CLARIS:Lúmina estaba firme a su lado, como lo que era: su complemento, su Luna. Su energía era poderosa, envolvente, y no permitió que mis pensamientos la debilitaran. Se alzó dentro de mi mente como un rugido que no dejaba espacio para la duda. —Lúmina, los niños... no puedo perderlos —dije en mi mente, aferrada a mi miedo, buscándole un propósito, una justificación. —Y los perderás si sigues inclinada ante tus temores humanos —gruñó con fuerza—. ¡Mírate! Estás dejando que una loba inferior nos intimide. Nosotras no nacimos para esto. ¿Quieres que todo se desmorone? ¿Quieres que Sarah lleve a nuestra manada al abismo? Porque eso hará si sigues siendo la sombra débil de lo que realmente somos. Ya basta, Claris, ¡te anularé para siempre si continúas deshonrando a nuestro Alfa! El poder de Lúmina extendió su influencia en cada rincón de mi ser, ahogando mi resistencia con la fuerza de su propósito. Su determinación se enredó en mi esencia, reclamando el control por completo, y lo
KIERAN: Me moví con rapidez, rompiendo la quietud del ambiente. Era imposible no notar las miradas que me seguían, cargadas de preguntas, sorpresa y juicio… pero nada de eso me importó. No podía detenerme. No cuando Gael estaba ahí, al borde del colapso. Mi primo. Mi sangre. El único que me quedaba. Siempre había sabido que mi existencia se reducía a este momento, que mi propósito era protegerlo de todo, incluso de sí mismo, si era necesario. Cuando lo alcé del suelo, sentí un peso más allá del físico. Su fragilidad, su debilidad, no eran sólo algo que podía ver, sino algo que podía sentir. Parecía roto, como si haber pronunciado esas palabras le hubiese arrebatado una parte de su alma. No aparté mi atención de él ni un segundo, aunque alrededor las miradas enemigas ardían como brasas clavadas en mí. No las enfrenté. No las ignoré. Simplemente no existían. En ese instante, para mí, el mundo era solo Gael.—Todo va a estar bien, mi primo… No tenías que hacerlo —le dije con suavidad.
CLARIS:Aunque mi loba, Lúmina, mantenía el control, me permitía estar totalmente consciente de lo que ocurría a nuestro alrededor. Todo se desarrollaba con una claridad abrumadora: seis Lobas Antiguas, figuras que parecían más brujas que lobas, y Sarah con su séquito. No se atrevían a acercarse. Lo percibí desde el primer momento, y el motivo era innegable. Le temían a mi Alfa.Sentí una ola de orgullo al notar la tensión en sus miradas, el temor que se reflejaba al enfrentarse a él. Incluso Sarah, que intentaba mantener su postura desafiante, flaqueó cuando Atka, el lobo de mi Alfa, se alzó con un poder imponente frente a ellas. Jamás lo había visto de esa manera, tan majestuoso, tan letal. Imposible apartar la vista de él. —¡Concéntrate, Claris! —gruñó Lúm
KIERAN: Las autoproclamadas Lobas Antiguas siempre habían estado al acecho de mi manada. No atacaban, no interferían en lo más mínimo, pero tampoco se alejaban, como si aguardaran algo que se me escapaba. Sabía que me temían; lo delataban cada vez que desaparecían con rapidez ante mi presencia. Sin embargo, no les había prestado demasiada atención… Hasta ahora que habían osado unirse a Sarah para atacar a mi Luna. Ese atrevimiento despertó algo en mí, algo primitivo y oscuro que había permanecido dormido demasiado tiempo. Podía sentir cómo me quemaba en el interior, esa ira contenida que se expandía como un incendio incontrolable al saber que habían puesto su mirada sobre lo único que no estaba dispuesto a perder. Observé desde la distancia cómo se movían, sigilosas pero cuidadosas, calculando cada p
LÚMINA: Sabía que el control no duraría para siempre. No era el equilibrio natural. Nosotros, los licántropos, no estamos diseñados para ser gobernados por nuestros lobos. Es el humano quien domina, quien lleva al resto en su dirección, ya sea hacia la gloria o hacia el abismo. Debía enseñarle a Claris, mi humana, que ella pertenecía a esta vida, aunque se empeñara en negarlo. Había visto a muchas como ella, atrapadas en sus ilusiones frágiles, reprimiendo nuestra naturaleza para ser solo humanas. Tanto Atka como yo teníamos momentáneamente el control. Nos movíamos en silencio hasta que llegamos a la colina de la luna. Nos detuvimos allí; no necesitábamos hablar para entendernos. Nos sentamos juntos, apoyándonos mutuamente, sintiéndonos completos y, al mismo tiempo, rotos. Levantamos las cabezas y aullamos hacia la
VIKRA: Habíamos escapado de milagro. O, quizás, por el conocimiento que Sarah tenía del antiguo territorio del alfa Kieran. A pesar de todo, no podía borrar la desconfianza que me provocaba. Si de niña había sido capaz de traicionar a los alfas, de provocar la eliminación de aquella manada, incluso sacrificando a sus propios padres por su ambición de convertirse en la Luna, ¿qué no sería capaz de hacer ahora para conseguir lo mismo? Había sido descubierta y rechazada por su manada. Era extremadamente peligrosa. Mi hermano Vorn, mi alfa ahora, había intentado convencerme de que lo que sentía por Claris no era más que el lazo familiar; al fin y al cabo, aseguraba que ella era mi sobrina. Pero no podía aceptar eso; no había encontrado su olor en Claris. Había algo más que iba más allá del lazo familiar.
CLARIS: Cuando volví a tener conciencia, el silencio era abrumador, casi sofocante. Me tomó solo unos instantes darme cuenta de que mi loba estaba dormida. Aproveché ese momento y probé a tomar el control. Lentamente, abrí los ojos, aún insegura de lo que iba a encontrar. Al principio, todo fue confuso, pero luego lo vi. Estaba entre las patas de Atka, aunque no era él quien lo controlaba. Los ojos grises de Kieran se fijaron en mí, intensos y penetrantes. Su mirada era indescriptible; ya no estaba ese brillo cálido que conocía tan bien. Solo había un vacío insondable, lleno de duda y un dolor tan profundo que me atravesó. —Kieran —pronuncié su nombre, aunque no me quedó duda en ningún momento de que era él. Aun así, su mirada no se desvió. Sus ojos seguían clavados en los míos y comprend&
CLARIS: El sacudido de la transformación me despertó. Sentí cómo mi cuerpo recuperaba el control, pero aquella energía vibrante que me proporcionaba Lúmina había desaparecido. Era como regresar al tiempo en que no sabía que era una loba, cuando solo me consideraba humana. Al abrir los ojos, lo primero que escuché fueron los sollozos de mis gemelos, sus voces desesperadas pidiendo atención: tenían hambre. —Mamá, tenemos hambre, queremos comer —lloraban mientras me jalaban hacia la cocina. —¿No los alimentaron sus nanas? —pregunté con sorpresa, mientras mis ojos recorrían el entorno. Intenté comprender la situación; algo no estaba bien. Todo parecía extrañamente desprovisto de vida, el bullicio habitual de la gran casa del Alfa había sido reemplazado por un silencio qu