Tanya se quedó allí, mirándolo como si estuviera loco, no podía creer su forma de comportarte con ella, cada palabra ofensiva que pronunciaba provocaba en ella una herida y una decepción más profunda en su corazón.—No te quedes como palo, ¿Acaso no escuchaste mis palabras? Te dije que te desnudaras, para eso eres mi esposa —dijo con firmeza y una expresión de rabia en su rostro.—Pues te equivocas, no lo voy a hacer, tú lo has dicho muy bien, soy tu esposa, no un objeto sexual y mucho menos una fulana a quien puedas tratar de esa manera, y por mucho que me lo pidas no pienso hacerlo ¡No voy a desnudarme! —señaló con firmeza.—¿Crees que te permitiré que te niegues? Entiende Tanya ¡A mí nadie me rechaza! —exclamó Alexander y en respuesta la agarró bruscamente por los brazos y la besó con violencia, cogiéndola desprevenida.Por un momento, ella se quedó paralizada, aún incrédula de esa actitud, tan déspota y lamentando haberse casado con él. Sin embargo, pronto reaccionó. Lo apartó de
—¿Estás de broma? —preguntó Alexander con incredulidad.—Nunca he hablado más en serio en toda mi vida, Alexander, me voy —dijo Tanya, con voz firme mientras aferraba la maleta.—No puedes irte así como así —replicó Alexander con tono posesivo—. ¿Acaso se te olvidó que eres mi mujer?Ella giró sobre sus talones para enfrentarse a él, el desafío en sus ojos era lo suficientemente agudo como para atravesar su arrogancia. —¡Ya no lo soy! —replicó ella.La risa de Alexander resonó burlona, un sonido que retumbó en las paredes.—Por supuesto que lo eres ¿Acaso tu pequeño truco de fuga te ha hecho perder la memoria?—Para nada —respondió Tanya con frialdad, dejando la maleta en el suelo con un suave golpe. —La fuga hizo que se me cayera la venda de los ojos, por eso voy a anular esta farsa de matrimonio.Las facciones de Alexander se contorsionaron en una expresión que mezcló el miedo con la incredulidad, como si estuviera mirando a un fantasma en lugar de a la mujer que creyó controlar.
Tanya se había quedado dormida del cansancio que le había producido llorar y llamar de manera desesperada a Alexander, o a cualquier otra persona para que le abriera la puerta, por eso cuando escuchó abriendo la puerta se incorporó y sintió alivio cuando vio a la cocinera allí. —Gracias al cielo ¿Vino a sacarme de aquí? —preguntó mientras se levantaba.Sin embargo, la mirada triste de la mujer le indicó que se estaba haciendo falsas ilusiones porque ella no había ido para abrirle la puerta y segundos después pudo comprobarlo.—Lo siento señorita, pero solo vine a traerle comida, porque el señor dio las instrucciones, pero también dijo que bajo ningún concepto podíamos dejarla salir de aquí —dijo la mujer apenada.Colocó la bandeja en la mesita de noche y salió dejándola encerrada nuevamente. Se quedó viendo la comida, aunque no quería comer, la verdad es que tenía hambre, y no estaría de más que comiera un poco para reponer energías. Así que comenzó a comer mientras pensaba en una m
Alexander se quedó estático, con el corazón, latiéndole enloquecido. El impacto de que ella lo hubiese escuchado fue tanto que se quedó mudo, incluso hasta su ebriedad se le pasó. Sintió un nudo en el estómago por haberle provocado ese dolor a Eletta, intentó hablar, pero las palabras se atragantaron en su garganta.En cambio, fue Alessandro, con su mirada compasiva y sabia, quien tomó sus manos y se dispuso a responder.—Eletta, mi niña, escuchaste mal, eso no fue lo que quiso decir tu padre —trató de remediar el error de su hijo, pero ella negó.—¡No me mientas, abuelo! Yo lo escuché claramente, que dijo que yo no era su hija, que aceptó a mi mamá en su vida estando embarazada de mí —dijo con la voz entrecortada y las lágrimas rodando por sus ojos.Las palabras de Eletta flotaron en la sala, pesadas como el plomo. La negación de Alessandro se detuvo a mitad de camino, se quedó en un susurro que terminó por perderse entre las sombras del cuarto. Alexander, aún paralizado, sintió cómo
—¿Explicarme? ¿Qué necesitas explicarme? ¿Qué me has tenido engañada dieciocho años? ¿Qué no estabas muerta, sino que es parte de un engaño? ¿Por qué lo hiciste? ¿Cuál era tu fin? ¿Irte con tu amante? La rabia se agitó dentro de la chica, cuya respiración se hizo entrecortada, quiso cortarle, pero una parte de ella quería escucharla, oírla, justificarse. Ludovica, como si presintiera el caudal de sensaciones que estaba viviendo en ese momento su hija, vio la oportunidad de convencerla. Hija, a no vayas a cortarme, déjame darte una explicación, no me fui con mi amante… lo hice porque mi vida estaba en peligro”. Por un momento Eletta no sabía qué hacer, al final la necesidad de conocer sobre su verdadero origen, hizo que accediera. —Está bien, te espero en el parque que está en el sector de las peñas, no tardes —cortó la llamada y se quedó esperando la llegada de su madre. Ludovica esbozó una sonrisa socarrona al pulsar el botón de finalización de llamada de su teléfono, un disposi
Eletta vio a su madre caminar hacia ella, no sabía cómo sentirse, si alegrarse porque estuviera viva o lamentarse de que lo estuviera, porque la había decepcionada tan profundamente que jamás lo creyó posible.Cuando llegó a su lado, extendió los brazos, lista para que ella la abrazara, en su lugar, Eletta se quedó viéndola con sospecha, pero Ludovica no se dejó intimidar por la mirada de su hija.—¿Así recibes a tu madre cuando te has enterado de que estás viva? —inquirió la mujer, pero Eletta no la abrazó.—Para abrazarte necesitaría sentirlo, y yo no lo siento. Siendo sincera no sé si me alegro de que estés viva, porque tienes muchas explicaciones que darme, por ejemplo quiero que me digas la verdad ¿Quién es mi padre? Porque ya tengo claro que no soy una Ferrari, me tuviste engañada durante años y eso no te lo perdono —expresó con firmeza— Dime algo ¿Te acostaba con Alexander y con mi papá al mismo tiempo? Su tono denotó amargura, y apenas las palabras salieron de su boca, sintió
Ludovica tomó su teléfono y marcó a un número.—Necesito que mandes a unos hombres a buscar a mi hija y que hagan algo por mí —se sonrió mientras arrastraba a su hija y la sentaba con ella en un banco, el más oculto, hasta que aparecieron los hombres que le enviaron.Por su parte, Alexander, luego de la discusión con Eletta, salió a buscarla junto con su padre, preocupado de que pudiera haberle ocurrido algo, pero no la encontraron.—No está por ningún lado, es como si la tierra se la hubiese tragado —dijo Alexander con preocupación—, seguro debe sentirse herida… fui un idiota al decir todo eso.—Lo mejor será volver a la casa a ver si ya está de vuelta —propuso su padre, al mismo tiempo que tomaba el retorno a la casa.Regresaron en completo silencio, Alexander sumido en sus pensamientos, pensando en la burla que fue objeto por parte de Ludovica, no podía creer que se hubiese dejado engañar como un idiota, lo único bueno de esa relación había sido Eletta y Alyssa, sus hijas, pero lo
Alexander ni siquiera supo cómo terminó esa llamada, estaba impactado, como si alguien invisible le hubiese dado una fuerte patada en el estómago y sacado todo el aire. Su mano tembló cuando se detuvo sobre el botón de fin de llamada antes de pulsarlo con decisión. Se quedó sin aliento, con el pecho apretado.—Esto no es posible —murmuró en voz baja, las palabras cayendo en un torrente implacable tal cual como un mantra.Su padre, Alessandro, se acercó con las cejas fruncidas y los ojos nublados por la preocupación. —¿Qué pasó? ¿Le ocurrió algo a mi niña? —preguntó ante la inamovilidad de su hijo, con la voz cargada de angustia.Alexander meneó la cabeza sin mirar a su padre.—¿Acaso es Tanya? —insistió el hombre en las pregustas.—No, no es Tanya —consiguió decir, con la voz apenas por encima de un susurro.—Es Ludovica —respondió casi sin aliento.—¿Ludovica? ¿Qué pasó con ella? —preguntó Alessandro con su ceño fruncido.—¡Está viva! Y está siendo atendida en un hospital.—¡Mierda!