Definitivamente no quería ser escandalosa, mucho menos a esa hora tan tarde de la noche, pero no lo podía dejar de pasar. Ella sabía que sería imposible conciliar el sueño; tomó una bocanada de aire, antes de tocar la puerta de la habitación de Oliver, se llenó de aire tratando de controlar su sistema o iba a explotar, aunque eso estaba a poco de suceder. Era horrible haberse enterado así. ¿Por qué tendría que involucrarse hasta con la universidad en donde estaba? No lo entendía. Eso fue llegar demasiado lejos y encima jugar con sus emociones. —Pamela, ya te hacía dormida —es lo primero que le dijo al abrir la puerta y verla allí, por su expresión intuyó que algo estaba mal. —¿Sabes lo de la competencia de arte? Yo... Me enteré de que tú eres quien está detrás de todo eso, solo quiero que me lo confirmes y que me digas cómo es posible que no lo supiera —declaró lo más serena posible. —Verás... No tenía ninguna intención de no decirte, pero creí que hasta dejarías la competencia
Tomas ingresó a su oficina como si nada. Mientras que Oliver no le había quitado la mirada de encima, todavía se estaba preguntando qué era lo que le había gustado Pamela de su mejor amigo, era un hombre guapo lo admitía, y tal vez el hecho de saber envolver a las mujeres lo convertía en un plus infalible. —¿Tienes algo que hablar conmigo? El CEO asintió con la cabeza y se aclaró la garganta antes de acomodarse sobre su silla giratoria y entrelazar las manos encima del escritorio. Él también tomó asiento. Era momento de marcar territorio, de poner límites. —Pamela me interesa —le reveló repentinamente a Tomas quien se quedó sin palabras —. Terminaste teniendo razón, no he llegado al punto de enamorarme completamente de Pamela, pero ahora la veo de otra manera y no creo que pueda todo quedarse en una farsa nada más. Tienes razón, Tomas, siempre la has tenido, ya basta de engañarme a mí mismo con decir que estoy mejor solo. No es verdad. —¿Ah sí? —fue lo único que dijo, impactado,
Se pasó el dorso de la mano por la frente. Ya casi terminaba el trabajo, mientras aún faltaba elaborar un informe detallado sobre el mismo. Sus músculos se sentían engarrotados. Se repetía que todo el agotamiento solo estaba en su cabeza, que podría conseguir encapsular todo tipo de cosas desalentadoras, si pensaba en lo que realmente importaba. La llamada de un remitente desconocido la interrumpió. Curiosa atendió la llamada. —¡Hola! Soy Caroline, la madre de Oliver. —Carol, ¿cómo estás? Es bueno saber de ti. Yo ahora estoy pintando. —¿Ah sí? Me alegra saber que eres buena en eso, algún día podrás pintar algo para mí, llamaba para saber cómo estás. Antoine y yo estamos haciendo planes para ir a visitarlos. —Estaré alegre de verlos —admitió.Percy apareció en ese momento y se frotó contra sus piernas. Ella la dejó tranquila, parecía estar bien haciéndolo. —Yo también lo estaré. Eres una chica muy dulce. A veces despierto y me sigue pareciendo increíble que seas tú quien haya c
Su madre le dejó una carta escrita a puño y letra. Carla se la entregó al día del funeral asegurándole que ella había estado presente cuando empezó a escribirla, también le dio el pésame y se despidió de ella. Junto a la carta había otro sobre, donde encontró muchos billetes. Allí su madre le había regresado todo el dinero que estuvo ahorrando para dárselo. Empezaba a sentirse más desequilibrada, hasta su pecho se desgarraba de solo ver todo eso y recordar el propósito. No podía creer que en serio lo había guardado. «Cariño, me gustaría estar allí para limpiar tus lágrimas y darte un abrazo. Te diría que no llores, o todo estará bien, aunque parezca difícil. De seguro te estás haciendo demasiadas preguntas. Solo no quería preocuparte, que te enfrascaras de lleno en mi enfermedad y dejaras de lado tu futuro por mí, ya no podías hacer absolutamente nada. En cambio tú tienes una vida por delante. La vida es una recta, donde aparecen curvas repentinas, y momentos difíciles. No te d
Todo había sido de un momento a otro, ella desapareció dejando tan solo una estela de nostalgia y su corazón se rompió. Mamá y papá ya no existían, se sentía demasiado sola comprendiendo que lo que temía, había llegado. Se aferró más a las sábanas, atrapada en aquel oscuro presente. Y los recuerdos cayeron sobre ella.Varios años atrás...Era esa niña dulce, cálida y llena de vida que era amada y querida por sus padres. Nunca le faltó el amor, el aprecio de las personas más importantes de su vida cómo lo fueron ellos dos, cómo lo seguía siendo en la actualidad su comprensiva madre. Aún recordaba esa vez cuando apenas empezaba a manejar bicicleta, le parecía imposible mantener el ritmo y el equilibrio pero con mucho cariño su padre le animó a seguir y a levantarse a pesar de los intentos fallidos, ella siempre supo que no había que rendirse. Y si se lastimaba, tanto su progenitor o su madre siempre estaban allí para curar sus heridas.Podría traer a su mente algún mal momento terri
Pero...—¿Cómo podría hacer eso sí Oliver y yo nos conocemos desde hace años? Incluso podría considerarlo como un hermano, en pocas palabras estaría haciendo algo a escondidas, y no sé si todo valga la pena, al final —admitió inseguro al respecto, no estaba en él, hacer semejante cosa. Diana, asintió con la cabeza y suspiró, Tomas era demasiado bueno, tenía que cambiar un poco su forma de ser si quería realmente conseguir que Pamela estuviera con él.—Nunca dejes que la cobardía te detenga, o que la amistad se interponga entre tú y el amor de tu vida —aconsejó, fingiendo ser esa buena amiga y consejera en todo momento. —No es cobardía —la miró con intensidad, antes de levantarse de su asiento con la intención de retirarse de allí, sin embargo se le hizo imposible porque había tomado demasiado y el alcohol embriagó su sistema volviendo torpe sus pasos. La vacilación se apoderó de él. Ella pretendía ayudarle, después de todo.—No puedes ni con tu alma, vayamos a otro sitio. ¿No te a
Pamela que se dio cuenta de cómo había reaccionado, supuso que no fue buena la llamada. Él volvió dejando el teléfono sobre la mesita de noche. Pamela se movió un poco y palmeó la colcha a su par. Él la miró curioso. —Oliver, después de todo es tu cama. Puedes quedarte si eso quieres —le expresó.—¿No tienes problemas con compartirla? —Realmente no deseo quedarme sola. Siento que podré dormir bien solo si te quedas —confesó, provocando que Oliver deslizara una sonrisa. Ese comentario había sido agradable, una caricia para sus oidos. Era obvio que no se iba a negar. Lo más que quería ahora, era estar cerca suyo, permitirse eso, aunque ella no sintiera lo mismo por él. Eso creía. —De acuerdo, sabes que no me negaré. Necesitas dormir y si lo podrás hacer así, me quedo —añadió y se acomodó a su lado. Y, la razón de permanecer ahí, era más profunda y amorosa. La cama era grande, así que no necesariamente tendrían que estar tan cerca, pero ella fue la que tomó la iniciativa de acurru
Salió a caminar con la intención de despejar la cabeza. Antes de llegar a casa nuevamente, se había topado con una señora de baja estatura y con abundante cabello blanco como la nieve, resultó ser una ancianita bastante cariñosa y dulce quién la convidó a un helado cuándo Pamela le entregó un billete de $50 que se le había caído. —No, no es necesario, señora. Al principio se había negado rotundamente, pero de la forma más amable para no hacer sentir mal a la mujer. —Por favor, solo es un helado, me has caído bien. Vamos —había insistido la señora con una enorme sonrisa en el rostro y definitivamente Pamela no pudo negarse, además, de repente le habían entrado unas ganas de comer helado. No podía ser otra cosa que un antojo. ¿Y por qué tan repentinamente se sentía así? —Vale, usted invita, pero yo pago, ¿de acuerdo? —negoció. —No, yo pagaré, vamos. Suspiró. —Está bien. Decidió una barquilla con tres conos enormes de helado, el primero de chocolate, mantecado y fresa. Además s