Nicolás Valverde se encontraba nuevamente sumido en un sueño inquietante, uno que había comenzado como todos los anteriores, pero esta vez algo era diferente. Estaba en medio de una habitación oscura, una que reconoció de inmediato como la oficina de Aitana, aquella que había sido testigo de tantos secretos y decisiones importantes. Un teléfono comenzó a sonar en el fondo de la sala. Al principio, el sonido era bajo, casi un susurro, pero poco a poco fue aumentando de volumen hasta volverse ensordecedor. Él, ansioso, se dirigió al teléfono, sintiendo que lo conocía, como si una parte de él supiera quién estaría al otro lado de la línea.—Nicolás —dijo una voz femenina, suave pero firme.Se quedó inmóvil al escuchar el tono de Aitana, su voz llena de calma y determinación, pero con un eco inquietante, como si proviniera de algún lugar lejano y perdido en el tiempo.—Aitana... —respondió Nicolás, con un nudo en la garganta—. ¿Eres tú?—Nicolás —repitió ella—, no olvides quién eres ni lo
Nicolás se encontraba solo en su despacho, con la luz de la lámpara iluminando tenuemente la habitación. Desde que Helena había salido del cuarto, dejándolo con sus pensamientos, no había logrado concentrarse en nada. Las palabras de su esposa, llenas de verdad, lo habían dejado con el corazón apretado. La culpa y la incertidumbre lo asfixiaban, y no podía dejar de mirar la pantalla de la computadora, donde las noticias sobre la prosperidad de su antigua vida en la ciudad lo tentaban, llamándolo a regresar.De repente, el sonido estridente de su teléfono rompió el silencio de la noche. Era un número desconocido. Nicolás frunció el ceño, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Rara vez recibía llamadas, y mucho menos de números que no reconocía. Una sensación extraña lo invadió, como si una parte de él supiera que esta llamada era importante. Sin pensarlo demasiado, contestó.—¿Hola? —dijo con cautela, esperando una respuesta.Al principio, solo escuchó el silencio. Luego, una res
Nicolás conducía por la autopista en dirección a la ciudad, su mente dividida entre el pasado que lo había perseguido hasta este momento y el futuro incierto que lo esperaba al final de ese camino. El paisaje a su alrededor, con sus montañas distantes y llanuras interminables, apenas llamaba su atención mientras sus pensamientos se sumergían en una maraña de emociones encontradas. Había tomado una decisión, quizás la más difícil de su vida: regresar. Regresar al lugar que lo había moldeado, al mundo de poder, intrigas y traiciones que una vez había dejado atrás.Helena se lo había rogado, pero él no pudo escuchar. El llamado de la ciudad, de todo lo que había perdido, resonaba en su mente más fuerte que cualquier promesa que había hecho. No podía evitarlo, no podía ignorar esa voz que le decía que aún podía recuperar lo que alguna vez fue suyo.El sonido de su teléfono interrumpió sus pensamientos. El aparato vibraba en el asiento del copiloto. Un número desconocido apareció en la pan
La ciudad se cernía como una amenaza latente sobre Nicolás mientras se adentraba en sus calles. Habían pasado tres años desde que dejó atrás el caos y las sombras, aceptando la oferta de paz que Gabriel, el sucesor de Adrián, le había ofrecido. Tres años de tranquilidad relativa, aunque con el precio de vivir una vida sin la promesa de poder o grandeza. Pero ahora, al regresar, sabía que había roto el acuerdo, que había desafiado directamente a Gabriel, y que las consecuencias estaban al acecho.No había olvidado la advertencia de Gabriel.**“No nos desafíes, Nicolás. Vive tu vida, pero mantente lejos de nuestro camino. Si regresas, si decides desafiarnos, lo perderás todo.”**Y aquí estaba, de vuelta en la ciudad, sabiendo muy bien lo que eso significaba. Mientras caminaba hacia el lugar acordado, en la zona más oscura de la ciudad, sintió el peso de las decisiones que había tomado. Sabía que su regreso no pasaría desapercibido. Y, como esperaba, no lo hizo.El callejón donde había s
El regreso de Nicolás Valverde a la ciudad no fue lo que esperaba. Cuando entró en el vestíbulo del hotel, el murmullo de la gente alrededor lo acompañó como una sombra. Los ojos se volvían hacia él, susurros recorrían los pasillos como si una nube de rumores lo persiguiera. Al principio, no le prestó mucha atención. Las miradas siempre habían estado sobre él, ya sea por su estatus o por su regreso inesperado, pero ahora parecían ser diferentes: cargadas de una tensión que no terminaba de comprender.Decidió ignorarlo, subiendo a su habitación mientras reflexionaba sobre su conversación con Gabriel. Todo lo que había pasado se arremolinaba en su cabeza. Había vuelto por razones que ni él mismo podía explicar completamente, pero la paz que le habían ofrecido ya no estaba, y algo oscuro acechaba detrás de cada esquina.Al llegar a su habitación, su teléfono comenzó a sonar. El nombre en la pantalla no era familiar, pero respondió, su curiosidad despertada por la llamada.—¿Valverde? —di
Nicolás estaba de pie en la oscuridad de su pequeña habitación alquilada, el parpadeo de la lámpara del escritorio proyectaba sombras danzantes sobre las paredes. El eco de las palabras de Gabriel aún resonaba en su mente: *“Estás atrapado entre fuerzas que ni siquiera comprendes aún”*. Se sentía atrapado en un laberinto sin salida, donde cada paso que daba parecía acercarlo más a su propia destrucción.Había pasado horas buscando en su mente alguna pista que lo guiara. Sabía que había alguien más, alguien mucho más poderoso, alguien que lo había estado manipulando desde las sombras. Pero, ¿quién? Y, sobre todo, ¿por qué? La muerte de Aitana lo había arrastrado a un juego del cual ni siquiera conocía las reglas.Justo en ese momento, su teléfono vibró en la mesa. Nicolás lo tomó con nerviosismo, esperando alguna nueva revelación o, peor aún, otra amenaza.—¿Nicolás? —la voz en el teléfono era débil, casi inaudible. No la reconocía de inmediato—. Soy Helena.Su corazón dio un vuelco. N
Nicolás estaba sentado en el pequeño comedor del hotel, con la luz tenue de la lámpara sobre su cabeza proyectando un círculo de claridad en medio de la penumbra. Había pasado días sin apenas dormir, la tensión lo mantenía en vilo. El último mensaje lo había dejado completamente desconcertado, y la constante sensación de estar siendo vigilado solo incrementaba su paranoia.Sabía que debía mantenerse alerta, que no podía confiar en nadie. Sin embargo, algo lo carcomía por dentro: la preocupación por Helena y sus hijos. Aunque Gabriel le había asegurado que estaban a salvo, algo en su interior le decía que no era verdad. Cada vez que pensaba en su familia, un nudo de inquietud se formaba en su pecho.De repente, su teléfono vibró en la mesa, rompiendo el pesado silencio de la habitación. Miró la pantalla con el corazón acelerado: era Helena. Su nombre iluminaba la pantalla como un faro en la oscuridad, pero algo no se sentía bien. La había escuchado hace días, pero las circunstancias de
La habitación del hotel estaba sumida en la penumbra, con solo la luz tenue de las farolas en la calle iluminando el espacio de vez en cuando. Nicolás se encontraba sentado en el borde de la cama, mirando la pantalla de su teléfono. La llamada que había recibido horas antes seguía resonando en su mente. Las palabras eran claras: lo necesitaban de vuelta. Pero lo que no habían dicho era igual de importante. El mensaje implícito estaba allí, escondido en las sombras de su memoria.Se levantó y caminó hacia la ventana, apoyándose en el marco mientras observaba las luces de la ciudad a lo lejos. Esa ciudad, que una vez le perteneció, que una vez controló, ahora prosperaba sin él. Y lo más inquietante era que lo hacía con la sangre de su pasado, con los cimientos que Aitana había dejado atrás. Nicolás no pudo evitar preguntarse si todo ese éxito estaba manchado, si detrás de las nuevas caras en el poder había las mismas sombras que siempre lo habían acechado.—Lo necesito… —susurró para sí