Capítulo veinticuatro: Quiero el divorcioAngelo se estaba colocando sus gemelos de oro, cuando Teresa entró en la habitación que ya no compartía con él y le preguntó:—Si tienes que ir, ¿por qué no lo haces solo?—¿Quieres privarme de toda compañía femenina? —preguntó Angelo—. Angélica, como sabes, es la hermana del administrador, así como secretaria de la compañía. No sólo es hermosa y simpática, sino también una buena amiga, cuya compañía valoro.—¿Tanto en la cama como fuera de ella? —había preguntado Teresa para advertir un momento después cómo Angelo apretaba la mandíbula en un gesto de ira mal contenida.—Como tú ya no deseas compartir mi cama, tu interés por quién lo haga resulta impertinente —le había respondido Angelo—. ¡No tengo intención de darte una lista! Sin embargo, no volverás a decir eso sobre Angélica o lo lamentarás. Como no deseas acompañarme en una ocasión como la de esta noche, ni eres la mujer adecuada para hacerlo, no hablarás mal de la mujer que ha ocupado tu
Capítulo veinticinco: Después de la depresiónTeresa pensó que su marido iba a asesinarla y luchó con todas sus fuerzas. Él la levantó en brazos y la llevó a la habitación principal, la arrojó sobre la cama y le quitó la ropa.—¡Angelo! ¡No, no de esta manera! —los gritos de Teresa fueron ahogados cuando Angelo se tumbó sobre ella; la joven se retorció bajo su cuerpo. Habían transcurrido muchos meses desde que hicieron el amor por última vez y la posibilidad de una relación forzada, como castigo, la llenaba de temor.—¿Qué otra forma hay, cuando me llamas mentiroso, libertino y te niegas a escuchar mis explicaciones? ¡Si espero a que tú vengas a mí tendré que esperar toda la vida!Estaba excitado y los movimientos de Teresa aumentaron su deseo. Las manos de Angelo temblaron sobre la piel de Teresa y murmuró:—Así está bien, ángel mío... Lucha contra mí, pero cuando llegue el momento, te rendirás, dejarás que te haga mi prisionera... Entonces
Capítulo veintiséis: ReencuentroTeresa llevaba un vestido blanco de corte sencillo, con cuello redondo, mangas holgadas que ocultaba sus delgados brazos y una falda plisada que disimulaba su delgadez.A pesar del fuerte calor de la tarde, el color del vestido le ayudaba a reflejar los intensos rayos del sol, mientras caminaba como un autómata por las calles desiertas.Se le había erizado el vello de los brazos; un extraño estremecimiento parecía recorrerla por entero, persistentemente, helándole la sangre.Vestía de blanco, pero con la extraña indiferencia que empezó a dominarla desde que se celebró el convenio, pensó que debería vestir de negro, puesto que ese era el color del luto... ¿Acaso no había perdido casi todo por lo que alguna vez vivió? ¿Acaso no estaba cerca, en ese momento, de renunciar a lo último que le quedaba?Se dijo que esa caminata la tranquilizaría, le daría tiempo para ensayar lo que le diría a Angelo. No habría lágrimas ni acusaciones, decidió firmemente. Había
Capítulo veintisiete: ¿A qué has venido?Teresa no perdió el sentido por completo. Antes de que la depositara sin esfuerzo sobre el sofá, el oxígeno volvió a circular por su cerebro. ¡Y pensar que se había creído preparada para soportar el impacto del encuentro con Angelo en esas condiciones! Resultaba claro que había subestimado el poder de su presencia o tal vez su propia fragilidad.—Toma, bébete esto y te sentirás mejor —le entregó una copa con licor.—¿Metaxa? ¿Para mí? ¡El día de Santo Domingo es en enero, no en junio!Teresa vio cómo los nudillos de Angelo se ponían blancos al asir con fuerza la copa. ¡Su comentario lo había hecho reaccionar! Parecía que no había olvidado la última vez que la vio con una copa en la mano, cuando le dijo con tono sarcástico que para ella todos los días eran como la fiesta de Santo Domingo. En aquel momento la joven no comprendió a qué se refería y Angelo tuvo que explicarle, con fría superioridad, que ese era el día en que ciertas mujeres festeja
Capítulo veintiocho: Necesidades, sentimientos y derechosHabía estado practicando ese mismo discurso durante toda la mañana, por lo que Teresa se dijo que no tenía motivo alguno para romper a llorar. Pensó que ya era poco atractiva, como para añadir unos ojos y unos labios irritados. Además, Ermine había aparecido en la puerta con una bandeja que contenía platos con fruta, huevos, queso, tostadas y un pedazo de tarta. Ermine la miraba entristecida.Con rapidez se enjugó las lágrimas, vio que Angelo le quitaba la bandeja a Ermine de las manos y le daba las gracias.—Come, Teresa —ordenó Angelo con un tono que no dejaba lugar para argumentos. En silencio, la joven tomó uno de los platos y lo invitó para que comiera también él—No, gracias, no tengo apetito.Su negativa no la sorprendió, pues hacía mucho tiempo que no comían juntos y mucho más todavía que no habían disfrutado de una comida sin rencor y amargura. Se sirvió el pedazo de tarta y lo probó.Fue Angelo el que rompió el silenc
Capítulo veintinueve: ¿Volverás?—Sí... no... —confundida, se obligó a mirarlo a los ojos. Habían transcurrido muchos meses desde la última vez que él disfrutó de su cuerpo. Sin embargo, recordaba la joven, hubo un tiempo en que él fue su amo y un esclavo para ella, a la vez— ¡Oh, esta situación es imposible! —gritó Teresa con angustia— ¡El divorcio hubiera sido una solución mucho más conveniente para ambos!—No, desde mi punto de vista –opinó Angelo— Soy hombre de palabra y prometí aceptarte, para bien o para mal, hasta la muerte.—Las cosas cambian... le indicó Teresa y bajó la vista, pues no podía soportar el dolor que le producía su mirada de censura. Angelo también había prometido que la amaría y eso no incluía que tomara a Angélica Andronicos como amante.—Pero no todo —señaló Angelo— Entonces, ¿todavía tienes intención de vivir cerca de aquí, cuando pueda encontrarte una propiedad adecuada, y ver a los mellizos con regularidad? —ella asintió— ¿No tienes intención de volver a In
Capítulo treinta: Petición inesperada—¿Volverás pronto con nosotros, mamá? —preguntó Victoria. Esa era la pregunta que más temía Teresa. Durante todos esos meses, los niños parecían haber aceptado sus idas y venidas, pero en el fondo del corazón, ella siempre había sabido que sólo era cuestión de tiempo.—Oh, estaré muy cerca —explicó de inmediato— En realidad, tenemos que hacer muchos planes. ¡Puede ser muy excitante para todos nosotros! —intentó comunicar a sus palabras un tono de optimismo, algo que estaba muy lejos de sentir.—¿Todavía estás enfadada con papá? —le preguntó Stefano. —No, por supuesto que no, yo... —confundida, sólo pudo pensar que no sería conveniente informarles acerca del estado de su relación, puesto que de esa manera podría preocuparlos— ¡Pues antes le gritabas! —la acusó su hijo.–¡Él le gritaba a mamá! —intervino Victoria— Gina ponía la música muy fuerte, aunque de todas maneras escuchábamos los gritos.—Las voces de las personas siempre se escuchan muy alt
Capítulo treinta y uno: Me robaste mi hombría—¡Eso es ridículo! —exclamó Teresa y lo miró sorprendida—. ¿Cómo podría ir a algún lado contigo? ¡Soy tu ex mujer! —Sólo estamos separados —la corrigió Angelo con frialdad—. Eso no significa que no podamos cooperar. El tribunal fijó límites, es verdad, pero porque nosotros le pedimos que lo hiciera. Si por mutuo acuerdo decidimos cruzar esos límites, no seremos penalizados por ello —levantó una ceja, invitándola a que hiciera algún comentario, pero al ver que ella no respondía, añadió—: Supongo que ya les has dicho a los niños que van a seguir juntos. Como Stefano sabe que tengo la intención de llevarlo a Capri, Victoria supondrá que ella también irá a la isla. La solución es simple. Como estarás conmigo, el novio de Gina no pondrá ninguna objeción para que ella nos acompañe. Ella se hará cargo de los niños y tú y yo podremos dedicarnos a nuestros respectivos asuntos. Además... —la recorrió con la mirada— me parece que necesitas unas vaca