Los días posteriores a la fiesta del aniversario en la mansión Alarcón fueron una tormenta silenciosa para Nicolás Valverde. La rabia que había sentido en la fiesta aún lo consumía, pero debajo de su furia latía una creciente preocupación. Algo más profundo estaba ocurriendo, y no podía ignorarlo.
Había comenzado con rumores sutiles en los pasillos de su empresa. Los socios y contactos con los que había trabajado durante años empezaron a ser más esquivos. Llamadas importantes se postergaban, reuniones se cancelaban sin explicaciones, y propuestas de negocios que parecían seguras se desvanecían como humo. Al principio, Nicolás pensó que era una simple coincidencia, una racha de mala suerte. Pero cuando los problemas se intensificaron, comprendió que algo más siniestro estaba sucediendo.
La confirmación llegó en la forma de un correo electrónico breve y directo de uno de sus socios más antiguos: “Lo siento, Nicolás, pero no podemos continuar trabajando contigo. Las circunstancias han cambiado. Si seguimos adelante, caeremos en desgracia. Cuida tus pasos.”
El mensaje fue un golpe directo al orgullo y la estabilidad de Nicolás. El término “caer en desgracia” resonaba en su mente como una amenaza silenciosa. ¿Qué significaba realmente? ¿Quién estaba detrás de todo esto? Y entonces, una idea comenzó a tomar forma en su mente, una teoría que lo llenó de rabia: Los Alarcón.
No podía ser una coincidencia que todo esto comenzara justo después de la fiesta, justo después de que confrontara a Aitana. Estaba convencido de que ella había ido corriendo a su amante, aquel patriarca poderoso, para que lo destruyera. Este era su castigo, su venganza. ¿Cómo no lo había visto venir? Nicolás estaba atrapado. Los Alarcón eran una familia demasiado poderosa para enfrentarlos directamente, y si seguía perdiendo contratos, su empresa entera estaría en peligro de colapsar.
Durante días, Nicolás intentó salvar lo que podía. Hizo llamadas, ofreció renegociaciones, incluso trató de usar su influencia para apaciguar a los socios que se retiraban, pero todo fue en vano. El miedo a los Alarcón era más grande que cualquier oferta que pudiera hacer. Cada día que pasaba, sus pérdidas se hacían más grandes, y su frustración, más profunda.
Sin embargo, lo que Nicolás no sabía era que esta devastación no era orquestada por Aitana, sino por la madre de ella, Sofía Alarcón, una mujer astuta y protectora que había visto cómo Nicolás trataba a su hija en la fiesta. Aunque Aitana no tenía idea de lo que su madre estaba haciendo en las sombras, Sofía no permitiría que su hija fuera humillada ni dañada. Y así, con solo una llamada, había movido los hilos del poder para castigar a Nicolás de una manera que él jamás podría imaginar.
En su despacho, Nicolás se sentó en la penumbra de la tarde, mirando el horizonte con una expresión tensa. Las luces de la ciudad brillaban en la distancia, pero no le traían consuelo. ¿Cómo había llegado a este punto? Su vida, que había estado llena de éxito y control, ahora parecía desmoronarse.
Tomó un trago de whisky y cerró los ojos, pensando en Aitana. En su mente, la veía como la mujer calculadora que había logrado vengarse a través de su amante. ¿Qué clase de persona haría algo así? Pero, por debajo de la ira, había una sensación de pérdida, una pequeña voz que le susurraba que tal vez, sólo tal vez, se había equivocado en algo. Pero el orgullo herido no lo dejaba ver la verdad con claridad.
De repente, su teléfono sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Era su asistente, Samuel Ruiz.
—Señor Valverde, lo siento por llamarlo a esta hora, pero acabo de recibir otra notificación. Uno de nuestros últimos socios ha cancelado el contrato. Dicen que no pueden arriesgarse a perder su relación con los Alarcón.
Nicolás apretó los dientes, conteniendo la ira que amenazaba con desbordarse.
—¿Los Alarcón otra vez? —preguntó, con un tono ácido en la voz.
—Sí, señor. Parece que ellos tienen el control de todo. No puedo confirmar más detalles, pero creo que este problema viene de lo más alto de la familia.
Nicolás cerró los ojos con fuerza, luchando por mantener la compostura. Estaba seguro de que Aitana había estado detrás de todo esto, manipulando desde las sombras para destruirlo.
—Gracias, Samuel. Puedes retirarte por hoy.
Colgó el teléfono y se quedó en silencio, las manos apretadas en puños sobre el escritorio. ¿Qué haría ahora? No podía ir directamente contra los Alarcón, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados mientras su imperio se desmoronaba. Necesitaba un plan, algo que le permitiera dar la vuelta a la situación, recuperar el control.
En ese momento, se levantó y caminó hacia la ventana, mirando la ciudad que una vez había sentido que dominaba. Ahora, todo parecía frágil, fuera de su alcance. Pero Nicolás Valverde no era un hombre que se rindiera fácilmente. Iba a pelear por lo que era suyo, sin importar lo que costara.
Lo que no sabía era que esa batalla lo llevaría no solo a enfrentarse a la familia más poderosa del país, sino también a descubrir verdades que cambiarían su vida para siempre. Verdades que lo obligarían a confrontar su pasado, su orgullo, y lo más importante, su percepción de Aitana, la mujer que creía conocer pero que ahora se había convertido en un enigma imposible de descifrar.
Mientras las luces de la ciudad titilaban a lo lejos, Nicolás juró que encontraría la manera de salir de esa crisis, y cuando lo hiciera, se aseguraría de que nadie, ni siquiera los Alarcón, volviera a ponerlo en una posición de vulnerabilidad. Lo que no entendía era que el mayor enemigo que enfrentaba no estaba en el exterior, sino dentro de él mismo, en su incapacidad para ver más allá de sus propias percepciones y en su incesante necesidad de control.
La guerra apenas comenzaba.
Valeria caminaba por los pasillos de la clínica con la elegancia y el aire de autoridad que siempre la acompañaban. La clínica era de las más exclusivas de la ciudad, un lugar al que solo las élites podían acceder. Estaba allí para hacerse unos exámenes rutinarios, pero su mente ya estaba en la fiesta de la noche siguiente, repasando los detalles de su atuendo, las personas con las que debía hablar, las alianzas que debía fortalecer.Cuando salió de la consulta, algo llamó su atención. Al otro lado del pasillo, a unos metros de distancia, reconoció a una figura familiar: Aitana. El cabello castaño de Aitana caía en suaves ondas sobre sus hombros, y aunque llevaba ropa sencilla, no podía esconder su elegancia natural. Valeria sintió una punzada de curiosidad y… desdén. ¿Qué hace aquí esa mujer?Aitana caminaba con una expresión pensativa, algo preocupada, como si su mente estuviera en otro lugar. La vio detenerse frente a la puerta de un consultorio ginecológico y, sin pensarlo demasia
La furia aún quemaba en el pecho de Nicolás mientras se movía entre la rabia y el deseo de venganza. La revelación del embarazo de Aitana había sido un golpe devastador para su orgullo. Pero ahora tenía un plan. Tenía la información que necesitaba y, con la ayuda de Valeria, estaba decidido a usarla en su favor.Fue Valeria quien plantó la idea en su cabeza.—Deberías reunirte con Sofía Alarcón —le había sugerido en su tono suave pero firme—. Es la matriarca de esa familia, la que realmente tiene el poder. Si le cuentas lo que has descubierto, ella podría detener a Aitana y a su amante. Sofía es implacable cuando se trata de proteger su legado.La idea había prendido en la mente de Nicolás como una chispa en un campo seco. Si Sofía Alarcón descubría la traición de su esposo, Aitana y ese viejo perderían todo. Y él… él recuperaría algo de control en su vida. Aunque la reunión con Sofía no sería fácil de conseguir, Nicolás estaba decidido.El EncuentroFue necesario mucho esfuerzo para
Nicolás se encontraba en su oficina, el silencio de la habitación se sentía abrumador. Las últimas semanas habían sido un infierno. No solo sus empresas estaban al borde de la quiebra, sino que Aitana había desaparecido de la faz de la tierra. Desde la confrontación con Sofía Alarcón, no había logrado encontrar ningún rastro de ella.Cada vez que veía a Armando Alarcón en los noticieros, su frustración crecía. El patriarca aparecía en eventos públicos con su esposa Sofía, mostrando una imagen impecable de poder y estabilidad. Parecía que nada malo había sucedido en la vida de los Alarcón, pero Aitana… ella no estaba por ningún lado. No en las fotografías, no en las reuniones, no en las celebraciones familiares. Su ausencia era un misterio inquietante que lo consumía.Nicolás había contratado a un investigador privado para encontrarla, pero los resultados fueron decepcionantes. Nadie había visto a Aitana, ni en la ciudad ni en los alrededores. Era como si hubiera desaparecido sin dejar
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de un tono rojizo que auguraba una noche larga y difícil. En el interior de una oficina lujosa y minimalista, Valeria Montenegro miraba impacientemente su reloj de pulsera. La información que había estado esperando por semanas finalmente llegaría esa noche, y la anticipación comenzaba a corroer su paciencia. Había llegado demasiado lejos para que algo saliera mal ahora.De repente, la puerta se abrió y entró su infiltrado, un hombre de mediana edad, con ojos esquivos y una expresión seria. Colocó un sobre sellado en el escritorio de Valeria y dio un paso hacia atrás, observando en silencio mientras ella lo abría.—Aquí está todo lo que necesitas saber —dijo el hombre en voz baja, tratando de evitar el contacto visual con Valeria.Ella sonrió de manera calculada mientras sacaba los documentos del sobre. Sin embargo, mientras leía, sus cejas comenzaron a fruncirse. Algo no encajaba. Las cifras no coincidían, y los movimiento
El cielo sobre la ciudad estaba teñido de tonos dorados y anaranjados cuando Aitana Ferrer regresó, después de un año de exilio autoimpuesto. La mansión Alarcón, imponente en el centro de la colina, se erguía como un monumento a su poder recién adquirido. Desde el interior de la limusina que la llevaba, Aitana observaba los jardines bien cuidados y las luces que ya empezaban a encenderse, anunciando el gran banquete de bienvenida que su familia había preparado para ella.La ciudad que una vez la había visto como la esposa sumisa de Nicolás Valverde, ahora se preparaba para recibirla como algo completamente diferente. Aitana había asumido el control total del Grupo Alarcón, una fuerza económica con tentáculos en todas las industrias de la región. No solo había sobrevivido al embate de los traidores y las mentiras, sino que había prosperado. Y ahora, con un hijo en brazos, estaba lista para reclamar lo que era suyo.El pequeño, de apenas unos meses, dormía plácidamente en sus brazos mie
La noche en la ciudad era un manto oscuro salpicado de luces, pequeñas guías en la inmensidad. Aitana Alarcón, tras el largo banquete de bienvenida, sintió un impulso incontrolable de salir, de escapar de las miradas y de la constante adulación que la rodeaba. Necesitaba respirar, sentir el viento en su rostro, lejos del peso del poder que ahora ostentaba.—Llévalo a la mansión, por favor —le dijo a la niñera, entregándole a su hijo con una suavidad que contrastaba con la firmeza en su voz.La niñera asintió, tomando al bebé con cuidado, y se alejó hacia la limusina que la llevaría de regreso. Aitana observó el vehículo desaparecer en la distancia antes de dirigirse a su Mercedes, un auto negro y brillante que reflejaba la luna llena en su impecable superficie.Sin dudarlo, subió al coche, encendió el motor, y pisó el acelerador. El rugido del motor resonó en el silencio de la noche mientras se alejaba a toda velocidad, dejando atrás la mansión y todo lo que representaba. Sentía la ne
—El paciente está despierto, pero está bastante confundido. Parece que ha sufrido una conmoción cerebral significativa, entre otras lesiones. Nos dijo que pensaba que estaba viendo a alguien que conocía.Aitana sintió un nudo en el estómago mientras seguía al médico hacia la sala de recuperación. Entró lentamente, y allí, acostado en una cama, estaba el hombre al que había atropellado. Su rostro estaba más despejado que antes, y cuando vio a Aitana, sus ojos se abrieron con sorpresa.—¿Eres…? —comenzó a decir, su voz débil y entrecortada.Aitana se acercó a la cama, tratando de mantener la calma.—Soy Aitana Alarcón —dijo, con una voz suave—. Te atropellé anoche. Siento mucho lo que ocurrió. Quiero asegurarme de que estés bien.El hombre miró a Aitana con una mezcla de asombro y confusión. Su semblante era familiar para ella, aunque no podía identificarlo de inmediato. Había algo en sus rasgos que le resultaba notablemente parecido a Nicolás, pero estaba demasiado afectada por la situ
Sofía Alarcón se despertó esa mañana con la determinación de cerrar el asunto del accidente que había sacudido a su hija. Sabía que Aitana estaba agobiada por lo ocurrido, y no era de extrañar. El hombre que había resultado herido podría convertirse en un problema más grande si decidía presentar una demanda. No podían permitir que ese tipo de escándalos afectaran el nombre de los Alarcón, y mucho menos ahora que Aitana estaba más expuesta que nunca, tras tomar el control total del grupo familiar.Sofía se vistió cuidadosamente. Como siempre, lucía impecable, pero con un aire más severo de lo habitual. Sabía que aquel encuentro no sería fácil. Estaba decidida a hacer todo lo necesario para evitar cualquier complicación. El dinero y el poder eran herramientas útiles en situaciones como esta, y Sofía estaba acostumbrada a utilizarlas con precisión.Tomó su coche y condujo hasta el hospital privado donde estaba ingresado el hombre que Aitana había atropellado. Mientras avanzaba por las ca