Capítulo veinte: Te quiero a tiAngelo se quedó helado.—¿Estás embarazada? ¿Ya?—Bueno, tú te has esforzado mucho para que sea así, ¿no?—Estás tan alterada que no sabes lo que dices. Dios mío... estás embarazada. ¡Podías haberte hecho daño al golpearme!Entonces la tomó en brazos y la llevó al dormitorio.Teresa parpadeó incrédula.—No deberías estar montando escenas como esta. Tienes que tumbarte y estar tranquila, piensa en el niño...—Angelo, acabo de pedirte que te vayas de esta casa y que me dejes en paz.—No lo has dicho en serio.Angelo suspiró pesadamente y la dejó a los pies de la cama. —¡Vete!—Estás histérica.—¡No lo estoy!—No voy a discutir contigo sobre esto. Naturalmente, estás molesta. Tienes razones para sospechar y yo te disculpo.—¡Crees que me tienes donde quieres porque estoy embarazada! ¡Pues no es así! ¡Mi abuelo cuidará de mi madre, así que no me puedes hacer daño con eso y, si no te vas tú de esta casa, seré yo la que me vaya al yate!—La tripulación está
Capítulo veintiuno: Diez años de odio y decepción—Te quiero a ti, Angelo —gimió ella.Se produjo un largo silencio. Luego, oyó a Angelo aclararse la garganta, pero no dijo nada.—Es que no sé qué decir —dijo él por fin.—Bueno, no te preocupes. ¡Sé que yo no me voy a preocupar!Cuando ella colgó, lo hizo llorando.Metió el teléfono entre las almohadas y lo oyó sonar una y otra vez.Poco después, el ama de llaves llamó a la puerta y apareció con otro teléfono. Teresa lo aceptó de mala gana.—¿Teresa? —dijo la voz de Angelo de nuevo.—Te veré a las ocho. ¡Solo dije que te quería por el niño!Pensó que iban a hablar del divorcio. No de la parte técnica se ocuparían los abogados. ¿Por qué le habría mentido con eso de que lo quería por el niño? Angelo no se lo había merecido.Cuando llegó a Roma, la estaba esperando una limusina que la condujo a la mansión de los Gatti.Un mayordomo la condujo a un salón tan elegante y fríamente decorado como el resto de la casa.—Teresa...Ella se volvió
Capítulo veintidós: Cara a cara con la verdadCinco cabezas se volvieron y, con solo dos excepciones, todos los rostros mostraron su descontento al ver a Teresa.Paulo pareció sorprendido y feliz. Giulio, el hermano de Angelo, sonrió abiertamente. Alessio, el padre de Angelo, se tensó. La madre de Angelo, Marcela, se quedó helada. ¿Y Katrina? Se quedó mirándola y luego sonrió brillantemente.Estaba claro que no tenía miedo de que sus mentiras salieran a la luz. Teresa recibió encantada el gran abrazo de su abuelo y, después de ser saludada más fríamente por los demás, tomó asiento a la mesa. ¿Cómo se iba a poder enfrentar a Katrina sin ninguna prueba de que hubiera mentido? ¿Por qué iba ella a confesar cuando tenía tanto que perder? Mientras pensaba eso, Angelo empezó a hablar.—Tengo algo que contaros a todos —dijo.Entonces él les habló de los mensajes, revistas y fotos que había estado recibiendo ella.Alessio afirmó entonces:—Algo muy desagradable.Marcela, que se había puesto pá
Capítulo veintitrés: Amor y obsesiónAngelo iba despeinado, sin corbata y con la ropa arrugada. El corazón se le aceleró como siempre a Teresa. Entonces, Paulo le dio una palmada en la espalda.—¡Ni yo esperaba tener un bisnieto tan pronto!Luego salió de la habitación y cerró la puerta.Angelo miró con tristeza a su esposa y dijo:—No te di muchas opciones, ¿verdad?—Yo estoy realmente encantada con el niño... ¿Por qué has tardado tanto en venir?—La limusina se estropeó y he tenido que venir en taxi, con el tráfico que hay. Por fin tuve que terminar el trayecto a pie con Malvolio jadeando detrás.Teresa rio con los nervios a flor de piel.—¿Sabes? Te amo tanto que me duele...Ella se levantó y corrió a echarse en sus brazos.Angelo la apretó tanto que casi no pudo respirar.—Pensaba decirte muchas otras cosas, pero cuando he llegado aquí, lo único que se me ha ocurrido en mi favor es que te amo. Hace diez años, creía saber mucho y no sabía nada. ¡Debía haberme dado cuenta de que me
Capítulo veinticuatro: Quiero el divorcioAngelo se estaba colocando sus gemelos de oro, cuando Teresa entró en la habitación que ya no compartía con él y le preguntó:—Si tienes que ir, ¿por qué no lo haces solo?—¿Quieres privarme de toda compañía femenina? —preguntó Angelo—. Angélica, como sabes, es la hermana del administrador, así como secretaria de la compañía. No sólo es hermosa y simpática, sino también una buena amiga, cuya compañía valoro.—¿Tanto en la cama como fuera de ella? —había preguntado Teresa para advertir un momento después cómo Angelo apretaba la mandíbula en un gesto de ira mal contenida.—Como tú ya no deseas compartir mi cama, tu interés por quién lo haga resulta impertinente —le había respondido Angelo—. ¡No tengo intención de darte una lista! Sin embargo, no volverás a decir eso sobre Angélica o lo lamentarás. Como no deseas acompañarme en una ocasión como la de esta noche, ni eres la mujer adecuada para hacerlo, no hablarás mal de la mujer que ha ocupado tu
Capítulo veinticinco: Después de la depresiónTeresa pensó que su marido iba a asesinarla y luchó con todas sus fuerzas. Él la levantó en brazos y la llevó a la habitación principal, la arrojó sobre la cama y le quitó la ropa.—¡Angelo! ¡No, no de esta manera! —los gritos de Teresa fueron ahogados cuando Angelo se tumbó sobre ella; la joven se retorció bajo su cuerpo. Habían transcurrido muchos meses desde que hicieron el amor por última vez y la posibilidad de una relación forzada, como castigo, la llenaba de temor.—¿Qué otra forma hay, cuando me llamas mentiroso, libertino y te niegas a escuchar mis explicaciones? ¡Si espero a que tú vengas a mí tendré que esperar toda la vida!Estaba excitado y los movimientos de Teresa aumentaron su deseo. Las manos de Angelo temblaron sobre la piel de Teresa y murmuró:—Así está bien, ángel mío... Lucha contra mí, pero cuando llegue el momento, te rendirás, dejarás que te haga mi prisionera... Entonces
Capítulo veintiséis: ReencuentroTeresa llevaba un vestido blanco de corte sencillo, con cuello redondo, mangas holgadas que ocultaba sus delgados brazos y una falda plisada que disimulaba su delgadez.A pesar del fuerte calor de la tarde, el color del vestido le ayudaba a reflejar los intensos rayos del sol, mientras caminaba como un autómata por las calles desiertas.Se le había erizado el vello de los brazos; un extraño estremecimiento parecía recorrerla por entero, persistentemente, helándole la sangre.Vestía de blanco, pero con la extraña indiferencia que empezó a dominarla desde que se celebró el convenio, pensó que debería vestir de negro, puesto que ese era el color del luto... ¿Acaso no había perdido casi todo por lo que alguna vez vivió? ¿Acaso no estaba cerca, en ese momento, de renunciar a lo último que le quedaba?Se dijo que esa caminata la tranquilizaría, le daría tiempo para ensayar lo que le diría a Angelo. No habría lágrimas ni acusaciones, decidió firmemente. Había
Capítulo veintisiete: ¿A qué has venido?Teresa no perdió el sentido por completo. Antes de que la depositara sin esfuerzo sobre el sofá, el oxígeno volvió a circular por su cerebro. ¡Y pensar que se había creído preparada para soportar el impacto del encuentro con Angelo en esas condiciones! Resultaba claro que había subestimado el poder de su presencia o tal vez su propia fragilidad.—Toma, bébete esto y te sentirás mejor —le entregó una copa con licor.—¿Metaxa? ¿Para mí? ¡El día de Santo Domingo es en enero, no en junio!Teresa vio cómo los nudillos de Angelo se ponían blancos al asir con fuerza la copa. ¡Su comentario lo había hecho reaccionar! Parecía que no había olvidado la última vez que la vio con una copa en la mano, cuando le dijo con tono sarcástico que para ella todos los días eran como la fiesta de Santo Domingo. En aquel momento la joven no comprendió a qué se refería y Angelo tuvo que explicarle, con fría superioridad, que ese era el día en que ciertas mujeres festeja