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Capítulo sesenta y uno 

El rico aroma de huevos revueltos y tocineta me despiertan y me levanto de golpe. 

Mala idea. 

Agarro mi cabeza tratando de hacer que el dolor se vaya, pero no es tan práctico. 

Me enfoco en donde estoy. Una cama gigante, un ventanal del tamaño de una pared con cortinas verdes, una puerta diferente en cada extremo y lo más peculiar: El techo pintado de blanco. 

Dirijo la vista a mi cuerpo y me encuentro con un pantalon gigante negro y una franela blanca. 

Esto es de Wade definitivamente... Pero, ¿por qué el avión cambió tanto?

—Yo ire a verla te guste o no, es mi hija y por lo tanto soy tu suegra y no me lo puedes prohibir—junto mis cejas. 

Hasta la voz de mi madre estoy escuchando, miro todo a mi alrededor

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