CARLOS.Los oídos me dolían.Por segundos que me parecieron horas, solo pude escuchar cacofonías y un silbido molesto que se mezclaba con el fuerte latido de mi corazón gracias a la adrenalina corriendo por todo mi sistema.Las cosas sucedieron tan de prisa… Aún siento confusión por cómo ocurrió todo. Tanto que me confié, que hasta pude sentir alivio al ver que el vehículo que nos estaba siguiendo ya no lo hacía desde la mitad del camino en adelante. Crucé para entrar a la calle de Olivia, la tensión bajó unos grados al ver por el retrovisor y no ver el jodido carro.Cuando logré percatarme de unas yantas haciendo ruido al alejarse, inmediatamente me enderecé. Ella también lo hizo, pero su cuerpo se dejó caer sobre el asiento como un costal de papas ultra pesado.—¿Olivia?Con su rostro arrugado, noté un par de lágrimas mojarle las mejillas.Aparté rápidamente el cabello de su cara para poder apreciarla mejor y cuando removí su cuerpo con la intensión de revisarlo, gritó fuerte, me ec
OLIVIA.Odiaba los médicos, odiaba estar en el hospital. No hubiese querido preocupar a nadie, necesitaba estar en casa.Pero hasta mi propio hogar me lo recordaba a él. Y él, me recordaba todo lo que ocurrió.Lo que jamás olvidaré. Jamás. En ningún momento, desde que iniciaron mis salidas furtivas con Carlos, lo pensé como alguien verdaderamente peligroso.Sí, por un momento creí y sospeché que tal vez manejaba cuentas de gente “pesada”, como solemos decir en Maracaibo. Esas personas, son aquellas que poseen bienes y riquezas con dinero de dudosa procedencia, creando a su alrededor un poderío significativo, a veces visible, a veces no. La palabra pesada los califica en un rango que el ciudadano común no debería meterse.Sé lo que es este trabajo de calcular pagos, laborar con nóminas que se apegan a la administración de cuentas, revisar dinero ajeno, tocarlo, manejarlo, me gusta, es lo que estuve estudiando, pero en mi caso muy particular, aparte de no haber ejercido hasta ahora,
OLIVIA.Estaba almorzando.Ya habían pasado dos semanas del suceso frente a mi apartamento.Era increíble cómo absolutamente nada de lo que pasó fue reseñado en la prensa local y en ninguna red social. ¿Qué eso suceda hoy en día? ¿En este mundo acosador, repleto de cámaras y teléfonos móviles? En donde la gente respira Internet y exhala información, falsa o no, exagerada o no… No me cabían dudas: lo que nos pasó a Carlos y a mí, fue orquestado por gente con mucha influencia, pero aún más debían tener quienes rodeaban a Carlos Malaver por lograr que nadie dijera nada.¿Qué había pasado con nuestras cosas, todas las que se quedaron dentro de su carro? Mi bolso de mano con mis documentos personales y mi celular…, todo lo di por perdido, porque no me atrevía tan siquiera contactarlo para reclamarle mis bártulos ni nada por el estilo.Era jueves.Removía mi vaso de jugo con mi brazo izquierdo, el libre, sin ataduras de cabestrillos, cuerdas o vendajes. Mamá había salido, estaba de compras
OLIVIA.Fue necesario hacerlo.Debía decirle a Carlos las cosas como las pensaba, tal cual, desde el fondo de mi alma.Como conté antes, hacerlo rompió mi corazón y creo que el de él también se quebró.Su cara cuando le dije que no podíamos seguir viéndonos…, eso tampoco lo voy a olvidar.Respiro y exhalo profundamente, porque siempre, siempre, siempre que recuerdo esto, se me cierra la garganta del dolor que me da.Sencillamente no podía seguir en una relación con él. De manera automática, sentía rechazo a continuar y no soy una mujer de creer en películas. Las balas no se esquivan en la vida real, nosotros solo tuvimos suerte y a Dios presente en todo momento, porque tal vez nos salvamos de esa tragedia, ¿qué pasaría la próxima vez que sucediera algo similar? Si ocurrió una vez, ¿qué me garantizaba que no volvería a pasar?Sentados en la sala de la casita de mamá, Carlos se quedó observándome con un rostro serio y evidentemente molesto.Nos quedamos en silencio absoluto. Afuera, par
CARLOS. Después de ver y sentir su rechazo, supe que el porcentaje de perder era enorme, más grande, mucho más grande que esa esperanza porque al final de ese día —al menos— quedáramos bien.Olivia decretó terminar la relación y me molestaba sobremanera que fuese por un trauma, miedos arraigados a un suceso del cual yo no tenía responsabilidad.Me sentía jodido, la verdad. Frente a ella, de nuevo sentados muy cerca uno del otro en esa pequeña sala de estar, me sentía desesperado, estaba dispuesto a seguir luchando por esa mujer, pero a la vez, la tristeza me invadía, pesaba demasiado y la tenía encima de mí.—Llegué a ser el contador de Meléndez hace varios años, mis pasantías las comencé con él. Luego seguí como independiente. Actualmente, trabajo para varias empresas. —Quise ponerle las cosas sencillas, Olivia no se veía bien—. Meléndez me contactó hace no mucho para que le trabajara en la contabilidad de su consorcio, porque sospechaba que le estaban robando.Hice una pausa y la o
CAPÍTULO VII. Séptima Cena. La voz del mismo Dios. OLIVIA. Una semana más.Debía regresar a mi apartamento.Mandé a buscar mi uniforme y algunas cosas con mamá. Fui a trabajar así, prácticamente mudada. O mejor dicho, escapada, pero no regresaba, no podía hacerlo de un momento a otro, qué difícil se me hizo.Pero llegó el día. Un jueves de nuevo. Una semana había transcurrido desde la última vez que vi a Carlos y de igual manera que lidiaba con mis sueños y pesadillas, también lo hacía con su recuerdo, algo que presentí se trataría de un camino largo por el cual transitar, porque si no lograba salir de la casa de mamá, ¿cómo podría ser posible volver a él? Además, pareció entenderme a la perfección, esa reacción mía al salir del tocador después del ataque de pánico que me dio, hizo que mis palabras, las cuales no contaban mi verdadero deseo, él las interpretara muy bien, así como es de inteligente. Por eso, Carlos tampoco me había buscado.Me paré frente al espejo dentro de lo que
OLIVIA.Escuché ruido. Algo desde el exterior de la calle llamó mi atención y era extraño. Miré mi reloj de muñeca. Eran las 10:00 PM.Recogí mi cabello y dejé las toallas que estaba doblando sobre la cama para alejarme del colchón y acercarme a la ventana de mi recámara.Me quedé absolutamente congelada.A lo lejos (no mucho), divisé la camioneta de Carlos alearse del estacionamiento frontal de mi edificio.No iba ni muy lento, ni muy rápido, pero de una vez supe dos cosas: que no me daría chance para llamarle y que no se devolvería. Al menos no esa misma noche. De eso me convencí, sobre todo por la hora.Me pregunté cientos de veces el por qué acercarse y alearse después, pero eso no fue de gran importancia. Lo relevante fue su nula visita, su nula insistencia para volver. No lo vi de nuevo ni esa noche, ni las siguientes. De ese modo me di cuenta de qué era lo que me faltaba: era él, me faltaba él. La nebulosa empezó a disiparse y comencé a extrañarle cuando ya no estaba.CARLOS.
OLIVIA.—Soy Tony Urdaneta. Es un placer. —El sujeto se acercó y extendió su mano.Le di la mía, estrechamos las palmas y luego se sentó al lado mío, no muy cerca, pero ahí estaba él, acompañándome ese nuevo año en una de la azoteas más grandes y más altas de toda Maracaibo.—Olivia Quintero, el placer es mío. Supongo que eres compañero de trabajo de mamá. —Quise entablar una conversa y solo se me ocurrió decir algo obvio.Sonrió y viéndolo más de cerca, noté que no era feo, pero tampoco hermoso. Estaba segura que su rostro no era de acá. Cargaba encima rasgos extranjeros, pero no lograba identificar de dónde. Quise preguntarle, porque su apellido era latino, Urdaneta…«Urdaneta…», repetí mentalmente.Los Urdaneta eran los dueños de la empresa de bienes raíces en la que laboraba mamá y anfitriones de la celebración que nos había llevado hasta ahí. —Soy parte de la junta directiva de la empresa.Asentí, ya me lo temía.—Es decir, que ella trabaja para ti. —Claramente, no fue una preg