce esposa que había subestimado. Era la heredera del imperio Alarcón, una de las familias más poderosas del país, y lo había superado en más aspectos de los que Nicolás estaba dispuesto a admitir.**Las noticias no cesaban de recordarle su error**. Los canales de televisión y los periódicos hablaban de Aitana Alarcón con admiración y reverencia. Una muj
Nicolás permanecía de pie, sus ojos fijos en Aitana, esperando una respuesta. El silencio que se extendía entre ellos era pesado, cargado de recuerdos y heridas aún abiertas. Aitana lo observaba con una frialdad que no había conocido en el pasado, su mirada era tan impenetrable como el mármol que cubría el suelo de su oficina. Había cambiado, ya no era la mujer dulce y vulnerable que había dejado atrás. Ahora era una líder, una Alarcón.—Ese niño no es tuyo, Nicolás —dijo finalmente Aitana, su voz tan cortante como el filo de una navaja—. Dejaste de tener derechos sobre mi vida desde el día en que firmaste esos papeles de divorcio.Nicolás sintió un golpe en el pecho. Sabía que sería difícil enfrentarla, pero no esperaba esa dureza en sus palabras, esa convicción que lo hacía tambalearse por dentro.—Aitana, yo... —intentó decir, pero ella lo interrumpió rápidamente, levantando la mano.—No te atrevas a seguir con esa farsa —continuó ella, levantándose lentamente de su asiento. Su mir
Nicolás salió de la oficina con la cabeza baja, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos que no lo dejaban respirar. Cada palabra de Aitana había sido como una estocada directa al corazón. La había perdido. Había perdido a la única mujer que realmente había significado algo en su vida, y ahora, se daba cuenta de que tal vez también había perdido a su hijo.Mientras bajaba por el elegante ascensor del edificio Alarcón, no podía dejar de pensar en la mirada de Aitana, esa mezcla de furia y desdén que lo había hecho sentirse tan pequeño. Ella tenía razón en todo, lo sabía, pero aún así, no podía rendirse. No podía simplemente desaparecer de sus vidas.El elevador se detuvo en el lobby, y Nicolás salió al vestíbulo con paso lento. Su móvil vibró en el bolsillo, sacándolo de sus pensamientos por un segundo. Al leer la pantalla, vio el nombre de Samuel, su asistente y mano derecha durante tantos años. Durante ese tiempo, Samuel había sido más que un empleado, era el único hombre e