Estaba entumecida. El hecho de que mi ADN creara al monstruo que estaba matando sin piedad casi me destruyó. Todo esto era mi maldita culpa. Toda.

Dejé escapar un profundo suspiro. “Hay algo que nunca entendí, ¿cómo sabías sobre los lobos y por qué ir tras los otros?”.

“Cuando tenía once años fui testigo de cómo mis padres fueron asesinados por lobos. Esos lobos luego se transformaron en humanos. Intenté contárselo a la policía, pero lo atribuyeron a un trastorno de estrés postraumático y una imaginación descontrolada. Después de todo, los hombres lobo no eran reales. Empeoró y me enviaron a un centro psiquiátrico. No salí hasta los dieciséis. Intentaron convencerme de que los hombres lobo no existían, pero sé lo que vi. Saben cómo esconderse, te lo concedo. Pensé que toda esperanza estaba perdida hasta que te vi cambiando de forma en el bosque. Cuando te atrapé, empezó como una forma para vengarme, pero digamos que las cosas cambiaron”.

Raya tenía razón. Fue mi egoísmo lo que llevó