CAPÍTULO 2

Había pasado apenas una semana de su reencuentro con ese hombre que recién recordaba, y no podía apartarlo de su cabeza. Era extraño, él parecía no haberla reconocido, o quizá había fingido no saber quién era ella, así que, por qué rayos sentía que no debía solo dejarlo pasar.

No le molestaba que la hubiera olvidado, ella no lo habría recordado de no haberlo encontrado, tampoco era la posibilidad de que fingiera no conocerla lo que la tenía inquieta, pero había algo que no le permitía dejar el asunto por la paz.

¿Será que le debía dinero y no lo recordaba?

Esa sensación de haber dejado algo inconcluso no se iba, a pesar de que planeaba no darle importancia, a final de cuentas, el otro no pareció estar interesado en cobrarle nada.

Había despertado de nuevo con tremendo dolor de cabeza, había dormido mal y poco, así que estaba exhausta. Necesitaba deshacerse de esa incomodidad pronto, pues incluso su estómago estaba pagando los daños. Tenía algunos días sintiéndose mal.

—Deberías ir al médico —sugirió Paulina al verla salir del baño, de nuevo, con los labios blancos y secos, además de esa expresión de muerta.

—Sí, iré más tarde —aseguró Mariel sin atreverse a soltar el marco de la puerta que le sostenía.

Eran normales sus pocas fuerzas luego de vomitar mucho más de lo que recordaba haber comido.

Paulina asintió y se preparó para ir a trabajar, Mariel se vistió y se encaminó al consultorio médico de una de que fue su mejor amiga y su siempre rival Marisol.

Ambas eran amigas de la infancia, juntas soñaron con ser maestras en preescolar, con ser diseñadoras de modas en la primaria, con ser modelos en secundaria y, en bachillerato, decidieron apuntar a medicina.

Eran igual de inteligentes, tal vez Mariel más que Marisol, pero Mariel era demasiado floja como para esforzarse demasiado, así que Marisol solía ganarle con algunas décimas o puntos durante toda su vida escolar.

Llegaron juntas a la universidad para conocer la carrera a la que apuntaban, pero Mariel decidió dejar la medicina de lado; ella no se sentía capaz de hacer todo lo que en el propedéutico mostraron, sobre todo por su actitud no tan receptiva a las cosas desagradables que el cuerpo humano podía llegar a mostrar.

Cambió de carreta, a psicología, y ahí terminó su eterna rivalidad, y también un poco su amistad.

Pero no puedes dejar de conocer a alguien solo porque se alejaron un poco, además, su vida en su ciudad de origen no había cambiado nada. Ellas seguían siendo, para todos, el par de mejores amigas que fueron juntas a la capital a estudiar.

—¿Tienes novio? —preguntó Marisol tras escuchar los síntomas y hacer algunas revisiones a la chica.

—¿Podríamos dejar la charla social para luego de que me ayudes a mejorar? —cuestionó Mariel un poco molesta por la falta de seriedad de esa que, en serio, necesitaba fuera un médico profesional justo en ese momento.

—Bien, entonces déjame cambiar la pregunta —dijo Marisol—. ¿Cuándo fue tu última relación sexual y tu último periodo menstrual?

Mariel fijó sus enormemente abiertos ojos sobre la médico que le atendía. Ella no era médico, pero, que le preguntara eso luego de considerar sus malestares estomacales, le sugerían un diagnóstico que le asustaba.

—Mi… —Mariel garraspó antes de poder contestar—, mi última relación sexual fue hace dos meses, mi último periodo menstrual fue una semana luego de eso.

Estar segura de que hubieran ocurrido en el orden mencionado le daba un poco de certeza de que no era lo que en un inicio se había imaginado, pero, si hubiese sido médico, como su ya no tan amiga Marisol, no lo habría descartado tan pronto.

—Pues hagamos las pruebas, para estar seguras —sugirió de pronto la médico—, aunque estoy casi segura de que estás embarazada.

Mariel sintió nauseas de nuevo, y esas eran de origen meramente emocional. Lo que acababa de escuchar era lo que había deseado no escuchar nunca.

Es decir, había planeado llevar su vida con comodidades, así que un hijo no estuvo en sus planes jamás.

La clara confusión de su ex mejor amiga incitó a la chica de medicina a darle consuelo a una paciente que había recibido una respuesta que ciertamente no esperaba.

» Por muy bien que te hayas cuidado —dijo Marisol—, no hay certeza del cien por ciento para evitar el embarazo.

—Ni siquiera recuerdo si nos cuidamos —confesó Mariel—, estaba tan ebria que no recuerdo demasiado.

 —Te embarazaste antes de casarte y estando ebria, además. ¿En qué clase de mujer te convertiste?

Marisol miró a una que, ciertamente, ya no conocía de nada, por eso dejó escapar su desconcierto en palabras.

Mariel miró con sorpresa, casi divertida, a la que parecía reclamarle algo. Luego rio a carcajadas hasta que un dolor en el estómago le obligó a detener su risa.

—Espero que no pretendas insultarme, porque no estamos en edad, ni en el contexto, tampoco en la relación, para que te ofenda mi, no tan santurrón, estilo de vida actual.

Marisol no dijo nada, solo rodó los ojos mientras dejaba escapar sonoramente el aire que inhaló por su boca.

Era cierto que ya no eran amigas intimas, pero seguían siendo del mismo lugar de origen, lugar que haría estallar tremendo escandalo cuando se enteraran que la prometedora psicóloga de la familia Cota estaba en semejante situación.

—¿Al menos tienes pareja? —preguntó la médico, dejando de lado su profesionalismo para matar su curiosidad.

Mariel no dijo nada, solo le sonrió sínicamente y le aceptó la orden para el laboratorio médico, luego de eso la citó de nuevo con ella si el resultado era negativo, o la derivaría con un ginecólogo de ser positivo.

**

La hora esperando los resultados de sus análisis de sangre se había hecho eterna. En más de una ocasión estuvo a punto de salir corriendo a una farmacia para hacerse una prueba casera y obtener antes el resultado, pero eso también le asustaba, así que no lo hacía pensando en que una hora no era demasiado tiempo, aunque sí pareciera así.

Cuando recibió sus resultados sudó frío, sintiendo cómo la calidez de su cuerpo se evaporaba dejándole helada; y apenas si pudo abrir el sobre con sus demasiado temblorosas manos.

Cuando su cerebro descifró el significado de la palabra que aparecía casi al final de la hoja que eran sus resultados médicos, su dolor de cabeza se había intensificado al grado de hacerla llorar, y llorando caminó hasta llegar a un parque donde se sentó y lloró en silencio por un rato.

No entendía bien por qué lloraba. Es decir, sí, no estaba entre sus planes ser madre, mucho menos estando soltera, pero no tenía la edad para que ese tipo de situaciones le robaran la calma de semejante manera.

Y, aunque su cabeza lo estaba tremendizando a tal punto, pensándolo un poco mejor, haber encontrado a ese sujeto le parecía un poco bueno, y recordándolo se sintió un poco menos sola y pudo tranquilizarse al fin.

Es decir, decidiera lo que decidiera, tendría un corresponsable, y eso era un tanto satisfactorio.

Mariel cerró los ojos y respiró profundo, concentrándose en controlar su desbocado corazón, entonces una palabra del exterior hizo retumbar su cabeza y mostrarle otra parte de esa noche olvidada.

“De acuerdo” dijo alguien que pasaba frente a ella, y una imagen de ese hombre entregándole un papel mientras sonreía idiotamente, por el alcohol, seguramente, llegó hasta su mente, la escena siguiente era ella firmando dicha hoja.

Se levantó tan pronto como pudo, arrepintiéndose inmediatamente. Pero recordaba haber puesto esa hoja en su bolso, así que precisaba volver a casa y revisarlo.

Lo había olvidado, había olvidado todo, pero ahora recordaba partes y necesitaba ir a refrescar su memoria del contenido de dicho “Acuerdo”, como lo habían llamado, revisando una bolsa que había permanecido intacta desde la tarde siguiente al cumpleaños de su mejor amiga y compañera de piso.

Casi corriendo llegó a su casa, y entró tan rápido como pudo para revisar su bolso, encontrando la maltratada hoja que recordaba haber guardado.

—No puede ser cierto —murmuró tras leer el contenido—. ¿Será que esto tiene alguna validez?

La hoja era un acuerdo de paternidad, o al menos así se titulaba, estaba escrito con la peor letra que había visto en su vida, la suya cuando estaba ebria o escribía con prisas, y decía un sinfín de barbaridades difíciles de creer.

Según ese acuerdo, firmado por ella y por Roberto de la Torre Morán, ella debía mantener relaciones íntimas con el hombre mencionado hasta que quedara embarazada, a cambio, desde entonces y hasta la posteridad, él se haría cargo de que ambos tuvieran una vida cómoda y lujosa.

Había más cosas, como penalizaciones al incumplimiento, que la pondrían en demasiados aprietos si no hubiese tenido la suerte de quedar embarazada al primer encuentro.

Entendía bien el haber aceptado semejante tontería, esa noche estaba muy intoxicada por el alcohol, y sabía que en un estado inconveniente aceptaría cualquier cosa que le prometiera grandes beneficios.

Es decir, ebria le había entregado todos sus ahorros al idiota de su exnovio porque le aseguró que el negocio que montaría les volvería millonarios en poco tiempo y podrían vivir una vida llena de lujos y comodidades como ella siempre había deseado.

Pero las cosas en aquel entonces no fueron bien, se arrepintió como nada de haberle creído. Igual que ahora, porque, si no mal recordaba, el otro participante de tan imbécil convenio había estado tan ebrio como ella, y cuando se reencontraron había fingido no conocerla. Lo más seguro era que no lo había tomado en serio, de recordarlo.

Sin embargo, ella tenía ese papel firmado por él, así que conseguiría algo de ese hombre, eso era seguro, aún no sabía qué, pero que no sería la única que saliera perdiendo en esa situación, eso era seguro también.

**

Sus piernas temblaban, igual que el resto de su cuerpo, sus manos sudorosas se presionaban una contra la otra, intentando que el sudor entre sus palmas desapareciera, sus ojos miraban a todos lados mientras que sus oídos ignoraban el montón de sonidos que había a su alrededor.

Estaba esperando una respuesta de parte de la recepción, pero la señorita, que le había dado como respuesta inicial un rotundo “no puede encontrarse con él sin una cita”, parecía no estar interesada en ayudarle. Así que esperaría a encontrarlo por casualidad, de nuevo.

—¿Mariel? —preguntó una voz femenina que casi reconoció.

—Lucrecia —resopló casi aliviada la mencionada al reconocer el rostro de la gerente de recursos humanos.

—¿Qué haces aquí?

—Necesito hablar con tu jefe —respondió la cuestionada—, y al parecer no puedo verlo sin una cita, pero lo que tengo que tratar con él es demasiado urgente. ¿Crees que puedas ayudarme?

—Sí, claro que sí —respondió la mujer de traje gris oscuro que no preguntó nada, porque no precisaba saber más de lo que sabía—, estoy muy segura de que no tenía nada importante qué hacer esta tarde. Debe estar en su oficina haciendo cualquier cosa. ¿Llevas mucho tiempo esperando?

—Más de una hora —respondió Mariel provocando que los verdes ojos de la chica rubia que le cuestionaba se abrieran enormes.

—¿Más de una hora? —cuestionó para Mariel, luego se giró a la recepcionista—, ¿Roberto no ha respondido en ese tiempo?

La recepcionista le miró con angustia, y tartamudeó un poco al responder.

—No le pasé el recado, es que ella no tiene una cita —dijo.

—Creí que quien aprobaba, o no, el recibir a alguien era él —señaló la rubia aumentando el nerviosismo de la chica.

—Lucrecia, está bien —dijo Mariel intentando ayudar a una que no le había ayudado a ella—, solo vamos, por favor.

Lucrecia notó el malestar aparente de esa chica de cabello castaño oscuro y ojos café claro, así que respiró profundo y terminó con la recepcionista negando con la cabeza mientras la miraba con desapruebo.  

—Vamos —concedió Lucrecia señalando con su mano el camino a seguir.

Mariel sintió la intensidad de su estado tembloroso aumentar, y caminó rezando por no desmayarse, o no vomitar, no quería, ni necesitaba, otra incomodidad en su vida.

» Voy a pasar —dijo la voz de Lucrecia sacándola de sus pensamientos, permitiéndole ver que estaban frente a una puerta que la otra había golpeado un par de veces segundos atrás.

El sonido de la puerta abriéndose le retumbó en la cabeza, el aire se agolpó en sus pulmones provocándole dolor de pecho y una fuerte punzada de sien a sien.

—Señorita, ¿está bien? —preguntó la voz de alguien, no sabía de quién.

Pero no estaba bien, y no pudo decírselo a nadie, luego de un intenso mareo, que le nubló la vista, todo lo que siguió fueron ecos de su nombre mientras su cuerpo chocaba con el duro piso. 

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