38. INTIMIDACIÓN

Capítulo treinta y ocho: Intimidación

Angelo deslizó las manos hasta los hombros y le besó en la boca. Fue un beso duro que despertó la pasión en el cuerpo de la joven. Cuando al fin se apartó, Angelo le dirigió una mirada helada, sin demostrar compasión o pesar alguno por haberla humillado de esa forma.

—¿Por qué, Teresa... por qué? —preguntó Angelo con agresividad—. ¿Hay algún motivo o es que todavía sientes placer al oponerte a mí sólo por gusto?

—¡Eso no es justo! —se defendió Teresa al instante—. Yo, a mi vez, debería preguntarte si todavía disfrutas intimidándome.

—¿Intimidándote? —repitió Angelo levantando las cejas, sorprendido—. ¿Cuándo te he intimidado yo, Teresa?

—¡Todo el tiempo! —lo miró con desafío—. Desde el primer momento en que pisé tu casa, me diste órdenes como... como si...

—Como si te amara y deseara que te establecieras en este nuevo y extraño ambiente con las menores dificultades posibles —indicó Angelo y la miró a la cara.

—¡No! Fue como si yo fuera una criatu
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