Por supuesto que él no la conocía en absoluto. Había tantas cosas que él desconocía de ella; como que, por ejemplo, había comenzado a estudiar japonés.—Estoy cansada de que la gente quiera hacer con mi vida lo que le plazca.—Nadie está haciendo con tu vida nada, Antonella. —Le digo a él, colocó una mano en su pierna y esto hizo que ella se espantará un poco. —Tenemos problemas más importantes que tú, pensar que todo gira en torno a ti.—¿Entonces, por qué están esas personas aquí, Vicenzo? ¿Acaso los llamaste tú? ¿Acaso es que le dijiste que vinieran aquí a hacer este lío en plena calle? ¿Qué demonios quieres demostrar?—¿Me estás acusando de relacionarme con estos buitres? Tú sabes muy bien lo que opino de los periodistas. —le dijo el entonces y alejó su mano de ella.Por supuesto que ella lo sabía, ella lo había escuchado una y quinientas veces quejarse de lo desgraciados que estos podían ser con el y su familia.Pero las personas cambian. Ella era prueba de eso.—¿Demetrio, pod
Completamente asustada, ella gritó, bajó del coche y se colocó justo al lado de Vincenzo, antes de que éste cometiera una estupidez mayor.Ya sabía bastante bien que para la familia Luigi lo que pensarán los demás era sumamente importante.Estaba enterada de que este golpe tendría repercusiones bastante grandes; al día siguiente que la familia de él lo estaría llamando por todos los móviles y teléfonos locales. La oficina en donde Vicenzo se estableció recibiría toda clase de fotos y reportajes del hombre golpeado.La situación pasó entre su rostro como si esta ya hubiese sucedido antes. .—Vámonos a casa. —Él estaba fuera de si respiraba con dificultad, se acomodó la camisa y se pasó la mano por el cabello. Miró al hombre que estaba con la mano en su mejilla donde Vicenzo había pegado su puño segundos antes.—¡Lo voy a demandar! — gritó el hombre tirando su cámara al suelo y cruzándose de brazos como si fuese un niño haciendo un berrinche.—¡Hágalo! —rugió su marido. —Hágalo y aquí,
El apartamento de Vicenzo la cautivó de inmediato, Pero hacía falta algo más que le diera vida, se dijo molesta por su propia debilidad.Las paredes estaban pintadas en blanco colonial, las alfombras de un color negro, al igual que dos cuadros que colgaban en la sala de estar. Cada vez que daba un paso más adentro, se percataba de la sobriedad de cada uno de los objetos que acomodaban el espacio.Ella una vez pensó que podía hacer de aquel lugar su hogar.Vaya tonta que había sido.El teléfono de Vicenzo sonó en aquel momento.El se alejó pero no lo suficiente como para ella no escuchar lo que respondía.—Hermana...No. Eso está controlado. —una pausa larga. — ella es mi esposa. Giovanny, escúchame bien....no te atrevas a involucrarte en esto....no, ella no lo sabe.¿Ella? ¿Ella misma? Antonella estaba cargada de dudas e incertidumbres.¿Qué seria aquello de lo que la hermana de Vicenzo le hablaba?—¡Que lo tengo controlado! — gritó él y seguido cerró la llamada y se guardó el móvil en
Era más una promesa que una pregunta.Así que se limitó a darse la vuelta y a caminar según las indicaciones que él le había dado un momento atrás.No iba a pensar en eso Vicenzo viéndola desnuda.No, definitivamente no podía pensar en eso, Porque entonces, su cerebro comenzaría a repetir las imágenes de su miembro erecto entre sus pantalones y la fuerza con la que la había agarrado y pegado contra el sofá para besarla con fuerza. Como su dedo se había ido a sus bragas y había sentido la humedad en ella.Pensar en él de esa manera, hacía que su cuerpo temblara por la anticipación.Nadie se negaba a Vicenzo Luigi. Lo sabía de antemano. En los meses que estuvo junto a él, viajando por Turquía, por Israel, y por Marruecos, entendió que Vicenzo era un hombre reconocido, conocido y respetado, negarse era simplemente cavar su propia tumba.Las conexiones eran necesarias en el mundo empresarial.Entró al cuarto de baño, dejando atrás el pasillo con poca iluminación, luces tenues colocadas en
—¿Antonella, sucede algo? —escuchó la voz de Vicenzo y se tapó la boca asustada. Había hablado demasiado alto.—Nada— dijo después de unos segundos, intentando que su corazón se calmara.—¿Estás segura que estás bien? —preguntó él —voy a abrir la puerta.—¡No abras la puerta! —Ella se lanzó de manera impulsiva y con su cuerpo delgado y esbelto, intentó evitar que Vicenzo entrara y la encontrara desnuda.La toalla cayó al piso y se quedó con la espalda pegada a la puerta y los brazos extendidos intentando alcanzar la toalla.—Antonella, ¿que está pasando? ¿estas bien! comienzo a preocuparme. No me gusta preocuparme por cosas que no valen la pena.–¡Pues lárgate! ¡déjame en paz! ya que no valgo la pena, vete y déjame tranquila.—No tergiverses mis palabras. —le dijo el completamente molesto.—¿Qué es lo que quieres? Me has tratado como a una basura. Aléjate de la estúpida puerta.—¿Qué es lo que necesitas?—De ti solo quiero una cosa.—Déjame adivinar... ¿Qué te quite el deseo de hacer
Antonella se miró al espejo y vio el brillo del dolor en sus ojos. Sus mejillas estaban enrojecidas y su pulso acelerado.Él la había visto completamente desnuda.Había invadido su espacio, su privacidad.Si, era su departamento, pero ella se estaba duchando.El no tenía el derecho de asustarle de aquella forma.Se acercó al closet caminando de puntillas para que el no le escuchara y sacó un albornoz de color negro, que por el tamaño ella imaginó le pertenecía a Vicenzo. Se lo puso y dejó que el calor de la tela la tranquilizara.Comenzó a caminar por el pasillo, buscando una habitación en la cual dormir, sin embargo, muy a su pesar, se dio cuenta que todas las puertas estaban cerradas con seguro.—Maldito desgraciado....— murmuró al darse cuenta del propósito de su marido.—¿Me buscabas? —la voz de su marido le paralizó.—No pienses ni por un segundo que voy a dormir contigo.—Te queda bien mi albornoz.—Vete al diablo.—Uy! El lenguaje soez que has aprendido de tu español.—¡No sabe
Respiró profundo una y otra vez antes de atreverme a moverme.Cansarse de Cogerla.Esas habían sido sus palabras exactas.Siguió su camino hacia el pasillo aunque su corazón le gritaba que se devolviera y lo enfrentara. Que le preguntara porque le odiaba tanto.Ella deseaba saber que había hecho para merecer tanto odio. Tanta rabia acumulada a lo largo de ese año que estuvieron separados.¿Qué quería Vicenzo de ella?Antonella no tenía idea.Ella se había marchado de Nápoles, había dejado a Italia atrás y se había escapado a España con su hermana.Joder, su hermana debía de estar sumamente preocupada.Ella le había dicho que le llamaría tan pronto se instalara en el hotel.Se quedó mirando el salón a oscuras, tan solo iluminado por la luz que provenía del pasillo. Todo el pent-house estaba sumido en la oscuridad total.—Tu maleta está en nuestra habitación. — la voz de Vicenzo hizo que ella soltara un grito sobresaltado—, si es que la quieres aun. —añadió.Ella se giró y cerró el albo
Estaba nerviosa.Regresar a esa ciudad donde había tenido tantas palabras que ahora se daba cuenta que solo eran lanzadas al viento dichos sin sentido sin sentirlas Ahora un año después se daba cuenta que todo había sido una mentira.Única que se había enamorado había sido ella.Se dio cuenta muy tarde de qué la diferencia de edad no era un jodido mito.La diferencia de edad podría destruir una pareja que se creía enamorada.Y Antonella comenzó a entender después de unos meses qué la culpa había sido de ella desde el primer momento.Su hermana mayor se lo dijo una y mil veces:—Es un buen partido pero estás destruyendo tu vida para armar la de otra persona. Y joder, cuánta razón tuvo. —Estimados pasajeros, bienvenidos a Napoles, por favor, mantengan colocado su cinturón de seguridad hasta que aterricemos por completo.Antonella se quedó leyendo su revista de variedad concentrada como si fuese una orden de vida o muerte. No quería mirar por la ventanilla, se lo había estado repiti