Mientras Aitana se enfrentaba a su padre en la mansión Alarcón, Nicolás Valverde se encontraba en su apartamento. Una simple pero elegante residencia en la parte más alta de un edificio que, aunque modesto en comparación con las propiedades que había perdido, le ofrecía una vista privilegiada de la ciudad que una vez gobernó. Ahora, las luces titilantes le recordaban su caída, su incapacidad para retener lo que alguna vez fue suyo.Desde que salió del hospital, las cosas no habían sido fáciles. La verdad lo había golpeado como una bofetada fría en el rostro: Aitana, la mujer que había abandonado sin miramientos, era mucho más que la dulce esposa que había subestimado. Era la heredera del imperio Alarcón, una de las familias más poderosas del país, y lo había superado en más aspectos de los que Nicolás estaba dispuesto a admitir.**Las noticias no cesaban de recordarle su error**. Los canales de televisión y los periódicos hablaban de Aitana Alarcón con admiración y reverencia. Una muj
Nicolás permanecía de pie, sus ojos fijos en Aitana, esperando una respuesta. El silencio que se extendía entre ellos era pesado, cargado de recuerdos y heridas aún abiertas. Aitana lo observaba con una frialdad que no había conocido en el pasado, su mirada era tan impenetrable como el mármol que cubría el suelo de su oficina. Había cambiado, ya no era la mujer dulce y vulnerable que había dejado atrás. Ahora era una líder, una Alarcón.—Ese niño no es tuyo, Nicolás —dijo finalmente Aitana, su voz tan cortante como el filo de una navaja—. Dejaste de tener derechos sobre mi vida desde el día en que firmaste esos papeles de divorcio.Nicolás sintió un golpe en el pecho. Sabía que sería difícil enfrentarla, pero no esperaba esa dureza en sus palabras, esa convicción que lo hacía tambalearse por dentro.—Aitana, yo... —intentó decir, pero ella lo interrumpió rápidamente, levantando la mano.—No te atrevas a seguir con esa farsa —continuó ella, levantándose lentamente de su asiento. Su mir
Nicolás salió de la oficina con la cabeza baja, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos que no lo dejaban respirar. Cada palabra de Aitana había sido como una estocada directa al corazón. La había perdido. Había perdido a la única mujer que realmente había significado algo en su vida, y ahora, se daba cuenta de que tal vez también había perdido a su hijo.Mientras bajaba por el elegante ascensor del edificio Alarcón, no podía dejar de pensar en la mirada de Aitana, esa mezcla de furia y desdén que lo había hecho sentirse tan pequeño. Ella tenía razón en todo, lo sabía, pero aún así, no podía rendirse. No podía simplemente desaparecer de sus vidas.El elevador se detuvo en el lobby, y Nicolás salió al vestíbulo con paso lento. Su móvil vibró en el bolsillo, sacándolo de sus pensamientos por un segundo. Al leer la pantalla, vio el nombre de Samuel, su asistente y mano derecha durante tantos años. Durante ese tiempo, Samuel había sido más que un empleado, era el único hombre e
Nicolás se quedó en silencio, observando a Valeria con detenimiento. Había algo en la forma en que lo miraba, como si una sombra cruzara su rostro. Aunque sus palabras resonaban con la urgencia que él había esperado, una parte de él sabía que algo no encajaba. ¿Por qué Valeria, de todas las personas, estaría tan preocupada por Aitana? Nunca habían tenido una relación cordial, y Valeria siempre había sido de las que jugaba para su propio beneficio.—¿Por qué haces esto, Valeria? —preguntó Nicolás, finalmente rompiendo el incómodo silencio que se había instalado entre ellos—. Tú nunca has mostrado el más mínimo interés por Aitana, y de repente, aquí estás, advirtiéndome sobre Zaldívar. ¿Qué estás buscando?Valeria lo miró por un largo momento, y la tensión en la sala se podía cortar con un cuchillo.—No es solo por Aitana, Nicolás. —Valeria cruzó los brazos con una pose calculada, tratando de parecer sincera—. Sé lo que Zaldívar te puede hacer a ti también. Y, créeme, no me interesa ver
La noche era fría y silenciosa, y en el corazón de la ciudad, Nicolás estaba sentado frente a Valeria, en la misma mansión que una vez compartieron sueños rotos. Todo en ella parecía falso ahora, como si las paredes mismas ocultaran secretos que solo esperaban ser revelados.—Nicolás —empezó Valeria, su voz suave, pero cargada de una tensión palpable—, sabes que esto es lo mejor para ambos. Debemos terminar con todo de una vez.Nicolás la miraba con desconfianza. Aunque aún no comprendía la magnitud de la traición, había algo en el ambiente que lo hacía sentir alerta. Valeria, quien había sido su confidente y amante, ahora se le presentaba como una sombra, un fantasma de lo que alguna vez fue.—¿Terminar con qué, Valeria? —preguntó Nicolás, su tono sarcástico—. ¿Conmigo? ¿Con los restos de lo que queda de mi vida? Porque parece que eso es lo que siempre has querido.Valeria sonrió con frialdad, una sonrisa vacía que no alcanzaba sus ojos.—No entiendes. Nunca entendiste. Esto no se tr
Zaldívar se levantó de su silla con la misma serenidad fría que lo había caracterizado durante todo el encuentro. Caminó hacia la puerta, dando una última mirada a Nicolás, quien aún permanecía atado a la silla, agotado y confuso. Valeria lo seguía de cerca, con una mezcla de incertidumbre y descontento reflejada en su rostro.—¿Ya está? —preguntó ella, impaciente, mientras trataba de leer las intenciones en el semblante inescrutable de Zaldívar—. ¿Así de fácil lo dejas ir?Zaldívar se detuvo por un momento, encendiendo otro cigarro con una parsimonia que desesperaba a Valeria. Dio una calada profunda antes de soltar el humo lentamente, como si disfrutara prolongar el suspenso.—Sí —respondió con calma—. Lo dejo ir.—Pero, ¿por qué? —insistió Valeria, su tono subiendo un poco, incrédula—. Dijiste que Nicolás era parte de tu plan, que lo ibas a destruir pieza por pieza. ¿Por qué lo sueltas?Zaldívar le dirigió una mirada fugaz, como si la respuesta fuera tan obvia que no merecía ser ex
Aitana estaba sentada en su despacho, un lugar donde normalmente se sentía segura y en control, pero esa tarde, había una inquietud latente en su interior. La llamada de Nicolás la había dejado con muchas preguntas. No se preocupaba por Zaldívar, sabía que el hombre era peligroso, pero también sabía cómo manejarlo. Lo que realmente la desconcertaba era cómo Nicolás había terminado en medio de todo. ¿Qué había hecho para caer en las redes de Zaldívar? ¿Y por qué, después de tanto tiempo, parecía tan desesperado por hablar con ella?"Esto no tiene sentido", pensó mientras miraba su reflejo en la ventana, su mente luchando por encontrar un equilibrio entre las emociones del pasado y su presente frío y calculador.Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.—Adelante —dijo, sin apartar la vista de la ventana.Su madre, Sofía, entró con la elegancia que siempre la caracterizaba, pero en su mirada había una mezcla de preocupación y curiosidad.—Hija, ¿qué ocurre? Pareces inquieta.Ai
El ambiente en el hospital era tranquilo, aunque las luces fluorescentes y el constante ir y venir del personal médico creaban una sensación de movimiento constante. Aitana, agotada, aún se encontraba sentada junto a la cama de su hijo, su mirada fija en el pequeño que ahora descansaba. El accidente había sido un golpe que no esperaba, pero al menos su hijo estaba fuera de peligro. Sofía, su madre, había insistido en que descansara un poco, pero Aitana se negó.No podía relajarse. Sentía que algo más iba a suceder, y esa sensación no la dejaba en paz.—No puedo dormir, mamá —dijo Aitana en voz baja—. Algo me dice que debo estar aquí, que no puedo dejarlo solo.Sofía le acarició el brazo con ternura, sentándose a su lado.—Entiendo tu preocupación, Aitana, pero también necesitas descansar. El pequeño necesita a su madre fuerte.Aitana asintió lentamente, pero algo dentro de ella no se tranquilizaba.En ese mismo momento, en otra ala del hospital, Valeria Montenegro avanzaba por los pas