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UN VESTIDO DE NOVIA PARA LA FARSA

Ambar Punto de Vista

Hershey Incorporated era una empresa familiar en todos los sentidos, así que era imposible que Antonio y yo pudiéramos llevar a cabo esta farsa sin que su familia lo supiera. Por ese motivo no me preocupaba convencer a Andi de que fuera de compras conmigo. Margaret estaba fuera por la mañana y el horario de Andi era lo suficientemente flexible como para tomarse unas horas para ayudarme. Además, era por el negocio.

Resultó que ella estaba mucho más interesada en las compras de la boda que yo.

—Llevará un traje, ¿no crees? —me dijo mientras manoseaba las filas y filas de vestidos de novia en una boutique de disfraces a la que habíamos ido—. No un esmoquin.

—No lo sé. —Ni siquiera se me ocurrió preguntarle.

—Creo que un traje. Y es en Italia, así que debería de ser algo clásico y con encaje. Oh, y un poco sexy también.

—Nada de sexy. No soy así —dije. Me miró por encima del hombro.

—Si no hay sexy, Len podría sospechar. Toda novia no solo quiere estar guapa, sino que quiere que su hombre la desee.

—Has pensado mucho en esto —bromeé.

Se encogió de hombros, miró un par de vestidos y luego sacó uno del perchero.

—Lástima que no tengas más tiempo. Podrías mandar a hacer algo a medida. Pero con el dinero de Antonio, deberías poder arreglar algo rápidamente. ¿Qué te parece éste?

Me probé varios vestidos. Me sentí un poco tonta por tomarme esto tan en serio cuando no era más que una boda falsa. Pero uno de los vestidos hizo que se me cortara la respiración y que pensase en el día en el que por fin me casase de verdad. El vestido de encaje marfil no tenía mangas y los tirantes de tul eran casi invisibles. Los apliques de encaje decoraban el tul y le daban un aspecto etéreo y de hada. El escote en V era un poco bajo en la parte delantera y se abría en la espalda, pero no daba una sensación demasiado sexy.

—Oh, guau. Es este —dijo Andi cuando entró en el probador. Su sonrisa era amplia—. Estás preciosa.

No pude evitar sonreír también, hasta que vi la etiqueta del precio.

—¿Veinte mil dólares? ¿Por un vestido que se usa un día? —Me sentí decepcionada, pero de ninguna manera iba a gastar eso en un vestido para una boda falsa. Empecé a mirar de nuevo los otros vestidos.

—Tienes que comprar este vestido —insistió Andi, sacando de nuevo el vestido de hadas de encaje.

—No puedo gastar eso. No para esta situación. —O para cualquier situación. No podía imaginar nunca gastándome veinte mil dólares en nada, excepto quizás en un coche.

—¿Has olvidado que tu jefe es rico? Asquerosamente rico. Puede permitirse esto. —Sacudí la cabeza.

—Tengo que ser sensata. —Frunció los labios mientras me miraba—. ¿Por qué estás haciendo esto? Para conseguir un trato de negocios, ¿no? Así que tienes que dar la talla. Eso incluye llevar un vestido que haga que Antonio te vea preciosa. Él no escatimaría en gastos para complacer a su prometida. Y no puedes llevar un vestido de doscientos dólares a una costosa boda italiana. —¿Tenía razón? ¿Tenía que asegurarme de vestirme bien? ¿Estaría de acuerdo?— Además, no es solo que te queda bien, sino también es el único con el que se te iluminaba la cara. Confía en mí. Sé de estas cosas. Este es el vestido. —Lo levantó.

—Me encanta. —Abrió la puerta y salió con él.

—Les diré que lo vas a comprar. Ahora vístete y vamos a comer.

Encontramos un bonito restaurante tipo bistró en la bahía y nos sentamos fuera para disfrutar del buen tiempo.

—He oído que en Italia también hace buen tiempo —dijo Andi después de pedir la comida.

—Supongo que sí. No sé. Nunca pensé que sería alguien con la posibilidad de viajar. —O de comprar un vestido de veinte mil dólares. Caramba. No me sorprendería que me despidiera por eso.

—¿Qué piensa Melissa de todo esto? —Andi se irguió en la silla mientras la camarera nos ponía agua en la mesa.

—Ella cree que debería ir. Me gustaría que pudiera venir. Seguro que le encantaría el arte.

—Tal vez podrías pedirle a Antonio que la lleve. Quiero decir, que es una boda. La familia debería estar allí. —Sacudí la cabeza.

—Esto ya se me está yendo de las manos.

—¿Has pensado alguna vez en la boda que querrías? Cuando te cases de verdad, claro. —Exprimió limón en su agua y luego le dio un sorbo.

—A veces, claro. No tengo un libro ni revistas ni nada parecido, pero supongo que, como la mayoría de las mujeres, he pensado en ello.

—¿Qué has pensado? —preguntó ella.

—Siempre pensé que sería bonito casarse en la playa. Estaría en camisa y pantalones, pero con las mangas remangadas. También las perneras del pantalón y él descalzo. Yo también estaría descalza con un bonito vestido vaporoso. Me parece tan romántico. —Andi suspiró.

—Sí que suena bien.

—¿Y tú? ¿Has pensado en el día de tu boda? —pregunté.

—Oh, sí. Llevo soñando con ello desde que era una niña. Quiero todo el cuento de hadas de la princesa. Un coche de caballos. Una iglesia enorme llena de flores. Una banda en vivo en la recepción. Todo el tinglado. —Sonreí.

—No sabía eso de ti. —Se rio.

—Lo sé. Supongo que yo también soy una romántica empedernida. —Ladeó la cabeza—. ¿Cómo vas a fingir que estás enamorada de tu jefe?

Mi sueño erótico con Antonio regresó. Bebí agua para refrescarme la piel que, de repente, la sentía demasiado caliente.

—No lo sé. Siempre me ha gustado y lo he respetado. Pero es mi jefe. También es un poco raro. —Ella asintió.

—¿Y si no fuera tu jefe? Si estuviéramos una noche en un club y él entrara, ¿te interesaría?

Sabía que la respuesta era «sí» porque había llegado a esa conclusión la noche anterior. Pero no estaba segura de tener que confesarlo.

—No lo sé. Tal vez. Desde luego, el señor Hershey no es un tipo al que le guste ir a clubs. —Andi se rio.

—Es bastante cuadriculado. Aun así, es buen mozo, ¿no crees? —Me encogí de hombros sin dar mi opinión—. Oh, vamos. El típo está bueno. Quizá no sea el hermano Hershey más buen mozo, pero no es feo.

Me ofendió que ella no pensase que era el hermano más buen mozo, porque por supuesto que lo era. No era solo su aspecto lo que lo hacía atractivo. Era su forma de comportarse. Exudaba poder y control. Además, era generoso y cariñoso. Y amaba a su familia.

—¿Cómo clasificarías a los hermanos? —preguntó ella.

—¿En qué? ¿En apariencia? ¿En la habilidad? ¿Compromiso con el negocio?

Ella resopló.

—Noah sería el último en esa lista. Sin embargo, también es atractivo. Tiene ese aire de rebelde sin causa, ya sabes. —La miré, preguntándome si tenía algo con él.

—Noah no parece el tipo de boda de cuento de hadas en coche de caballos —dije.

—No, no lo parece. No parece del tipo casadero en absoluto, pero apuesto a que es fabuloso en la cama.

—¿Así es como los clasificamos? —De nuevo, la visión de Antonio llevándome al orgasmo sobre un tronco de árbol en medio de la campiña toscana llenó mi cerebro.

—Creo que todos son, probablemente, bastante buenos, excepto quizás Antonio. En serio, ¿crees que alguna vez echa un polvo?

Me mordí el labio para no revelar que le había hecho la pregunta en mi sueño.

—Antonio es muy reservado.

Ella reflexionó sobre eso.

—Los tipos callados suelen ser los más creativos en la cama. —Movió las cejas—. Tal vez Antonio está ocultando su verdadera destreza sexual. —Luego me estudió—. Tal vez puedas averiguarlo.

Sacudí la cabeza.

—Es mi jefe. No pienso en él de esa manera. Además, ya está demasiado preocupado de que lo demande por esta situación. —Ella asintió.

—Como he dicho, muy cuadriculado. —Me ofendí.

—Él se preocupa más que nadie, además de Margaret, por esta empresa. Se lo toma en serio.

Sus ojos se estrecharon y me retorcí bajo su escrutinio.

—Yo no subestimaría el compromiso de Hamilton y Carter, pero creo que Antonio ha sentido que, como el mayor, ha tenido que asumir el papel de patriarca desde que su padre se desvinculó del negocio. —Asentí. Yo también lo veía así—. Margaret lo admira por ello, pero hay una razón por la que no lo hace director general, a pesar de que como mayor y como el que realmente ha dado un paso adelante para liderar la familia, es la opción obvia —dijo. Su mirada se dirigió al sándwich de brie y bacon que la camarera le había puesto delante.

—¿Por qué? —Me incliné hacia atrás mientras la camarera ponía mi ensalada de pollo tailandesa delante de mí.

—Bueno, para empezar, Hamilton y Carter también están comprometidos. Pero, en segundo lugar, creo que ella se arrepiente de haber vivido para el negocio, y no quiere eso para Antonio.

—Él sí vive para el negocio. De ahí esta locura de boda.

—Es una locura. No es propio de él. —Sonrió—. Hay esperanza para él, después 

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