Era más una promesa que una pregunta.Así que se limitó a darse la vuelta y a caminar según las indicaciones que él le había dado un momento atrás.No iba a pensar en eso Vicenzo viéndola desnuda.No, definitivamente no podía pensar en eso, Porque entonces, su cerebro comenzaría a repetir las imágenes de su miembro erecto entre sus pantalones y la fuerza con la que la había agarrado y pegado contra el sofá para besarla con fuerza. Como su dedo se había ido a sus bragas y había sentido la humedad en ella.Pensar en él de esa manera, hacía que su cuerpo temblara por la anticipación.Nadie se negaba a Vicenzo Luigi. Lo sabía de antemano. En los meses que estuvo junto a él, viajando por Turquía, por Israel, y por Marruecos, entendió que Vicenzo era un hombre reconocido, conocido y respetado, negarse era simplemente cavar su propia tumba.Las conexiones eran necesarias en el mundo empresarial.Entró al cuarto de baño, dejando atrás el pasillo con poca iluminación, luces tenues colocadas en
—¿Antonella, sucede algo? —escuchó la voz de Vicenzo y se tapó la boca asustada. Había hablado demasiado alto.—Nada— dijo después de unos segundos, intentando que su corazón se calmara.—¿Estás segura que estás bien? —preguntó él —voy a abrir la puerta.—¡No abras la puerta! —Ella se lanzó de manera impulsiva y con su cuerpo delgado y esbelto, intentó evitar que Vicenzo entrara y la encontrara desnuda.La toalla cayó al piso y se quedó con la espalda pegada a la puerta y los brazos extendidos intentando alcanzar la toalla.—Antonella, ¿que está pasando? ¿estas bien! comienzo a preocuparme. No me gusta preocuparme por cosas que no valen la pena.–¡Pues lárgate! ¡déjame en paz! ya que no valgo la pena, vete y déjame tranquila.—No tergiverses mis palabras. —le dijo el completamente molesto.—¿Qué es lo que quieres? Me has tratado como a una basura. Aléjate de la estúpida puerta.—¿Qué es lo que necesitas?—De ti solo quiero una cosa.—Déjame adivinar... ¿Qué te quite el deseo de hacer
Antonella se miró al espejo y vio el brillo del dolor en sus ojos. Sus mejillas estaban enrojecidas y su pulso acelerado.Él la había visto completamente desnuda.Había invadido su espacio, su privacidad.Si, era su departamento, pero ella se estaba duchando.El no tenía el derecho de asustarle de aquella forma.Se acercó al closet caminando de puntillas para que el no le escuchara y sacó un albornoz de color negro, que por el tamaño ella imaginó le pertenecía a Vicenzo. Se lo puso y dejó que el calor de la tela la tranquilizara.Comenzó a caminar por el pasillo, buscando una habitación en la cual dormir, sin embargo, muy a su pesar, se dio cuenta que todas las puertas estaban cerradas con seguro.—Maldito desgraciado....— murmuró al darse cuenta del propósito de su marido.—¿Me buscabas? —la voz de su marido le paralizó.—No pienses ni por un segundo que voy a dormir contigo.—Te queda bien mi albornoz.—Vete al diablo.—Uy! El lenguaje soez que has aprendido de tu español.—¡No sabe
Respiró profundo una y otra vez antes de atreverme a moverme.Cansarse de Cogerla.Esas habían sido sus palabras exactas.Siguió su camino hacia el pasillo aunque su corazón le gritaba que se devolviera y lo enfrentara. Que le preguntara porque le odiaba tanto.Ella deseaba saber que había hecho para merecer tanto odio. Tanta rabia acumulada a lo largo de ese año que estuvieron separados.¿Qué quería Vicenzo de ella?Antonella no tenía idea.Ella se había marchado de Nápoles, había dejado a Italia atrás y se había escapado a España con su hermana.Joder, su hermana debía de estar sumamente preocupada.Ella le había dicho que le llamaría tan pronto se instalara en el hotel.Se quedó mirando el salón a oscuras, tan solo iluminado por la luz que provenía del pasillo. Todo el pent-house estaba sumido en la oscuridad total.—Tu maleta está en nuestra habitación. — la voz de Vicenzo hizo que ella soltara un grito sobresaltado—, si es que la quieres aun. —añadió.Ella se giró y cerró el albo
Estaba nerviosa.Regresar a esa ciudad donde había tenido tantas palabras que ahora se daba cuenta que solo eran lanzadas al viento dichos sin sentido sin sentirlas Ahora un año después se daba cuenta que todo había sido una mentira.Única que se había enamorado había sido ella.Se dio cuenta muy tarde de qué la diferencia de edad no era un jodido mito.La diferencia de edad podría destruir una pareja que se creía enamorada.Y Antonella comenzó a entender después de unos meses qué la culpa había sido de ella desde el primer momento.Su hermana mayor se lo dijo una y mil veces:—Es un buen partido pero estás destruyendo tu vida para armar la de otra persona. Y joder, cuánta razón tuvo. —Estimados pasajeros, bienvenidos a Napoles, por favor, mantengan colocado su cinturón de seguridad hasta que aterricemos por completo.Antonella se quedó leyendo su revista de variedad concentrada como si fuese una orden de vida o muerte. No quería mirar por la ventanilla, se lo había estado repiti
Entre todas las voces la que menos pensó que iba a escuchar al bajarse del avión mientras la maleta de mano pesaba como el demonio. A la persona que menos pensaba encontrar allí era a él.Vicenzo era como el demonio aparecía cuando menos lo esperaba.Este hombre estaba destinado a hacerle la vida imposible.¿Cómo demonio la había encontrado?No podía creer que él estaba realmente allí.Antonella se giró y encaró la voz de sus pesadillas.Era increíble que siguiera siendo exactamente cómo meses atras. Inconscientemente había comenzado a pensar, que lo estaba idealizando y que esos meses que estuvo con con él, siendo cortejada, mimada y deseada, no fueron más que producto de su imaginación. Que las veces que le acarició hasta el alma en verdad fue todo producto de su imaginación y nunca fue tan bello. Tan malditamente atractivo. Ella se debatía entre si todo era un modo de evitar que le doliera tanto, si solamente se estaba inventando que Vicenzo fuera realmente así de Irresistible
Antonella no se lo pensó dos veces, los ojos de Vicenzo centelleaban de pura rabia. Comenzaba a perder la paciencia, él era un hombre de armas tomar y si ella no se montaba en el coche, fácilmente, él podía cargarla y meterla dentro ponerle el cinturón y sentarse a su lado como si nada hubiese pasado.Miró a todas partes, las personas pasaban a su lado sin percatarse de la incertidumbre que estaba apoderándose de su ser.—Tengo reservación en el hotel, no voy a irme contigo, si gustas me dejas allá, pero no voy amanecer contigo Vincenzo.—Una cosa es lo que tú quieras, Jane, y otra cosa es lo que realmente se hará. Estás haciéndome perder el tiempo. Ya sabes que mi tiempo es oro.—No me llames así. El tiempo de llamarme así ya pasó.— Para mi siempre serás Jane, Jane. — le dijo pasando una mano por su rostro. — Estoy cansado. Vámonos antes de que se haga más tarde.— Vincenzo...— No me tires las cuerdas, Jane. Nos vamos. Punto. No tienes nada que objetar. ¡Y deja de hacerme perde
Vicenzo LuigiVicenzo entró en el coche y se sentó al lado de su esposa.Ella podría decir lo que quisiera, gritar, saltar patalear, pero al final de todo, sobre el papel, ante la iglesia y ante su familia, Nella seguía siendo su mujer. La mujer que lo había dejado, que lo habia abandonado, espacado de el como si el fuese el mismo diablo, pero su mujer al fin y al cabo. Y por nada en el mundo iba a permitirle semejantes actitudes. Ella no se lo merecía. No merecía su perdon, ni su consideración. Se desabrochó el botón que tenía colocado en la chaqueta para sentirse un poco más cómodo. Estar encerrado en un coche con Antonella después de largos meses sin verla, era sencillamente caótico. Vicenzo siempre había sido un hombre calculador, cuadrado cómo solía decir su hermana menor Giovanni. Su madre lo habia educado bien. Lo habia enseñado a ser un buitre en los negocios en la vida. No entendía como las personas podían cambiar de parecer de la noche a la mañana, como podian deci