Rodrigo
—¡Ven, perezosa, levántate! —le doy una sonora nalgada a mi mujer y lo único que hace es cubrirse la cabeza con la sábana y voltearse hacia el otro lado para que no la moleste.
Casi puedo sentir que la sangre se me espesa cuando escucho ese nombre, vomito todo lo que tengo en el estómago y me sorprende que soy capaz de no mantenerme firme en lugar de comenzar a temblar.He temido este momento desde hace años, he estado esperando que lo peor pase, pero no pensé que sería justo en el momento en que la felicidad parece haber llegado a nosotros.Rodrigo no habla, avanza con el semblante oscurecido por la rabia o por la frustración… ya no sé.Podría culparlo de lo que nos está pasando, pero la verdad estoy segura de que no tenía ni idea del peligro en el que nos ponía cuando decidió recibir el dinero de Al-Saad. Sé que lo usó para llegar a nosotros, y sé que en parte es mi culpa por no ponerlo sobre aviso con lo que está sucediendo.El barco sale del fondeadero y nos dirigimos hacia la isla con tanta prisa como se puede, pe
SantiQuizás en cualquier otro momento, en cualquier otro instante, no hubiera notado nada anormal, pero el silencio que nos envuelve es tan grande dentro de esta cueva, que resulta imposible no notar hasta el último deslizamiento de una sombra.Me levanto despacio y voy hacia la entrada de la galería, por suerte Mateo ha mapeado la zona, porque pocas cosas hay tan fáciles como perderse aquí, veo las líneas fluorescentes que ha pegado en el suelo a lo largo de todo el camino y pongo una mano una de las paredes de roca. Siento algo, no tengo idea de qué es exactamente pero mi cuerpo se llena de alarma.Mi padre lo llama sexto sentido, yo creo sencillamente que, después de todo lo que nos ha pasado, tenemos el instinto de conservación altamente desarrollado.Me acerco a Mateo y lo toco en el hombro para que se dé cuenta de que lo estoy llamando. No quiero hacer ning
Mi cerebro procesa la escena en cámara lenta.Tropiezo.Me caigo.Zolo alcanza a Aitana.Detrás de nosotros hay alguien.Zolo corre hacia una de las galerías.Mateo intenta ayudarme.Tira de mí.Miro atrás y veo otro disparo. No es contra nosotros.Un hombre cae muerto y escucho esa frase.«A él no»La bofetada de Mateo me despereza, sacándome de ese letargo, y miro a todos lados como si de repente no supiera dónde estoy, pero bien que lo sé. En esta maldita cueva, con un balazo en un costado y el peligro inminente de que nos den cuatro más a todos para llevarse a Aitana.Veo que Zolo le pone la tableta a Mateo en las manos.—¡Sácanos de aquí! —le ordena con un rugido bajo.
RodrigoAntes de que el barco llegue a puerto, me doy cuenta de que hay varios yates pequeños repartidos por toda la costa oeste de la isla. Ya están ahí y no puedo usar mis estrategias comunes.En una situación como esta normalmente llamaría a Mateo, y él haría su magia cibernética para poner a mi disposición a los peores más cercanos a mi posición. La cuestión es, que no poder hablar con Mateo es lo que nos tiene precisamente en esta posición; y los peores que conozco que están ahora mismo demasiado lejos de mí como para llamarlos.Me doy un puñetazo mental porque no preví esto. Lizzie está aterrada y una parte del mí quiere decirle «te lo dije» en todos los idiomas que conozco, pero la otra sólo está concentrada en traer a mi hija de vuelta.Me importa un rábano quién
LizzieMiro a Rodrigo y un mal presentimiento me estremece. Este corrientazo detrás de la nuca que anuncia el desastre… ya lo conozco, lo viví una vez cuando no tenía más que ocho años. Entonces fue viendo la cara de mi madre, y ahora es viendo la cara de mi esposo.Aprieto a mi hija contra mi pecho y me asalta el instinto por escapar. ¿Pero escapar a dónde? La isla está rodeada y estamos a kilómetros del muelle. Es una situación sin salida y estoy desesperada en el más estricto sentido de la palabra. Me siento impotente y débil porque sé que no puedo hacer nada, y odio eso.Rodrigo y Zolo se alejan unos pasos y los veo conversar con voz muy baja. De cuando en cuando miran en nuestra dirección y los veo negar o asentir en dependencia, imagino, de cuánto logran ponerse o no de acuerdo. Finalmente regresan y Rodrigo nos empuja suav
CAPÍTULO 33RodrigoLa sonrisa de Al-Saad cuando ve a Lizzie arrodillada en el suelo me revuelve el estómago. Es un misógino asqueroso y casi casi dio saltitos de alegría cuando me vio golpearla. Sé que le guarda un rencor oscuro, porque después de todo es la mujer que se interpuso entre él y su honor familiar durante casi dos años, y estoy seguro de que, aunque no lo demuestre a simple vista, está calculando cada vejación a la que va a someterla cuando la tenga en su poder.Mis puños tiemblan cuando da la orden para que se las lleven, así que los meto en mis bolsillos. Zolo ayuda a Santiago a levantarse, y cuando el ultimo auto y el último hombre de Al-Saad han desaparecido de mi vista, dejo ir en voz alta esa maldición que tengo atravesada entre pecho y espalda.Conduzco como un maniático hacia el muelle. Zolo carga a Sant
LizzieTengo un nudo alojado en la base de la garganta. Uno de esos nudos que no puedes tragarte, pero que te quitan las ganas de llorar, porque está lleno de miedo y de impotencia. Abrazo a Aitana contra mí, y casi agradezco que tenga la manía de cerrar los ojos cuando se asusta.Yo también quisiera cerrar los míos y aislarme del horror que hay fuera de mí, pero a diferencia de ella, yo sí puedo escuchar cada orden y cada palabra soez que se escapa de la boca de Al-Saad. En las insoportables horas en que hemos estado bajo su absoluta vigilancia, me he dado cuenta de que es repugnante. Quisiera decir que es un cerdo pero los pobres animalitos saldrían muy ofendidos.No entiendo qué fue lo que Anna vio en él como para abandonar sus costumbres y seguirlo hasta aquí.Escucho que habla con uno de sus asistentes, pero aguzar el oído es por gusto, porque no entiend
Rodrigo—¿Sabes que Lizzie te va a cortar los huevos, verdad? —dice Diego y sé que lo hace para aligerar el ambiente, que se ha tornado absolutamente insoportable.Cruzamos el Mar Rojo y desembarcamos en algún lugar de la costa cerca de Yanbu, era el sitio más seguro por donde podíamos entrar. Me habría encantado ahorrar tiempo con uno de los aviones pero no puedo, el sitio donde tienen a Lizzie y a mi hija está en el medio del desierto y sería demasiado evidente, los pondría sobre alerta y necesito la menor resistencia posible.—Yo se los cortaría —lo secunda Zolo y veo que Archer frunce el entrecejo—. Tenías que haber visto cómo le pegó, literalmente la mandó al suelo.—Zolo, no seas teatral —me defiende Mateo levantando entre sus dedos el aplicador, que tiene digitalmente conectado a su tableta—