¿SUCEDIÓ?

Había llegado una nueva mañana, una mañana llena de oportunidades, una mañana llena de... engaños para la mujer que una noche antes se había metido en la cama de un hombre desconocido. Por un momento, no pudo creerse capaz de hacer eso cuando juró que nunca iba a vender su dignidad de mujer y, a la primera oportunidad que se sintió en deuda con alguien, pensó que su dignidad de mujer era la mejor con la que pagar.

Tomándose la cabeza entre las manos, las que estaban apoyadas en la mesa, no podía quitarse de la cabeza los recuerdos de la última noche.

—No me lo puedo creer, ¿qué he hecho? —Rebecca dijo en voz alta.

Sabía que de ninguna manera podría enfrentarse a su compañero de piso después de lo que había pasado.

Una vez más, los recuerdos vinieron a su mente.  

—¡Vamos! Rebeca, ¿qué te pasa?—. Dijo Daniel levantándose de la cama.

—Yo sólo... ¡Estoy demasiado agradecida contigo!— Rebecca dijo con una sonrisa en su rostro.

—¡Cuando dije basta!— Dijo Daniel por última vez y entonces, se acercó a ella con la intención de llevarla a la cama aunque tuviera que arrastrarla.

Finalmente, las escenas que pasaban en su mente como si fuera una película se detuvieron de repente. La cabeza la estaba matando. Nunca había bebido de tal manera.

—¿Qué he hecho?— Rebecca siguió preguntando. Sólo esperaba que Daniel hubiera olvidado fácilmente lo que había pasado entre ellos.

Y entonces, Rebecca continuó su camino para hacer el desayuno para los dos hombres que vivían allí también. En cualquier segundo Daniel iba a estar allí saludándola como si nada hubiera pasado o al menos, eso era lo que ella quería creer.      

Las luces del sol que entraban por la pequeña ventana que Daniel tenía detrás de su cama, la misma ventana improvisada que Daniel se había construido ya que el calor parecía un infierno dentro de aquella habitación.  Sólo el petricor se respiraba en aquella pequeña habitación. La fuerte lluvia había cesado unas horas antes, tal vez. Poco a poco, segundo a segundo, los ojos de Daniel se abrieron tras haber parpadeado un par de veces dándose cuenta de dónde estaba. Todos los días terminaba su jornada demasiado agotado como para pensar siquiera en el día en que iba a despertar. En cuanto sus últimos recuerdos llegaban a él, prefería levantarse y ponerse una de sus ropas tras ser asaltado por sus recuerdos.

Si no hubiera sido porque Rebeca estaba toda borracha, se hubiera despertado a su lado. ¿En qué momento se convirtió Rebeca en el primer recuerdo que tuvo tras despertarse? No lo sabía. Todo lo que tenía que hacer era actuar como si nada hubiera pasado allí. Rebecca no era una mujer de esa vida fácil que muchas mujeres decían tomar por necesidad, él era un caballero y eso era todo. Allí no había pasado nada.

Con eso en la cabeza, actuando como si nada hubiera pasado, tal y como prometió antes de salir de su pequeña habitación, se dirigió a la cocina. Las risas de Rud encendieron su corazón y la incomodidad que sentía de repente desapareció. Frente a él estaba Rebeca preparando el desayuno mientras su hijo se entretenía cantando la misma canción de todas las mañanas a la espera de que su madre le sirviera el plato. A Daniel le entraron ganas de sonreír.

En cuanto el pequeño se percató de la presencia de Daniel, el niño suavemente y luego, dejó de cantar su canción favorita no porque molestara a Daniel sino porque quería prestarle toda su atención. Rud no lo sabía pero había algo que le gustaba de Daniel. Era como si se sintiera cómodo con él, se sentía protegido, sentía que su madre no podía correr ningún peligro si Daniel estaba cerca.

Daniel sonrió al chico y entonces, sus ojos se posaron en Rebeca, que parecía estar ausente. Lo que había pasado anoche había sido un error después de todo. Lo menos que podía hacer era actuar con la mayor normalidad posible, ya que los recuerdos no dejaban de repetirse en su mente. 

Ahora se sentía la peor de las mujeres. Se sentía fea, se sentía sin dignidad, se sentía lo peor de lo peor. ¿Cómo era posible que un hombre la hubiera rechazado de esa manera?

Paso a paso, como Daniel no quería molestar a nadie en aquella pequeña y vieja mesa, tomó asiento en la mesa junto a Rud, quien sonrió de inmediato al ver a su amigo con él.

Desde que Daniel llegó a ese pequeño espacio que Rebeca y su hijo llamaban hogar, Rud veía a Daniel como su único amigo, el que le contaba chistes, el que le ayudaba a estudiar, el que no hablaba tanto pero cuando lo hacía, Rud terminaba aprendiendo más de lo que pensaba que podría aprender en la escuela. 

Nerviosa, después de haberse aclarado la garganta, Rebeca decidió hablar con Daniel.

—Daniel, ¿por qué no vas a lavarte primero? Te serviré el desayuno en un momento—, le pidió Rebeca amablemente.

—¡Ve, que mi madre ya me está sirviendo el plato!—, dijo el niño entusiasmado. Siempre esperó a la hora del desayuno para compartir con ellos lo que le había ocurrido el día anterior.

Daniel sonrió y luego inclinó un poco la cabeza como si no quisiera que se molestara en volver a hablar. —Por supuesto—, respondió Daniel.

Ni que decir tiene que el chico se sentía cómodo con la presencia de Daniel. Había sido un amigo para él, el amigo que le ayudaba con los deberes o incluso, de vez en cuando, el amigo que había compartido con él buenos momentos. Eso era algo que nunca iba a olvidar.

En el cuarto de baño, el pequeño espacio que el casero había convertido en baño, estaba Daniel. Miró su reflejo en el espejo en cuanto se dio cuenta de que el ambiente allí fuera era de todo menos confortable. Sólo necesitaba hablar con Rebeca y decirle que no había pasado nada entre ellos, así que no había necesidad de mantener ese ambiente entre ellos.      

Al cabo de unos minutos, Daniel se dispuso a compartir el desayuno con ellos. Desde lejos, Daniel pudo ver el brillo en el rostro de Rebeca al compartir y cantar con su hijo mientras le servía su plato lleno de verduras. Había hecho bien en darle ese dinero, ella iba a vivir feliz con su hijo pasara lo que pasara. El amor de una madre lo era todo en el mundo y por un hijo o una hija una mujer es capaz de todo así que Daniel no entendía por qué Rebeca se sentía fatal delante de él cuando estaba haciendo lo que cualquier otra madre cariñosa hubiera hecho.

Un poco más cómodo, Daniel se sentó a la mesa junto al pequeño que ya comía con las manos sin importarle de usar una cuchara. Delante de ellos, arroz, un poco de fruta y sopa.

—¿Has terminado los deberes?— preguntó Rebeca a su hijo, rompiendo el hielo.

—¡Sí, mami! Lo hice todo anoche.

Daniel se limitó a mirarlos sin dejar de comer. La comida estaba deliciosa.

—¿Mami?—, llamó el pequeño, después de haber dado un sorbo a su leche.

—¿Sí, mi amor?— Rebeca contestó bajando la mirada.

—Anoche cuando me desperté no estabas a mi lado, ¿estabas con mi amigo Daniel?— preguntó el niño.

Y eso había sido todo. Rebeca no pudo evitar escupir la comida de su boca. Pero claro no había sido la única que había sentido eso, Daniel también hizo lo mismo con la diferencia Rebeca se levantó de su asiento en cuanto se dio cuenta que Daniel había hecho lo mismo. 

Sin duda algo había pasado allí.

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