Una idea que persiste

Albert despierta con el sonido de las risas de sus hijos, en el pasillo. Se levanta de la cama, estira los brazos y deja escapar un bostezo. Mira la hora en su reloj, ya pronto serían las ocho, se asea en el baño y minutos después sale del dormitorio.

Antes de bajar las escaleras, va hasta la habitación de su madre. La noche anterior había preferido no incomodarla, además de sentirse exhausto por el viaje, no deseaba alterarla emocionalmente. La mañana en el jardín fue bastante fuerte para él.

Toca a la puerta antes de entrar, luego con lentitud mueve el picaporte, abre la puerta y entra. Bernardette, aún está en su cama, se incorpora y sonríe, tiene un semblante diferente esa mañana, risueño y lúcido, extiende sus brazos y muestra una cálida sonrisa:

—Albert, ven hijo, te estaba esperando.

—Hola mamá —Albert se acerca a ella y la toma de las manos, se sienta en la orilla de la cama y besa la frente de su madre.

—Que bueno que regresaste pronto. Ya te extrañaba.

—Y yo a ti,
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