Un regreso inesperado

Antonella amanece por primera vez, en brazos de un hombre. Un hombre maravilloso como el que siempre soñó. Albert despierta y besa su frente con ternura.

—Es hora de levantarnos. Mi madre debe estar por tocar la puerta. —murmura ella entre suspiros.

—Bien, aunque desearía quedarme acostado aquí a tu lado. —dice y sonríe.

—Yo también deseo estar así, entre tus brazos. —Ella se refugia en su pecho.

Minutos más tarde, salen de la habitación, sus rostros reflejan alegría y plenitud. Al verlos entrar a la cocina, Isabella sonríe, pero esta vez no quiere ser indiscreta, se siente cansada.

—Siéntate mamma, yo me hago cargo.

—Grazie, bambina.

Albert también se ofrece s ayudar en la elaboración del desayuno, que Isabella ya lleva un poco avanzado. Mientras preparan el resto de la comida, las miradas cómplices, los roces, los gestos de picardía entre ellos, son notorios.

Mientras desayunan, Albert propone dar un paseo por la ciudad juntos.

—¿Le gustaría ir con nosotros, Isabell
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