GEMELOS MURIEL

En plena oscuridad del día, en el rincón más oscuro de sus corazones justo el mismo agujero que no podía llenarse con otra cosa que no fuera poder, un hombre entró en la empresa con unos cuatro o incluso cinco guardaespaldas detrás de él.

Su forma de caminar, el gesto serio de su rostro, la sonrisa no regalada y esas gafas de sol que cubrían sus ojos llenos de ira, llenos de poder. Stefan Muriel había llegado a la empresa que un día dirigió otro Muriel. Era una pena que tuviera que acabar de aquella manera.

Mientras seguía caminando por los pasillos de la empresa todas las mujeres y hombres que allí se encontraban inclinaron un poco la cabeza. Él era el gran hombre de aquella empresa. Eso era algo que le gustaba sentir, ese poder corriendo por sus venas.

En cuanto llegó al pasillo que conducía a su despacho, el más lujoso de allí y el que no podía pertenecer a nadie más que al presidente, los guardaespaldas le dejaron allí.

Su secretaria se levantó en cuanto se percató de su presencia.

—Señor Muriel, la junta de accionistas ha tenido lugar—dijo la mujer.

—Gracias—respondió Stefan Muriel tras quitarse las gafas de sol.

Había llegado el momento que todos esperaban en aquella sala de reuniones. Los accionistas habían esperado demasiado para ver al señor Muriel y dejar que las cosas desembocaran en lo que esperaban de aquella reunión. El éxito, por supuesto.

Respirando hondo no porque Stefan se sintiera nervioso o algo así sino porque de su sed de poder y toda ansia por ver cómo los ojos de aquellos hombres se posaban en él, Stefan Muriel sonrió antes de que la gran puerta se abriera ante sus ojos.

Como había dicho antes, los ojos de aquellos hombres se posaron en él. La verdad era que, por mucho que no les gustara esperar a que el señor Muriel se apiadara de ellos y decidiera asistir a las reuniones, tenían que llenarse de paciencia. Sus empresas dependían de él, les gustara o no. Era una lástima que Alexander Muriel hubiera sido asesinado.

¿Cómo era posible que nadie se enterara del cambio cuando era demasiado evidente?

Tal vez fuera la cara, el cuerpo, la voz lo que no cambiaba, pero ¿y la mirada? Stefan podía ocupar el lugar sin dejar que nadie supiera quién era realmente pero la mirada de sus ojos no podía hacer tanto por él.

—¡Querido Alexander Muriel! Me alegro de verte de vuelta—, dijo uno de los accionistas. 

En su nueva vida Stefan acababa de estar en dos reuniones como su hermano gemelo Alexander.

Stefan sonrió. Este iba a ser su gran momento. Si nadie se daba cuenta de quién era en realidad, podría seguir adelante con sus planes.

—Me alegro de veros a todos aquí—, dijo Stefan caminando hacia la silla del presidente. La silla que su hermano gemelo debería haber estado usando.

En el momento en que Stefan ocupó su lugar, uno de los accionistas se puso de pie.

—Le escucho, señor Aguilar—. Dijo Stefan Muriel sin hacer contacto visual.

—Bueno, me gustaría pedir un minuto de silencio por el dolor que nuestro querido presidente está pasando en este momento. Sentimos mucho la pérdida de su hermano menor—. Dijo el mismo hombre.

Stefan no pudo evitar sonreír en su fuero interno. Todo parecía ser exactamente como lo había planeado. Nadie sabría que no era Alexander excepto Stefan.

Stefan dio una sonrisa triste o al menos, eso fue lo que todos pudieron ver.

—No lo sientas—, dijo Stefan suavemente. —Han pasado más de dos meses desde que mi querido hermano falleció. No lo sientas por él, siéntelo por nosotros, la batalla sigue aquí. Bueno, creo que ya está bien de condolencias, volvamos al trabajo.

Si tan sólo esos hombres pudieran saber que él no era Alexander. Si tan sólo esos hombres pudieran saber que en la tragedia no murió Stefan sino Alexander. Había nacido un mundo lleno de mentiras.

Habían pasado dos meses desde que ocurrió la tragedia, en esos dos meses lo único que Stefan podía hacer era pensar en la mejor manera de llevarse todo de una vez sin tener que pasar por el recuento de votos de los accionistas donde nada era seguro para él. En cuanto los accionistas supieran que Alexander había muerto, los hijos de los accionistas mayoritarios intentarían ocupar el lugar que Alexander había dejado. Stefan no podía dejar que el destino hiciera eso, tenía que ofrecer su ayuda, no había mejor manera que tomar la posición como era Alexander. Si hubo un día en que le reclamó a su hermano por qué ninguno de los accionistas sabía de la existencia del hermano gemelo, ahora no podía estar más agradecido. Para los accionistas no había ningún hombre con el mismo aspecto físico que Alexander Muriel.

—¿Por qué no seguimos con la reunión? —preguntó Stefan Muriel con una sonrisa en la cara. Sólo quería aparecer como el hombre inocente y pobre cuya vida era una batalla constante.

En su fuero interno Stefan no podía parar de reír. Había ganado. Había pasado la prueba de fuego. Pero, ¿qué pasaba con ese hombre que no decía ni una palabra? Había algo extraño en él, había algo extraño en la mirada de sus ojos. De repente, Alexander Muriel no parecía Alexander Muriel.

Pero, ¿quién era él? Era nada más y nada menos que el hombre que quería vengarse de la persona que le había robado todo en esa empresa exitosa. ¿Su nombre? Alfonso Luriet.

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En plena oscuridad de la noche, en plena oscuridad de sus corazones, sólo el resentimiento de quien no conoce otra cosa que la ambición, Stefan Muriel había llegado a aquel lugar donde alguien especial le esperaba desde hacía tanto tiempo.

—¡Mi querido amigo! —Expresó el mismo hombre. —¡Por fin estás aquí! —Dijo un hombre vestido con un traje negro, extendiendo sus manos dando la bienvenida a Stefan.

Stefan sonrió y de la misma manera que el señor Mendoza, extendió sus brazos.

—¡Lo hecho... hecho está!

Y entonces, ambos hombres rieron mientras no había una nueva mañana.

Sólo había un hombre en el mundo que sabía la verdad sobre el asesinato de Alexander Muriel. Sólo había una persona en el mundo que podía acabar con Stefan Muriel y ése era Enrique Mendoza.

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