NO TIENES PADRE

Con el vaso lleno de vino tinto, a través de esa copa de vino Donnovan podía ver su destino después de todas las cosas que le había hecho a la mujer con la que un día se casó. Ya no podía disfrutar de su nueva vida. ¿Cuánto tenía que esperar para ese momento? Habían pasado unos seis meses desde que Rebecca y su hijo enfermo abandonaron aquella casa.

Ahora era el momento de disfrutar de todo ese poder, de todo ese dinero, de todo lo que la nueva vida le estaba ofreciendo.

En su despacho, bebiendo vino tinto, no podía dejar de sonreír ante sus nuevos planes y su nueva vida. Ahora lo tenía todo, era el momento de arreglar las cosas como siempre había querido. Si los padres de Rebecca eran demasiado vergonzosos para dar el primer paso y dejar que la empresa brillara con la ayuda de las personas adecuadas, Donnovan era el indicado para hacer ese doloroso trabajo para parte de la familia.

En la puerta de su despacho, tres golpes. Tiene que ser su secretaria.

—¡Adelante! —Dijo Donnovan.          

—Señor Osara, el señor Rey está aquí —dijo su secretaria hablándole con respeto.

—¿Ah, sí? El mexicano había llegado, por favor déjelo entrar—, ordenó.

No había mucho que decir sobre lo que iba a ocurrir en aquella reunión que estaba teniendo con un mexicano, uno de los hombres más importantes del país a la hora de iniciar algún negocio peligroso pero desde luego, negocio que prometía el renacer de la empresa.

—Por favor, siéntese, siéntese —, le dijo Donnovan. Era evidente que le estaba haciendo la pelota. Si todo terminaba como él esperaba que terminara, le iba a deber su propia vida. —Es un honor de tenerle aquí.

El hombre de unos cuarenta años, vestido con un traje negro y sonriente como él solo, se sentó frente al escritorio del hombre que llevaba tanto tiempo esperándole.       

—¿Qué puedo ofrecerle? —preguntó Donnovan.

—Por favor, sólo whisky —respondió el hombre.

—Y, ¿cómo va el negocio? —preguntó Donnovan mientras servía el whisky que el hombre había pedido.

—Ya sabe, todo va bien mientras sigamos en el mismo negocio y nos mostremos siempre respetuosos... ¡Por supuesto! —El señor Rey rió haciendo reír a Donnovan.  —De todas formas, dígame, ¿cuál es la razón por la que quería verme?

—Por favor, señor Rey, aquí tiene su whisky —, le dijo Donnovan dándole la bebida, —siento mucho haberle pedido que viniera, no tuve tiempo de llegar hasta su casa, lo siento mucho.

El hombre se rió. —No se preocupe, no quiero que nadie vaya a mi palacio. Conocerían muchos de mis secretos si lo permitiera.

Donnovan bajó la mirada. Con esas palabras el hombre lo había dicho todo, Donnovan no era nadie para el señor Rey. No podría hacer lo que quisiera con él hasta que el mismo Donnovan se ganara su respeto.  Por supuesto, Donnovan iba a hacer todo, todo lo que el Sr. Rey quisiera para declararse uno de sus hombres.

—Entonces, ¿podemos empezar a hablar de negocios? —Preguntó Donnovan, ocultando la rabia que le provocaban las palabras del Sr. Rey.

—¡Claro, claro que podemos! Vamos a aguarte antes de que pienses que estos negocios son fáciles.

Le gustara o no lo que decía el Sr. Rey, tenía que aguantar un poco más. No podía perder esa oportunidad porque no le gustaba lo que decía el hombre que tenía delante.

Ahora Donnovan tenía poder, tenía dinero, tenía un apellido poderoso, lo único que deseaba era aumentar todo el dinero que Rebeca le había dejado, aunque ella nunca estuviera de acuerdo con eso.

 *******

Sin aliento, Rebeca y su hijo llegaron a la escuela. Casi todos los niños habían entrado en la escuela.

—¡Hasta luego, mami!—Dijo Rud despidiéndose de su mamá con su manita.

—¡Nos vemos, mi pedacito de cielo! —Dijo Rebecca, antes de ver cómo se perdía entre la multitud.    

Rebecca no podía estar más orgullosa de su hijo. Su hijo era todo lo que tenía, todo lo que necesitaba para vivir y él era la única razón por la que seguía caminando por el mismo camino. Con una sonrisa en la cara, Rebecca pudo continuar con su día y con el trabajo que le esperaba. Desde el momento en que se dio cuenta de que era la única que su hijo tenía en este mundo, dejó de importarle el título y todo el poder que había perdido y empezó a buscar nuevos caminos, así fue como acabó trabajando como peluquera no muy lejos del edificio en el que vivía con mucha gente inmigrante. En su trabajo era una de las mejores, por supuesto ningún famoso o rico visitaba ese lugar pero las mujeres que acostumbraban ir con ella a cambiarse el peinado o simplemente a cortarse el pelo siempre terminaban con una sonrisa en la cara. Rebecca era buena en eso y tuvo que descubrir su pasión en la situación más dolorosa de su vida. No había mucho que explicar sobre todas las cosas que hacía en su trabajo, bastaba con decir que era una de las mejores. Rebecca siempre con una sonrisa en la cara recibiendo a sus clientes. Se daba el tiempo para hacer un buen trabajo y al final, recibir su pago y una pequeña propina que siempre se merecía.

—¡Hey, Rebecca! —La llamó una de sus amigas al verla tan cansada.

El día había sido demasiado largo. Tantos clientes, tantas mujeres que decidieron cambiarle el peinado el mismo día que las demás.

Rebecca miró a su amiga. —Hey —contestó no muy animada.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

—Sí, sí, estoy bien, sólo estoy cansada. Eso es todo—, dijo Rebecca sentándose en la silla que acababa de limpiar.

—¿Y tu hijo? ¿Está todo bien con él?

—Sí, está bien pero tengo que llevarlo al hospital para que el médico lo examine.

La amiga de Rebecca sonrió. Ella sabía perfectamente que Rebecca era una madre soltera que hacía todo cada día para darle lo mejor a su hijo.

—Tu hijo va a estar bien, solo tienes que ser positiva, tu hijo te necesita, siempre te va a necesitar. No tengas miedo de nada.

Rebecca miró a su amiga. Por mucho que dijera que sólo tenía que ser positiva, el amor de Rebecca por su hijo siempre se resentía cuando el médico decía que tenía que seguir con las pruebas.

—A veces tengo demasiado miedo de que el médico me diga que los tratamientos no funcionan, sabes que el médico me dijo hace unas semanas que tengo que ahorrar dinero para una operación si es el caso. Ahora mi hijo está en tratamiento, pero tengo miedo de que me digan que no funcionan.

No hubo nada que pudiera decir la amiga de Rebecca. Por muy positiva que se mantuviera, si el destino de su hijo era ir bajo aquella operación, no había nada que ella pudiera hacer, ni los médicos, ni todos los medicamentos del mundo.

—¿Rebecca? —Su amiga llamó su atención.

—¿Sí?

—¿No has pensado en lo que te dije? —Le preguntó su amiga, Rebecca se limitó a mirarla. —¿No te acuerdas de lo que te dije?

—¡Sí! Lo recuerdo.

—¿Y? Rebeca, tienes que volver a tu sitio, tienes que reclamar tu título. Tu posición en esa familia, ¡no dejes que un estúpido te lo arrebate todo!

Rebecca sonrió sarcásticamente. Si su amiga supiera que eso no era tan fácil como ella pensaba.

—Hay cosas más importantes que luchar por algo que ya no es mío. De todos modos —Rebecca se levantó del asiento—, tengo que ir a buscar a mi hijo al colegio, creo que ya he terminado con mi turno, ¿no?

La amiga de Rebecca sonrió. Ella era la jefa en aquel lugar. —Por supuesto, claro que has sido la que más ha trabajado hoy, como siempre. Ve a buscar a tu hijo. Por favor, salúdalo de mi parte. Tu hijo es un ángel tan hermoso.

—Lo sé, lo sé.

—¡Eres una engreída! —Dijo la amiga de Rebecca antes de dejarla marchar. 

Una sonrisa se dibujó en su rostro con sólo imaginarse abrazando a su hijo después de algunas horas de no haberlo visto. Pero quizá la realidad a la que se iba a enfrentar distaba mucho de la que ella quería imaginar.

 *************

En la escuela, donde todos los niños realizaban su última tarea antes de irse a casa con sus padres, Rud estaba pintando sus dibujos con las acuarelas que su madre le había comprado con tanto esfuerzo. Puede que sus acuarelas no fueran tan caras como las de sus compañeros, pero él valoraba mucho lo que su madre le había comprado.

En el mero instante en que sonreía al ver sus dibujos perfectamente coloreados por él y sus acuarelas, se levantó del suelo -donde siempre trabajaban cuando se trataba de acuarelas- dispuesto a dárselo a su profesora cuando, de repente, chocó con alguien.

La sonrisa de Rud se borró de su pequeño y lindo rostro cuando se dio cuenta de que había chocado con el compañero que siempre lo molestaba. Era increíble cómo los niños -los que se suponía que eran inocentes- eran los mismos donde se engendra la envidia.

Rud nunca había entendido la razón por la que ese niño especial siempre lo molestaba con todo, tal vez Rud era en verdad demasiado inocente para darse cuenta de la razón detrás de su envidia.

Ese niño podía tener todo de sus padres, podía tener los mejores útiles escolares, la mejor mochila, los mejores juguetes pero nunca iba a tener la atención de su mamá como la tenía Rid. Esa era la razón de su envidia, el solo quería saber cómo sería si su madre lo estuviera esperando todos los días en la entrada de la escuela.

—¡Pide perdón! —Dijo el niño mirando a Rud con toda la rabia que sentía.  

—Lo siento —dijo Rud con voz dulce.

—¡Oh! ¡Mira!—Continuó diciendo el otro niño señalando el dibujo de Rud.—¿Es horrible?¿Se lo vas a dar a tu madre?        

—¡Déjame en paz! —Rud dijo tratando de evitarlo.

—¡Bueno, eso es tan feo como tú mamá! Iba a decir tan feo como tú papá pero ¡no tienes papá!.

Y eso fue todo lo que Rud pudo decir. Era cierto que no tenía padre pero eso no significaba que él o cualquier otro niño tuviera derecho a molestarle con eso. Él no era culpable de no tener padre.

—¿Qué has dicho? —Rud preguntó.

—¡No tienes padre! ¡No tienes papá!— Cantó el niño.

Y entonces, todo el mundo se dio cuenta de la furia con la que Rud estaba golpeando a su compañero de clase. Todos los niños de la clase empezaron a gritar, su profesora por fin se dio cuenta de la pelea pero era demasiado tarde, Rud ya estaba pegando a su compañero.

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