Abrió los ojos con pesadez, sintiendo la cabeza a punto de estallar y su tracto digestivo amenazando con llenar su boca de sabrá el cielo cuantas cosas provenientes de su revuelto estómago; miró a su alrededor para encontrarse en una habitación que no conocía de nada, y suspiró pensando que había sido una idiotez lo que había hecho.
Había pasado la noche con alguien, su cuerpo dolorido en su totalidad, mientras algunas partes se sentían incómodas, y ese olor sugestivo en las cobijas que le envolvían, se lo aseguraban. Pero, como estaba sola en la habitación, no tenía idea de quién había sido el afortunado que incursionó en ese cuerpo que llevaba tantos años cuidando.
Se vistió tan pronto como pudo, y dejó atrás una habitación desconocida para recorrer un pasillo desconocido también, justo como la escalera que la llevó a la primera planta que daba a lo que imaginaba sería la entrada principal.
—¿No desayuna? —preguntó una mujer saliendo de una de las puertas al lado de la escalera.
Mariel negó con la cabeza mientras sonreía llena de vergüenza, y salió después de despedirse con una inclinación de cabeza que fue respondida por otra igual de parte de la persona que la recibía.
Salió a toda prisa y, antes de llegar a la banqueta, miró detrás de sí y silbó de manera juguetona.
—Nada perdida la niña —dijo refiriéndose a sí misma por lo impresionante que se veía esa casa en que había pasado parte de la madrugada y toda la mañana pues, según su celular, pasaba ya de medio día—. Espero que la señora de la casa no sea la esposa del sujeto con el que dormí.
Dicho eso, giró de nuevo y se fue, respirando solo un poco aliviada por no recordar el rostro de ese hombre que en serio esperaba no fuera casado, y al cual esperaba no volver a encontrar jamás.
Otra cosa que esperaba era que la vida estuviera esta vez de su lado, y no en su contra, como solía estar todo el tiempo.
Tenía los nervios de punta, su cuerpo temblaba cual hoja al viento, y le dolían esos espasmos que intentaba contener, además de que le avergonzaban. Aunque, una parte de ella, la más optimista probablemente, le aseguraban que nadie la veía como el gatito asustado que parecía.Una puerta cercana se abrió, provocándole sobresaltarse debido al apenas perceptible ruido que hizo, y vio salir a la chica que tenía el número de ficha anterior al suyo; entonces,la mujer que había salido detrás de ella dijo su nombre.Mariel se puso en pie y, tras hacer una inhalación severamente profunda, caminó exhalando lentamente el aire en sus pulmones.La mujer en la puerta le sonrió, y le invitó a entrar a la oficina donde le entrevistarían.—Toma asiento —pidió de manera amable la mujer de traje azul marino que parecía tener
Había pasado apenas una semana de su reencuentro con ese hombre que recién recordaba, y no podía apartarlo de su cabeza. Era extraño, él parecía no haberla reconocido, o quizá había fingido no saber quién era ella, así que, por qué rayos sentía que no debía solo dejarlo pasar.No le molestaba que la hubiera olvidado, ella no lo habría recordado de no haberlo encontrado, tampoco era la posibilidad de que fingiera no conocerla lo que la tenía inquieta, pero había algo que no le permitía dejar el asunto por la paz.¿Será que le debía dinero y no lo recordaba?Esa sensación de haber dejado algo inconcluso no se iba, a pesar de que planeaba no darle importancia, a final de cuentas, el otro no pareció estar interesado en cobrarle nada.Había despertado de nuevo con tremendo dolor de cabeza, había
Abrió los ojos sin prisa, sintiendo el terrible dolor de cabeza que le aquejaba, entonces miró a todas partes para descubrirse en una cama de hospital.—¿Me atropellaron? —preguntó incorporándose a bastante velocidad, resintiendo el brusco movimiento con un fuerte mareo que le obligó a llevar su mano a la frente mientras cerraba con fuerza los ojos. —Claro que no —respondió una voz gruesa, provocándole escalofríos y olvidarse, por medio segundo, de ese insoportable malestar que tenía para poder mirar con ambos ojos bien abiertos a quien le había respondido—, te desmayaste afuera de mi oficina y te trajimos al hospital.—¿Por un desmayo? —cuestionó Mariel volviendo a fruncir el ceño.—No es normal que las personas se desmayen —mencionó Roberto andando hasta ella, anteriormente había est
—Serviré la cena a las siete —anunció Ana antes de dejar la habitación donde habían quedado las dos maletas que cargaba Mariel, y donde estaban ella y Lucrecia—, para cualquier cosa que necesite, estaré en la cocina.—Gracias —dijo Mariel sintiendo como su sonrisa se hacía pesada.Miró a todas partes mientras sus ojos se humedecían y un hueco se abría en su estómago.El lugar era precioso, era exactamente lo que había soñado siempre tener, pero no había esperado que llegara a ella de esa manera. Se había imaginado trabajando una decena de años antes de ganarse la lotería y poderse dar la vida de lujos que siempre había deseado.—¿Te sientes mal? —cuestionó Lucrecia, siendo testigo de cómo la piel de la chica se hacía más pálida aún.—Cr
Y se acostumbró demasiado rápido, aunque no es que se sintiera cómoda todo el tiempo, en realidad.Cada momento que se daba tiempo de reflexionar, se daba cuenta de que estaba disfrutando demasiado de la vida que tenía; a pesar de que no era fácil, pues sus malestares de embarazo eran una pesadilla, una que no le asustaba tanto en esa enorme y cómoda habitación en que se hospedaba.La habitación era en serio enorme, si le añadían un tercio de la cocina de esa casa, y la mitad de su baño se transformaba en patio, tenía todo su departamento, prácticamente.En el resto de la casa le resultaba difícil, pero disfrutaba en serio su habitación, la cocina cuando Ana compartía tiempo con ella y, sobre todo, estaba encantada con el jardín trasero de la casa que casi parecía un parque.A veces estaba tan cómoda que incluso se sent&iacu
—Han pasado casi cinco meses de que te fuiste con él y sigo pensando que es una locura —dijo Paulina, que desayunaba con su amiga en un puesto que fuera su lugar de desayuno habitual cuando vivían juntas.—Yo voy a estar pariendo y seguiré pensando que es una locura —concordó Mariel antes de morder su desayuno—, es una linda locura.—Te gusta demasiado tu vida —sentenció de manera casi molesta la azabache de ojos claros que era la mejor amiga de Mariel—, ¿crees que podrás dejar fácil todo atrás?Mariel le miró y suspiró. Estaba segura de que no podría dejar todo fácil, sabía bien que le costaría demasiado dejar cada cosa, pero no había muchas opciones para ella. Su contrato estaba claro.—Sabes —habló la castaña de ojos claros tras respirar realmente profundo—, hemos
—¡¿Estás loca?! —preguntó Lorena, la madre de Mariel, tras escuchar su historia.Ni siquiera había pasado media hora de que la había visto llegar, de que había pasado de la emoción por ver a su hija embarazada parada en su puerta a la angustia porque, aparentemente de la nada, ella había comenzado a llorar sin siquiera entrar a casa.En cuanto pudo tranquilizarse, Mariel le contó una historia de película, que le supo a broma al principio, pero que supo real cuando su hija volvió a llorar tan lamentablemente.Entonces llegó a esa conclusión, que su hija estaba loca, pero quería comprobarlo, por eso se lo preguntó.—Yo creo que lo estoy —dijo Mariel ahogada en llanto, sintiendo tan pesado el rostro que podía intuir lo mal que se veía.—Y, ¿qué piensas hacer ahora? —pregunt&oacut
—Entonces —habló alguien rompiendo un tierno beso, y un momento hermoso para dos, pero complicado para la espectadora—, ¿qué se supone que está pasando aquí?Mariel y Roberto miraron a la mujer que los había interrumpido, entonces Roberto se levantó raudo para presentarse con una mujer que no había pensado conocería, al menos no tan pronto.En realidad, aunque tan pronto Mariel puso en pie en su casa él decidió que no la dejaría ir jamás, no había pensado en los detalles; se había concentrado en enamorarla para que no tuviera deseos de irse.Que ella saliera corriendo tampoco fue algo sorpresivo, ese era uno de los escenarios que había previsto, lo que no había previsto fue la impulsividad.Roberto había pensado que ella daría algunas señales antes de salir corriendo, pero esas señales no fuer