Aitana salió de la oficina en silencio, sin avisar a su equipo ni a Samuel sobre su destino. Había algo más importante que resolver. La situación con Nicolás le había dejado un mal sabor de boca, pero no era lo único que le preocupaba. Desde que tomó el control del Grupo Alarcón, había escuchado rumores de que ciertos negocios de la empresa estaban siendo influenciados por personas del bajo mundo, figuras peligrosas que podían amenazar todo lo que había construido.El nombre de uno de esos hombres había llegado a sus oídos recientemente: Rubén "El Chacal" Paredes, un capo que se había infiltrado en varios negocios legítimos de la ciudad y que, según algunos informes, había intentado acercarse al Grupo Alarcón aprovechando la caída de Nicolás. Si no actuaba ahora, el prestigio y la reputación de la empresa podrían estar en riesgo. No podía permitir que su imperio se viera envuelto en esos círculos.Aitana condujo su Mercedes con rapidez y determinación. Sabía exactamente dónde encontra
Después de su tensa reunión con Rubén "El Chacal" Paredes, Aitana no podía quedarse con las dudas que la atormentaban. Sabía que algo más profundo se escondía en el pasado de su familia, especialmente en los últimos años en los que su padre había estado al frente del Grupo Alarcón. Se dirigió directamente a la mansión familiar, con una sola cosa en mente: enfrentar a su padre y exigirle respuestas.La noche caía lentamente sobre la ciudad, y el aire fresco apenas aliviaba la tensión que Aitana sentía en su pecho. Mientras conducía hacia la mansión, repasaba en su mente todas las piezas que no encajaban. Los rumores de los tratos con personas del bajo mundo, las súbitas desapariciones de algunos ejecutivos de la empresa, y ahora, la confirmación de que Rubén había estado muy cerca de infiltrarse en su imperio. ¿Cómo había permitido su padre que esto ocurriera?Aitana llegó a la mansión, con su rostro serio y su corazón endurecido. Estacionó el Mercedes en la entrada, sin esperar a que
Mientras Aitana se enfrentaba a su padre en la mansión Alarcón, Nicolás Valverde se encontraba en su apartamento. Una simple pero elegante residencia en la parte más alta de un edificio que, aunque modesto en comparación con las propiedades que había perdido, le ofrecía una vista privilegiada de la ciudad que una vez gobernó. Ahora, las luces titilantes le recordaban su caída, su incapacidad para retener lo que alguna vez fue suyo.Desde que salió del hospital, las cosas no habían sido fáciles. La verdad lo había golpeado como una bofetada fría en el rostro: Aitana, la mujer que había abandonado sin miramientos, era mucho más que la dulce esposa que había subestimado. Era la heredera del imperio Alarcón, una de las familias más poderosas del país, y lo había superado en más aspectos de los que Nicolás estaba dispuesto a admitir.**Las noticias no cesaban de recordarle su error**. Los canales de televisión y los periódicos hablaban de Aitana Alarcón con admiración y reverencia. Una muj
Nicolás permanecía de pie, sus ojos fijos en Aitana, esperando una respuesta. El silencio que se extendía entre ellos era pesado, cargado de recuerdos y heridas aún abiertas. Aitana lo observaba con una frialdad que no había conocido en el pasado, su mirada era tan impenetrable como el mármol que cubría el suelo de su oficina. Había cambiado, ya no era la mujer dulce y vulnerable que había dejado atrás. Ahora era una líder, una Alarcón.—Ese niño no es tuyo, Nicolás —dijo finalmente Aitana, su voz tan cortante como el filo de una navaja—. Dejaste de tener derechos sobre mi vida desde el día en que firmaste esos papeles de divorcio.Nicolás sintió un golpe en el pecho. Sabía que sería difícil enfrentarla, pero no esperaba esa dureza en sus palabras, esa convicción que lo hacía tambalearse por dentro.—Aitana, yo... —intentó decir, pero ella lo interrumpió rápidamente, levantando la mano.—No te atrevas a seguir con esa farsa —continuó ella, levantándose lentamente de su asiento. Su mir
Nicolás salió de la oficina con la cabeza baja, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos que no lo dejaban respirar. Cada palabra de Aitana había sido como una estocada directa al corazón. La había perdido. Había perdido a la única mujer que realmente había significado algo en su vida, y ahora, se daba cuenta de que tal vez también había perdido a su hijo.Mientras bajaba por el elegante ascensor del edificio Alarcón, no podía dejar de pensar en la mirada de Aitana, esa mezcla de furia y desdén que lo había hecho sentirse tan pequeño. Ella tenía razón en todo, lo sabía, pero aún así, no podía rendirse. No podía simplemente desaparecer de sus vidas.El elevador se detuvo en el lobby, y Nicolás salió al vestíbulo con paso lento. Su móvil vibró en el bolsillo, sacándolo de sus pensamientos por un segundo. Al leer la pantalla, vio el nombre de Samuel, su asistente y mano derecha durante tantos años. Durante ese tiempo, Samuel había sido más que un empleado, era el único hombre e
Nicolás se quedó en silencio, observando a Valeria con detenimiento. Había algo en la forma en que lo miraba, como si una sombra cruzara su rostro. Aunque sus palabras resonaban con la urgencia que él había esperado, una parte de él sabía que algo no encajaba. ¿Por qué Valeria, de todas las personas, estaría tan preocupada por Aitana? Nunca habían tenido una relación cordial, y Valeria siempre había sido de las que jugaba para su propio beneficio.—¿Por qué haces esto, Valeria? —preguntó Nicolás, finalmente rompiendo el incómodo silencio que se había instalado entre ellos—. Tú nunca has mostrado el más mínimo interés por Aitana, y de repente, aquí estás, advirtiéndome sobre Zaldívar. ¿Qué estás buscando?Valeria lo miró por un largo momento, y la tensión en la sala se podía cortar con un cuchillo.—No es solo por Aitana, Nicolás. —Valeria cruzó los brazos con una pose calculada, tratando de parecer sincera—. Sé lo que Zaldívar te puede hacer a ti también. Y, créeme, no me interesa ver
La noche era fría y silenciosa, y en el corazón de la ciudad, Nicolás estaba sentado frente a Valeria, en la misma mansión que una vez compartieron sueños rotos. Todo en ella parecía falso ahora, como si las paredes mismas ocultaran secretos que solo esperaban ser revelados.—Nicolás —empezó Valeria, su voz suave, pero cargada de una tensión palpable—, sabes que esto es lo mejor para ambos. Debemos terminar con todo de una vez.Nicolás la miraba con desconfianza. Aunque aún no comprendía la magnitud de la traición, había algo en el ambiente que lo hacía sentir alerta. Valeria, quien había sido su confidente y amante, ahora se le presentaba como una sombra, un fantasma de lo que alguna vez fue.—¿Terminar con qué, Valeria? —preguntó Nicolás, su tono sarcástico—. ¿Conmigo? ¿Con los restos de lo que queda de mi vida? Porque parece que eso es lo que siempre has querido.Valeria sonrió con frialdad, una sonrisa vacía que no alcanzaba sus ojos.—No entiendes. Nunca entendiste. Esto no se tr
Zaldívar se levantó de su silla con la misma serenidad fría que lo había caracterizado durante todo el encuentro. Caminó hacia la puerta, dando una última mirada a Nicolás, quien aún permanecía atado a la silla, agotado y confuso. Valeria lo seguía de cerca, con una mezcla de incertidumbre y descontento reflejada en su rostro.—¿Ya está? —preguntó ella, impaciente, mientras trataba de leer las intenciones en el semblante inescrutable de Zaldívar—. ¿Así de fácil lo dejas ir?Zaldívar se detuvo por un momento, encendiendo otro cigarro con una parsimonia que desesperaba a Valeria. Dio una calada profunda antes de soltar el humo lentamente, como si disfrutara prolongar el suspenso.—Sí —respondió con calma—. Lo dejo ir.—Pero, ¿por qué? —insistió Valeria, su tono subiendo un poco, incrédula—. Dijiste que Nicolás era parte de tu plan, que lo ibas a destruir pieza por pieza. ¿Por qué lo sueltas?Zaldívar le dirigió una mirada fugaz, como si la respuesta fuera tan obvia que no merecía ser ex