¿Cómo había sido la vida de la mujer a la que su propio marido echó de casa? ¿Cómo había sido la vida de una mujer que por un instante no tuvo nada pero aprendió a valorar las pequeñas cosas y oportunidades que le daba la vida? Tenía a su hijo, era feliz mientras su bebé estuviera con ella.
Por supuesto, no pretendía volver a su casa, ocupar su lugar en aquella familia y vengarse de todos los que la habían hecho tan desgraciada. Sólo quería vivir una vida tranquila, sólo quería estar con su hijo para siempre.
Hacía algunos meses que había aprendido a vivir sola, que había aprendido a luchar por poner un techo sobre su cabeza y la de su hijo, por supuesto. Nada era tan sencillo como todo el mundo desde fuera podía ver. Muchas veces tuvo que ver la crueldad de la gente. No podía creer cómo era posible que gente con agujeros negros en lugar de corazón viviera en el mismo mundo en el que vivía gente auténtica.
¿Cuántas veces necesitó una mano amiga? ¿Cuántas veces necesitó el hombro de alguien para llorar? Nadie más que ella lo sabía. Pero la parte más increíble de la historia es cuando empezamos a explicar su vida, cómo su corazón nunca cambió a pesar de todo lo que tuvo que pasar. Ella seguía siendo genuina y apasionada para ofrecer su ayuda a quien la necesitara. Así fue como Daniel llegó a su casa.
Hacía dos meses que muchas cosas habían cambiado en aquel pequeño espacio que ella alquilaba y donde sólo vivían trabajadores inmigrantes que no se encontraban. El edificio era viejo y algo peligroso, la gente que robaba viviendo allí, gente que siempre estaba de mal humor, gente que se creían las víctimas allí, gente que simplemente no veían la vida como un regalo, en cambio, veían la vida como un doloroso castigo que tenían que pasar para recibir el paraíso.
Pagar el alquiler no siempre era tan fácil como Rebecca pensaba, hubo dos meses seguidos que no se había pagado y Rebecca, conociendo muy bien al casero y sus formas de hacer pagar a la gente, pensó que aquella noche que estaba toda preocupada por tener que pasar la noche por última vez iba a ser la última, se le apareció un milagro.
Ella nunca iba a olvidar esa noche.
—Mamá, ¿por qué lloras?—Preguntó el hijo de Rebecca acercándose a ella.
Rebecca, que tenía la cabeza gacha y las manos en los oídos como si no quisiera oír nada más, levantó un poco la cabeza. Sus ojos hinchados captaron el gesto de preocupación de su hijo. El pequeño Rud estaba muy preocupado por su madre y lo peor, era demasiado pequeño para entenderla e incluso ayudarla.
—¡Mamá, no estés triste! —Dijo Rud cogiendo las manos de su madre entre las suyas.
Poco a poco, Rebecca volvió a sonreír. Si no fuera por su hijo, ella había renunciado a su propia vida desde el primer momento en que se enfrentó al mundo real.
—¿Por qué no preparas tus cosas?—Preguntó Rebecca mientras su corazón se derrumbaba.
Aquella iba a ser la última noche allí. Tenía menos de 24 horas para conseguir un nuevo lugar asequible. No importaba cuánto había trabajado, ni cuántas horas extra había trabajaba, todo no era siempre suficiente.
—¿Por qué, mami? ¿Por qué tengo que preparar mis cosas? —Preguntó el pequeño después de haber oído a su mamá decir eso innumerables veces.
—Por favor, hijo mío, no me preguntes nada más, sólo haz lo que te pido. Prepara las únicas cosas que compramos aquí, ¿de acuerdo?
—¿Sólo mi ropa, mis cuadernos y mis tres muñecos?
—Sí, mi amor, sólo esas cosas. El resto no es nuestro.
Rud era un chico muy listo para preguntar siquiera por qué. La respuesta estaba delante de él. Tenían que abandonar el lugar.
Sin más palabras de su mamá, Rud se dio la vuelta para tomar sus mochilas y meter todo lo que su mamá le pidió.
¿Hasta cuándo supo Rebecca que no iba a resolver ninguno de sus problemas con lágrimas? En cuanto Rebecca supo que no había tiempo para llorar sobre su propia tumba, se levantó de la vieja cama donde dormía con su hijo y fue a coger su equipaje. Tenía que abandonar el lugar antes de que el casero volviera a visitarla.
Y exactamente como un milagro, llamaron a la puerta de madera. Rebecca vio a su hijo, no podía ser el casero cuando acababa de visitarla hacía unos treinta minutos.
Secándose las lágrimas de los ojos, se dirigió a la puerta. Lo dicho, dicho estaba, ¿qué más podía temer?
Pero, por suerte, la persona que llamaba a la puerta no era ni el casero ni los hombres que iban a echarla con todas sus cosas.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó Rebecca al hombre que tenía delante.
Todo lo que los ojos de Rebecca eran testigos era la divina figura masculina en delante de ella. Un hombre con camisa negra, vaqueros azul oscuro y el pelo corto y castaño oscuro llamó la atención de Rebecca.
Nunca había visto a aquel hombre. Tenía que ser un nuevo inquilino, un nuevo trabajador inmigrante que llegó allí con la esperanza de conseguir todo el dinero que sólo los hombres de más éxito tenían en aquel mundo.
Pero la pregunta allí era; ¿qué demonios hacía él delante de ella?
El hombre no dijo nada, sólo la miró. Nunca la había visto allí. Bueno, la verdad era que no había pasado tanto tiempo desde que llegó allí.
—¿Puedo ayudarle? —continuó preguntando Rebeca.
El hombre miró a su alrededor. —Sí, sí, puede. El casero me dijo que podía vivir aquí, no sabía si quería decir con usted o hay otro espacio para mí—. Dijo el hombre intentando mirar dentro del espacio.
Lo único que Rebecca podía pensar era que el casero ya había ocupado ese espacio ya que ella no iba a estar allí a la mañana siguiente. Por supuesto, su corazón no podía estar más roto.
—No, creo que este espacio va a ser solo tuyo pero no ahora, mañana. ¿De acuerdo? —dijo Rebecca, mientras intentaba cerrar la puerta.
El hombre no sabía por lo que ella estaba pasando en ese momento pero algo estaba claro, sus ojos hinchados le decían que no estaba bien. No en ese momento.
—¡Espera, espera! —Reclamó Daniel, obligándola a abrir de nuevo la puerta.
—¿Qué? ¡Ya te he dicho que mañana el espacio va a ser completamente tuyo!
—No sé qué has entendido, pero el hombre me dijo que iba a vivir contigo. No sé por qué dices que vas a dejar este lugar pero...
En ese momento Rebecca abrió la puerta de nuevo.
No entendía nada de lo que decía el hombre. Pero, por supuesto, había una manera de averiguar lo que estaba pasando allí.
—¡Espera aquí!—Dijo Rebecca, saliendo de allí para buscar al casero.
Ella no quería tener falsas esperanzas, tenía que aclarar lo que estaba pasando allí.
Y ese era el principio del sueño, el principio de la protección que aquel hombre podía ofrecerles.
Cuando estuvieron listos para irse, Rebeca cogió la mochila de su hijo y luego, ella y su hijo se despidieron del hombre que ya estaba cogiendo su ropa para ir a trabajar a la fábrica de por allí.
—¡Nos vemos, Daniel! —Dijo el pequeño Rud.
—¡Hasta luego! —continuó Rebeca mientras salían del pequeño y viejo apartamento.
Y así fue como empezaron el día. Cada uno recorriendo su camino hacia su destino.
Con el vaso lleno de vino tinto, a través de esa copa de vino Donnovan podía ver su destino después de todas las cosas que le había hecho a la mujer con la que un día se casó. Ya no podía disfrutar de su nueva vida. ¿Cuánto tenía que esperar para ese momento? Habían pasado unos seis meses desde que Rebecca y su hijo enfermo abandonaron aquella casa.Ahora era el momento de disfrutar de todo ese poder, de todo ese dinero, de todo lo que la nueva vida le estaba ofreciendo.En su despacho, bebiendo vino tinto, no podía dejar de sonreír ante sus nuevos planes y su nueva vida. Ahora lo tenía todo, era el momento de arreglar las cosas como siempre había querido. Si los padres de Rebecca eran demasiado vergonzosos para dar el primer paso y dejar que la empresa brillara con la ayuda de las personas adecuadas, Donnovan era el indicado para hacer ese doloroso trabajo para parte de la familia.En la puerta de su despacho, tres golpes. Tiene que ser su secretaria.—¡Adelante! —Dijo Donnovan.
Los gritos de los niños ahogaban el aula, la profesora intentaba separar a ambos chicos. Rud no podía estar más ofendido con las palabras que ese niño le había dicho, estaba harto de escuchar a los niños hablar a sus espaldas de no tener papá, no podía seguir viendo la forma en que esos niños lo miraban por no tener papá. A fin de cuentas, eso no era un misterio, eso no era algo que él necesitara en su vida y sobre todo, no era un pecado no tener papá.La profesora consiguió finalmente separar a ambos chicos. Ni que decir tiene que el chico que empezó a molestar a Rud se sorprendió con su actitud. Habría esperado cualquier cosa de él menos eso.—¡No vuelvas a intentar molestarme! —Rud levantó la voz. Si Rud, siendo sólo un niño era capaz de defenderse y dar la cara por su madre como acababa de hacer, ¿qué más iba a hacer cuando fuera adulto?—¡¿Qué os pasa a los dos?!—La profesora levantó la voz.—¡Se ha peleado conmigo! —Afirmó el segundo chico.—¡Tú me molestaste primero! —Señaló
Cuando por fin llegaron a casa, la felicidad impresa en el rostro de Rebecca era demasiado evidente para ocultarla al mundo. Rud estaba tan feliz como su madre, con todas las cosas que habían pasado sentían que era hora de disfrutar de los momentos llenos de alegría y felicidad. Por supuesto que Rebeca no estaba enfadada, estaba orgullosa de su hijo pero eso era algo que no podía dejarle saber si no quería recibir más llamadas de atención. —Vamos, mi niño, pon tu mochila en nuestra cama y ven directamente aquí a comer algo—, dijo Rebeca con una sonrisa en la cara. —Sí, mamá, ya voy—, dijo Rud corriendo directamente a su cama.¿Cómo era el pequeño lugar que habían alquilado? Bastaba decir que era un espacio cuadrado con las paredes apenas pintadas, las dos camas estaban separadas cada una en una esquina del lugar y por una pesada cortina para mantener algo de privacidad.Cuando Rebecca estaba feliz sirviendo la sopa que había preparado antes y que ahora sólo estaba calentando, de r
Aflojándose la corbata nada más entrar en la casa de la familia Osara, Donnovan fue recibido por todas las mujeres y hombres que allí trabajaban inclinando la cabeza en cuanto advirtieron su presencia.Donnovan, siendo el mismo hombre prepotente de siempre, continuó su camino hasta su dormitorio. Aquella persona especial debía estar esperándole. Y lo mejor, tenía buenas noticias que compartir con ella.Finalmente, su mano alcanzó el picaporte de la puerta y entonces, lo hizo girar hasta que la puerta de madera se abrió.La misma gran habitación que había compartido con Rebecca. La cama king size, los cojines caros y las cortinas cubriendo la gran ventana que no dejaba ver la hermosa noche de afuera y, en la esquina derecha un piano, a un par de metros de distancia del piano había una mesa central donde descansaban dos o tres vinos.Y por el lado izquierdo una mujer saliendo del lujoso baño que tenían en la habitación. Acababa de darse un baño, la toalla que cubría su pelo y la toalla
Era cierto que Daniel se sentía un poco incómodo con las palabras que Rud le había dicho, nunca había pensado que Rud lo viera como un padre, ese título le quedaba demasiado grande para un hombre que buscaba al asesino de su hermana para matarlo con sus propias manos. No se merecía que Rud pensara así de él. Su pasado nunca lo iba a dejar ir, ese mismo pasado lo había tomado entre sus garras obligándolo a actuar por odio antes que por amor.Apenas habían pasado dos meses viviendo con ella y su hijo que nunca encontró interesante indagar en ella solo para entender a la persona que estaba compartiendo con él. Por un momento le bastó con verla como una madre soltera con su hijo. En cuanto el casero le dijo que había un espacio disponible en la misma habitación que había sido ocupada, no pensó en nada más, sólo quería salvarse hasta que se le ocurriera buscar a las personas que mataron a su hermana menor. Los recuerdos volvieron a su memoria.Se presentó frente a la mujer que el caser
Mientras que para algunas personas una nueva mañana significaba nuevas oportunidades, nuevas decisiones que tomar, nuevos retos, nuevas sonrisas, nuevos caminos que recorrer para dejar atrás el pasado, para otras personas una nueva mañana significaba un paso menos para alejarse del infierno, el mismo infierno que querían gobernar.En el mismo cementerio que cuatro meses atrás y luego, dos meses atrás había visitado, dos coches negros se detuvieron.Desde el primer coche dos hombres con traje negro y gafas de sol abrieron la puerta del segundo coche que estaba detrás. Fue entonces cuando del segundo coche se bajó Stefan con gafas de sol. El sol brillaba tanto como su oscuro futuro que no pudo quitárselas. Una sonrisa triste apareció en su rostro. Del coche no se bajó Stefan, sino su hermano gemelo, Alexander Muriel.En su mano, un ramo de flores blancas para sus hermanos, los que descansaban en paz en aquel cementerio.Cuando por fin llegó a las tumbas de sus hermanos, una al lado de l
La expresión de Daniel cambió al oír la puerta. No esperaban a nadie ya que eran personas que parecían esconderse del mundo entero.—¿Esperas a alguien? —preguntó Rebecca.Ni siquiera a plena luz del día era seguro abrir la puerta de aquel viejo edificio que no tenía seguridad. ¡Claro! ¿Cómo iban a pensar siquiera en la seguridad cuando se escondían de las autoridades?—No lo creo—, dijo Daniel, todo preocupado.Sin perder otro segundo, Daniel se levantó y se dirigió directamente a la puerta, después de todo, él era el hombre en aquella casa donde vivía una mujer con su hijo. Estaban demasiado indefensos y lo supo desde el mismo instante en que entró en el pequeño espacio que llamaban hogar. Sorprendentemente, Rebecca también se puso en pie, ocupando un lugar detrás de la silla de su hijo como si intentara protegerlo de todo el peligro que podría entrar en cuanto Daniel abriera la puerta.Finalmente, tras la mirada de Daniel a Rebeca, abrió la puerta. Rebecca no tenía ni idea de la p
Era la primera vez que Daniel veía algo así, no podía creer que estas situaciones fueran las que la gente pobre tenía que pasar casi todos los días. Rebeca había elegido vivir una vida decente, donde ya nadie pudiera molestarla, donde ya nadie pudiera molestarla y ahora, tenía que pasar por eso. Pero no estaba sola, la verdad es que él no sabía nada de ella, pero eso no significaba que una mujer como ella no tuviera derecho a tener a alguien que la defendiera a ella y a su hijo.Pero si pensara un poco más eso, no sería un problema tener información sobre ella. Esa fue la primera vez que se interesó por ella y su vida, ¿dónde estaba el padre de ese niño? ¿Quién era su padre? Pero lo más importante, ¿qué ha pasado para que ella este ahí, en esa posición, donde parecía ser demasiado vulnerable para luchar? —¿No me lo estás devolviendo? ¿Sra. Osara?— El casero dijo: —Recuerdo que la primera vez que llegaste aquí dijiste que estarías dispuesta a pagar de cualquier manera para no perder e