Esperaba su furia. Que me regañara por ser tan descuidada y arriesgar a nuestros hijos. Él no hace eso. En cambio, hace algo que nunca esperé que hiciera.

Me agarra y me pone en su regazo. Al principio me pongo rígida por miedo a que se dé cuenta de lo que acaba de hacer y me empuje abajo. Cuando eso no sucede, me hundo y me relajo contra su calidez. Apoyé mi cabeza sobre su hombro. Su tentador aroma me calma.

"Admito que fue jodidamente estúpido de tu parte no decirme lo que pasó", comienza y me pongo rígida. Pero lo que dice a continuación me tranquiliza. “Aún así no es tu culpa. Nada de esto lo es. Así que deja de culparte”.

Suelto un suspiro de alivio. No tenía idea de cuánto quería escucharlo decir eso hasta que lo hizo. Que me dijera que no era culpa mía, incluso después de que le conté todo, alivia algo de la culpa que sentía.

Yo era un desastre. Quería que me culpara, pero también quería que me asegurara que no era culpa mía.

“Lo que debemos hacer ahora es centrarnos en có