George se alarmó, Lenis se veía muy mal. Así que se acercó a ella para auxiliarla en lo que pudiese, pero Lenis no dejó que la tocase. Las manos del abogado quedaron en vilo. La secretaria se recuperó un poco del dolor en el estómago estando ya de pie, al igual que él. Luego, alzó la cabeza y lo miró. George tragó grueso. El gris de los ojos de Lenis se había transformado en acero. —Adelanta esa historia, J. Miller —dijo, con la voz cambiada—. ¿En qué momento fue que comenzaron a engañarme? Él no reaccionó de inmediato. —Lenis… —O a utilizarme. —George arrugó el rostro y ella recordó algo de súbito, abriendo los suyos, llorosos, de par en par—. Porque no has dejado de utilizarme… —resolvió ella. —¿Qué estás diciendo? —No has dejado de utilizarme —repitió—. Quieres… Ustedes quieren… —Ella miraba para todos lados, como perdida, intentando atar cabos. —Lenis, escucha todo, por favor. —¿Qué más vas a decirme? —Gesticuló con las manos, indicándole con ellas que no se acercara—. ¡¿
Para George, el mundo no tenía sentido. Se levantó, lento, como si tuviese una de las peores resacas encima, o tal vez, una herida sangrando, molestando y debilitándolo con cada paso. Aunque, si él se sinceraba consigo mismo, así se sentía, sangrante y provocador de heridas, asesino de almas. Se sentía como una persona deplorable. Sin embargo, su cabeza no estaba del todo nublada. A pesar de sentirse patético, era plenamente consciente de la situación, sobre todo, de que Lenis había salido corriendo sin maleta, sin dinero, solo con una bata puesta y unas zapatillas, estaba casi seguro que no llegaría demasiado lejos, sin contar la barrera de seguridad con la que se toparía. De todas formas, conociéndola un poco y recordando —con una punzada de dolor— lo que ella misma le había contado, sobre las varias escapadas mientras vivía con Jefferson, podía sentirse inseguro, podía perderle la pista de un momento a otro. No colocaría a Lenis en una situación de
Maximiliano se había levantado temprano. Esa noche, como las dos anteriores, no había podido dormir bien. Gracias a Dios, el dolor de cabeza había amainado, de hecho, ya no lo sentía. La reunión que tuvo anoche le había sentado fatal. En la madrugada del jueves recibió una llamada de Peter informándole que su secretaria había sido informada de todo lo que ellos tramaban. El propio Miller se lo había contado. También, el agente de seguridad le informó lo que Max temía: que a ella no le había sentado bien la noticia, que de hecho, Lenis ya no se encontraba en el apartamento de George, sino más bien hospedada en el hotel, reserva hecha por su guardaespaldas, T.C, gastos a cargo del abogado. También había sido informado de la estrategia de salida por la que T.C optó al llevarse a Lenis, gracias a que Donald, la mano derecha del gobernador, se encontraba afuera del complejo de edificios, corroborando lo temido: que Smith seguiría creando un escenario de intimidación. Max quiso verla, por
Unos brazos fuertes cubrían a Lenis desde atrás. George y ella estaban acostados en el suelo en medio de la sala de estar del apartamento del abogado, justo en frente de las puertas de la terraza. El aire acondicionado estaba apagado, por lo que George abrió las corredizas de vidrio colocándolas de par en par para dejar entrar el viento de la tarde, uno que describía un excelente clima que un piso diez y el comienzo del tercer trimestre del año le regalaba a la ciudad, sobre todo en esa parte, la cual era el pulmón de la metrópolis donde ambos hacían vida. Ellos habían decidido no hacer nada más que venerarse los cuerpos, las mentes, y sin quererlo de tajo, pero siendo plenamente conscientes, venerarse el corazón. Ambos estaban desnudos, arropados hasta la cintura con una de las sábanas color verde agua que George guardaba en una de las gavetas de su habitación. El abogado había arrimado los sillones, despejando el área, pero había recostado su espalda en los asientos del mueble de
Lenis se levantó de la cama, claramente aletargada, sin embargo, despierta desde hace minutos. Se dirigió al tocador y cerró la puerta tras de sí con lentitud. Se quitó el pijama que Maximiliano le había prestado y se bañó completa, colocando su rostro bajo el fuerte chorro de la ducha. Sabía que afuera la esperaba George. Sus ganas la motivaban a no querer verlo. Ni a él ni a nadie más. De hecho, había pensado en toma de decisiones, por lo que regresaría en ella, inevitablemente, esa manera de ver la vida, calculándola con cabeza fría y buenas estrategias que funcionasen a su entero favor, siempre con la idea de protegerse. Se colocó un albornoz y salió del tocador, con el único propósito de buscar las prendas que se colocaría. George, al ver que la puerta se abría, se levantó del sillón. —Lenis…Ella no prestó atención. Él definió que le estaba aplicando la ley del hielo, pero nada a la ligera; sintió miedo de nuevo, su comprensión de todo, de la forma de ser de ella, más sus vi
T.C miraba a Lenis por el retrovisor y enviaba mensajes por su teléfono. Afuera llovía, por lo que Lenis prefirió esperar que escampara un poco para salir del vehículo. Desde su asiento en la parte de atrás, la secretaria observaba el edificio donde el abogado George J. Miller tenía su bufete. Recordó su historia. Esa era la segunda oficina que montaba, gracias a que su padrastro, siendo también el de él, lo había arruinado todo. Solo pensó en esa misma parte de lo que George le había contado y ella negó con la cabeza, colocando la yema de sus dedos sobre el tabique, suspirando… Comprendía todo, sabía que tanto él como Peter, junto al jefe de la corporación, eran víctimas de Turgut. Entendía por qué ellos lo buscaban, por qué deseaban que aquel infame ser pagara por todo lo que hizo. Ella, hasta podía entender, el porqué aquellos tres jefes habían desconfiado de ella, era lógico, lo comprendía. Aún así, se le estaba haciendo una árdua tarea perdonarlos por no haberles dicho nada de
La jueza terminó de leer el acta protococar y giró la cámara, apuntando a los presentes. —Señor Miller —nombró Bader—, proceda, por favor. —Muchas gracias, buenos días. Señoría… —saludó, junto a un asentimiento de cabeza—. Para efectos de grabación, mi nombre es George James Miller —Lisa lo miró—, con registro de colegiatura, número… —los presentes escuchaban atentamente—, abogado de la señora Lisa Díaz, con número de indentificación... —Jeferson aún no despegaba la mirada de ella—, ciudadana de este país. —George miró a los presentes, enfocado mayormente en la jueza—. La demanda propone un acuerdo judicial entre las partes en base a la petición de divorcio emitida por la demandante, con efecto inmediato a partir del día de hoy, con dos requerimientos taxativos especificados en el acta oficial de demanda que exponemos ante esta audiciencia. —George entregó a la jueza y al abogado de la defensa los documentos pertinentes. La jueza Bader abrió y asintió, mostrando y entregando el cont
Antes de cruzar las puertas de madera de doble hoja que encerraban la sala de juntas de aquel bufete, el abogado de Lisa Díaz la detuvo, tomándola de un brazo. —Está bien, aceptemos esto: como tu defensor no lo recomiendo. Posiblemente Bader no tenga problema alguno a que esto se haga con permisos legales, ya que aún no se ha enviado tu denuncia a un departamento policial. Ella tendría que hacer llamar a un agente de la ley colaborador de su juridiscción. —La mujer escuchaba atentamente—. Así que, si te quedas a solas con ese hombre... —George tragó grueso y lo que diría a continuación, lo soltaría con toda la convicción y consciencia que podía reunir dentro de sí—, llama a Peter y mantén la llamada encendida, que Smith no se de cuenta —le dijo, observando cómo los ojos grises de ella tomaban un brillo particular ante el consejo de Miller, quien luego de decir aquello, miró a Peter y le dijo por señas que estuviese al pendiente de su móvil—. Déjame hablar a mí, a menos que Bader pida