Tenía los nervios de punta, su cuerpo temblaba cual hoja al viento, y le dolían esos espasmos que intentaba contener, además de que le avergonzaban. Aunque, una parte de ella, la más optimista probablemente, le aseguraban que nadie la veía como el gatito asustado que parecía.
Una puerta cercana se abrió, provocándole sobresaltarse debido al apenas perceptible ruido que hizo, y vio salir a la chica que tenía el número de ficha anterior al suyo; entonces, la mujer que había salido detrás de ella dijo su nombre.
Mariel se puso en pie y, tras hacer una inhalación severamente profunda, caminó exhalando lentamente el aire en sus pulmones.
La mujer en la puerta le sonrió, y le invitó a entrar a la oficina donde le entrevistarían.
—Toma asiento —pidió de manera amable la mujer de traje azul marino que parecía tener la sonrisa cosida en el rostro—. Mi nombre es Lucrecia, soy gerente en recursos humanos, así que estaré a cargo de esta entrevista.
—Soy Mariel Cota Rúes —respondió la chica—, mucho gusto.
—El gusto es mío —aseguro Lucrecia—, revisé tu currículo, ciertamente pareces ser lo que solicitamos, pero, me gustaría que me dijeras por qué razón deberías ser tú, y no otro postulante con un currículo semejante al que requerimos, a quien debamos contratar. .
«¿Porque soy la mejor?» pensó y lo descartó inmediatamente.
No creía que mostrarse tan segura, casi casi arrogante, le fuera a dar el puesto.
Sabía bien que esa pregunta podía ser una trampa, no creía que hubiera una respuesta correcta, sin embargo, no podía no contestarla cuando se la habían hecho.
Otra cosa que no podía hacer era menospreciar el trabajo y esfuerzo de los otros, sobre todo cuando ni siquiera los conocía. Además, estaba consciente de que, probablemente, entre los postulantes, había personas mucho más capaces que el desastre que era ella.
Es decir, ella ni siquiera estaba ansiosa de pertenecer a esas filas. De su gusto seguiría haciendo cualquier cosa para irla pasando. Odiaba las responsabilidades como nada, porque sabía todo lo irresponsable que podía ser. Es decir, qué clase de cosas podría lograr una mujer sin fuerza de voluntad.
Y es que ese era su principal problema, podía tener las mejores ideas, pero sus ganas de llevarlas a la práctica eran proporcionalmente contrarias al esfuerzo que requirieran para lograrlo. No planearía un proyecto a gran escala, porque eso pediría demasiada entrega, y a ella no le gustaba entregarse a nada.
Le gustaban los empleos nada problemáticos, esos de los que podía salir fácil sin sentirse demasiado culpable porque no estaba debidamente comprometida. Pero ya no estaba en edad de esas cosas, todo el mundo se lo decía, además, no había dejado su casa y su ciudad para solo ir a pasarla medio cómoda y medio necesitada en una ciudad tan grande.
Y, aunque odiaba la idea de meterse en una oficina de sol a sol, había decidido hacerlo para sentir que al fin era la adulta que todos querían ver, y dejar atrás a la niña caprichosa e irresponsable que le encantaba ser.
Entonces, ahora que estaba buscando alcanzar esa posición que creía le permitiría madurar, se topaba con una pregunta sin respuesta a la que debía contestar.
—Es una pregunta difícil —dijo rascando con lentitud su cabeza, como intentando disimular su nerviosismo—…, voy a hablar por mí, porque al resto no los conozco, así que diré que si me da el trabajo voy a…
—Disculpa —interrumpió un hombre el intento de respuesta de Mariel—, necesito preguntarte algo, Lucrecia.
Mariel ni se movió, solo escuchó los pasos que el hombre daba hacia ellas, entonces, cuando el sujeto llegó hasta el escritorio, y la saludó, le miró y respondió al saludo con un movimiento de cabeza.
—Estoy en medio de una entrevista —argumentó Lucrecia, descolocada por la actitud de ese hombre.
Roberto de la Torre era el hombre más educado y correcto que conocía, así que le desconcertaba bastante que el hombre entrara incluso sin anunciarse, y que, además, interrumpiera su trabajo.
Era cierto que había dejado la puerta abierta, fue un error de su parte, pero, que el otro entrara así nada más, le sabía extraño.
» Discúlpame un minuto —pidió la mujer de traje, a su acompañante, poniéndose en pie, acompañando afuera a Roberto.
Mariel asintió, conteniendo el aire, luego de sentirse sola en la habitación, mirando con disimulo a ese par a través de los muros de cristal que enmarcaban la oficina, respiró notablemente más nerviosa.
El hombre que había interrumpido una respuesta que ya había olvidado le miró a través del cristal y Mariel sintió sudar frío. Giró sobre su asiento un poco, volviendo a quedar de frente a la silla de Lucrecia, entonces escuchó la puerta abrirse y a su corazón saltar y golpear con mucha fuerza dentro de sí.
» Perdona por eso —se disculpó de nuevo la gerente de recursos humanos de esa empresa a la que estaba postulando—, no puedes decirle que no al jefe.
Escuchar que ese hombre era el jefe la dejó helada, y sonrió resoplando por la nariz.
» ¿En qué estábamos? —preguntó Lucrecia volviendo a tomar asiento.
—En la primera pregunta —recordó Mariel—, pero ya lo pensé mejor, y no creo ser la adecuada para el puesto.
Los ojos de la mujer del traje azul se abrieron enormes. Esa situación era otra cosa nueva para ella, así que no tenía idea de cómo debía reaccionar.
—¿Perdón? —dijo Lucrecia—, ¿estás así de nerviosa?
—No —respondió Mariel—, estaba nerviosa hasta hace un rato, porque ni siquiera tenía idea de qué debía responder, porque creo que ni siquiera sabía la dimensión de esto. Sé que pensarás que es exagerado, es decir, no es como que sea una recién egresada, pero estoy asustada de un trabajo formal, porque nunca he tenido uno, así que no te conviene alguien como yo, y a mí me va a dar algo serio si me quedo con el puesto.
Lucrecia sonrió confundida, estaba demasiado desconcertada, sentía que su risa saldría pronto, así que hizo una mueca.
» ¿Me puedo llevar mis papeles? —cuestionó Mariel extendiendo su mano, solicitando el expediente que había entregado un par de semanas atrás.
La mujer de recursos humanos estaba completamente perdida, así que ni siquiera sabía qué responderle a eso.
—¿No quieres pensarlo un poco y volver a intentar? —cuestionó—, creo que estás demasiado nerviosa.
—Tampoco te conviene contratar a alguien que bajo presión intenta salir corriendo —advirtió Mariel divertida.
Ahora que se sentía libre de presiones, estaba actuando con naturalidad, su cabeza estaba completamente fría.
—Supongo que tienes razón —respondió Lucrecia—, pero no parece que seas ese tipo de persona, más bien pareces de las que saben lo que quieren y hacen lo que saben necesitan.
Mariel sonrió.
—Si yo fuera de esas —dijo en medio de la sonrisa—, me habría preparado para esta entrevista, pero vine a ver qué onda y la verdad no me sentía nada cómoda.
—Descubrir lo que nos gusta sobre la marcha no está nada mal, esa impulsividad bien controlada es un recurso muy valioso para cualquier elemento.
—Pues yo no la controlo demasiado —excusó la ya no participante para el empleo—, lamento haberte hecho perder tu tiempo.
Lucrecia negó con la cabeza, no le parecía una pérdida de tiempo, al contrario, había podido ver dos cosas demasiado interesantes, y despejarse de una mañana llena de entrevistas laborales, así que estaba bien.
» Muchas gracias por todo —dijo Mariel tomando el folder de documentos que le extendía Lucrecia—, éxito encontrando un buen elemento.
La mujer asintió y le permitió salir, entonces se recargó por completo en su silla y se dispuso a reposar un poco. Mariel era su última entrevista antes de comida, así que ahora tenía un poco más de tiempo para despejarse.
* *
—¿Cómo te fue, Mari? —preguntó Paulina, su compañera de piso, al verla volver a casa—. ¿Crees que te den el trabajo?
—No va a pasar algo como eso —respondió la cuestionada.
—¿Cómo de que no?, ¿pues qué hiciste?
—Renuncié a la entrevista.
—¿Por qué?
—Porque el jefe de la que me estaba entrevistando es el sujeto con el que me acosté luego de tu fiesta de cumpleaños.
—Pensé que no recordabas su cara.
—Hoy la recordé, cuando lo vi entrar a la oficina en que me estaban entrevistando.
—¿Y te dijo algo?
—No, no me dijo nada. Creo que puede que no me haya reconocido, aunque mi cara le sonaba de algo, me miró varias veces demasiado curioso.
—Entonces solo saliste corriendo.
—No. Yo fingí que ni lo conocía, y luego le dije a la de recursos humanos que yo no estaba hecha para el puesto, y entonces ya salí corriendo.
—¿Sin averiguar nada el hombre? Mari, pudiste haberte enterado quién era, si es casado o soltero, si le interesas en realidad.
—Te digo que es el jefe de la de recursos humanos, estoy segura de que una tipa borracha que se acostó con él una vez no es de su interés.
—Y, si no eres de su interés, ¿por qué te miró varias veces?
—Ambos estábamos borrachos esa noche, yo no lo recordaba hasta hoy, él debió pensar que en alguna parte me había visto.
—No lo sé, amiga, puede que se haya enamorado de ti esa noche y ahora que te reconoció quiera buscarte y…
—¡Paulina! —interrumpió Mariel—, ¿puedes dejar de inventarme un cuento de hadas? Ya te dije que mi vida es más bien una tragedia.
—Eres muy dramática.
—Y tú una tonta soñadora.
Ambas amigas se miraron y sonrieron, terminando ahí con una conversación que planeaban no volver a tocar.
* *
—¿Nada? —preguntó Roberto—, ¿de verdad ningún dato tienes?
—Ninguno —confirmó Lucrecia—, sé que se llama Mariel Co… ay, no recuerdo. ¿Sabes cuántas personas entrevisté hoy? No necesito aprenderme los nombres de todos cuando solo contrataré uno o dos de ellos.
—Pero, ¿por qué le devolviste el expediente? ¿No se supone que los guardas para evitar un próximo reclutamiento pronto?
—Ella fue quien me lo pidió. Sola dijo que no estaba hecha para el puesto y me pidió sus papeles de vuelta. Si no quiere trabajar para nosotros, no necesitamos su información. ¿Por qué diablos estás tan insistente?... Espera, ¿la conoces?
Roberto movió la cabeza de manera circular, y bufó con molestia.
Esa mañana no había querido incomodarla, sobre todo porque ella parecía no recordarlo, y se alejó pensando en que podía acercarse después. Ahora se enteraba que no había oportunidad, y eso le molestaba.
—Es la chica del contrato —respondió el hombre dejando caer al fin su trasero en la silla de la oficina de su gerente de recursos humanos, y su mejor amiga de toda la vida.
—¿La de “ese” contrato? —preguntó Lucrecia y Roberto asintió—…, con razón salió corriendo luego de verte.
—¿Crees que me reconoció? Yo sentí que no parecía conocerme.
—Claro que te reconoció, y por eso salió corriendo.
Roberto colocó su codo izquierdo en el brazo del sillón en que estaba, y con sus dedos pulgar y medio presionó el puente de su nariz mientras cerraba los ojos y respiraba con lentitud.
—Qué pesadilla —resopló y se levantó para irse de la oficina.
Estaba agotado, necesitaba descansar para que su dolor de cabeza desapareciera.
—¿Solo lo vas a dejar pasar? —cuestionó Lucrecia, que era testigo de cuánta molestia le generaba el cómo habían ocurrido las cosas luego de su fiesta de cumpleaños en ese bar.
Roberto miró a quien le cuestionaba y suspiró.
No es que hubiera otra opción, no podía salir corriendo a tocar puertas, así que, sí, solo lo dejaría pasar.
—Voy a dejárselo al destino —dijo de pronto, abandonando la oficina de recursos humanos.
—¡Ni siquiera crees en el destino! —gritó Lucrecia y ya no recibió una respuesta.
Pero era la verdad, ese hombre no confiaba en el destino, ni siquiera creía su existencia.
Había pasado apenas una semana de su reencuentro con ese hombre que recién recordaba, y no podía apartarlo de su cabeza. Era extraño, él parecía no haberla reconocido, o quizá había fingido no saber quién era ella, así que, por qué rayos sentía que no debía solo dejarlo pasar.No le molestaba que la hubiera olvidado, ella no lo habría recordado de no haberlo encontrado, tampoco era la posibilidad de que fingiera no conocerla lo que la tenía inquieta, pero había algo que no le permitía dejar el asunto por la paz.¿Será que le debía dinero y no lo recordaba?Esa sensación de haber dejado algo inconcluso no se iba, a pesar de que planeaba no darle importancia, a final de cuentas, el otro no pareció estar interesado en cobrarle nada.Había despertado de nuevo con tremendo dolor de cabeza, había
Abrió los ojos sin prisa, sintiendo el terrible dolor de cabeza que le aquejaba, entonces miró a todas partes para descubrirse en una cama de hospital.—¿Me atropellaron? —preguntó incorporándose a bastante velocidad, resintiendo el brusco movimiento con un fuerte mareo que le obligó a llevar su mano a la frente mientras cerraba con fuerza los ojos. —Claro que no —respondió una voz gruesa, provocándole escalofríos y olvidarse, por medio segundo, de ese insoportable malestar que tenía para poder mirar con ambos ojos bien abiertos a quien le había respondido—, te desmayaste afuera de mi oficina y te trajimos al hospital.—¿Por un desmayo? —cuestionó Mariel volviendo a fruncir el ceño.—No es normal que las personas se desmayen —mencionó Roberto andando hasta ella, anteriormente había est
—Serviré la cena a las siete —anunció Ana antes de dejar la habitación donde habían quedado las dos maletas que cargaba Mariel, y donde estaban ella y Lucrecia—, para cualquier cosa que necesite, estaré en la cocina.—Gracias —dijo Mariel sintiendo como su sonrisa se hacía pesada.Miró a todas partes mientras sus ojos se humedecían y un hueco se abría en su estómago.El lugar era precioso, era exactamente lo que había soñado siempre tener, pero no había esperado que llegara a ella de esa manera. Se había imaginado trabajando una decena de años antes de ganarse la lotería y poderse dar la vida de lujos que siempre había deseado.—¿Te sientes mal? —cuestionó Lucrecia, siendo testigo de cómo la piel de la chica se hacía más pálida aún.—Cr
Y se acostumbró demasiado rápido, aunque no es que se sintiera cómoda todo el tiempo, en realidad.Cada momento que se daba tiempo de reflexionar, se daba cuenta de que estaba disfrutando demasiado de la vida que tenía; a pesar de que no era fácil, pues sus malestares de embarazo eran una pesadilla, una que no le asustaba tanto en esa enorme y cómoda habitación en que se hospedaba.La habitación era en serio enorme, si le añadían un tercio de la cocina de esa casa, y la mitad de su baño se transformaba en patio, tenía todo su departamento, prácticamente.En el resto de la casa le resultaba difícil, pero disfrutaba en serio su habitación, la cocina cuando Ana compartía tiempo con ella y, sobre todo, estaba encantada con el jardín trasero de la casa que casi parecía un parque.A veces estaba tan cómoda que incluso se sent&iacu
—Han pasado casi cinco meses de que te fuiste con él y sigo pensando que es una locura —dijo Paulina, que desayunaba con su amiga en un puesto que fuera su lugar de desayuno habitual cuando vivían juntas.—Yo voy a estar pariendo y seguiré pensando que es una locura —concordó Mariel antes de morder su desayuno—, es una linda locura.—Te gusta demasiado tu vida —sentenció de manera casi molesta la azabache de ojos claros que era la mejor amiga de Mariel—, ¿crees que podrás dejar fácil todo atrás?Mariel le miró y suspiró. Estaba segura de que no podría dejar todo fácil, sabía bien que le costaría demasiado dejar cada cosa, pero no había muchas opciones para ella. Su contrato estaba claro.—Sabes —habló la castaña de ojos claros tras respirar realmente profundo—, hemos
—¡¿Estás loca?! —preguntó Lorena, la madre de Mariel, tras escuchar su historia.Ni siquiera había pasado media hora de que la había visto llegar, de que había pasado de la emoción por ver a su hija embarazada parada en su puerta a la angustia porque, aparentemente de la nada, ella había comenzado a llorar sin siquiera entrar a casa.En cuanto pudo tranquilizarse, Mariel le contó una historia de película, que le supo a broma al principio, pero que supo real cuando su hija volvió a llorar tan lamentablemente.Entonces llegó a esa conclusión, que su hija estaba loca, pero quería comprobarlo, por eso se lo preguntó.—Yo creo que lo estoy —dijo Mariel ahogada en llanto, sintiendo tan pesado el rostro que podía intuir lo mal que se veía.—Y, ¿qué piensas hacer ahora? —pregunt&oacut
—Entonces —habló alguien rompiendo un tierno beso, y un momento hermoso para dos, pero complicado para la espectadora—, ¿qué se supone que está pasando aquí?Mariel y Roberto miraron a la mujer que los había interrumpido, entonces Roberto se levantó raudo para presentarse con una mujer que no había pensado conocería, al menos no tan pronto.En realidad, aunque tan pronto Mariel puso en pie en su casa él decidió que no la dejaría ir jamás, no había pensado en los detalles; se había concentrado en enamorarla para que no tuviera deseos de irse.Que ella saliera corriendo tampoco fue algo sorpresivo, ese era uno de los escenarios que había previsto, lo que no había previsto fue la impulsividad.Roberto había pensado que ella daría algunas señales antes de salir corriendo, pero esas señales no fuer
Mariel abrió los ojos, estaba agotada, y adolorida, pero ese pequeño llanto en el exterior de sí le obligó a hacer lo que hacía cada una o dos horas, despertar al borde del llanto también.Justo en ese momento recordaba plenamente todas las razones por las que había decidido no ser madre jamás, recordaba todo lo que odiaba dar de sí mima demasiado, y ese bebé no pedía demasiado, exigía todo y más.—Iré por él —dijo Roberto en un gruñido, sin siquiera abrir los ojos, mucho menos incorporarse.El también solía despertar cada que lo hacía Mariel, así que estaba igual de exhausto.—Ya me levanté yo —informó la castaña que dejaba su cama para ir a algunos pasos por esa pequeña que habían recostado en un moisés en su habitación cuando al fin se durmi&o